Caos en los valles del noreste quiteño

Periodista, escritor, miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, miembro de la Comisión Nacional Anticorrupción.
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En propagandas de la Alcaldía Metropolitana, se oye decir “Quito, la ciudad más linda del mundo”. Mentira. Lo único y maravilloso de la urbe es su entorno natural. En zonas como Cumbayá, por ejemplo, lo feo, lo caótico, lo estresante nos causa asfixia y molestias. Huyeron el silencio y la paz.
El Colegio de Arquitectos del Ecuador-Pichincha (CAE-P) destaca como el primer colegio profesional del país desde hace 62 años. En su niñez y adolescencia cumplía con el papel fundamental de garante técnico y ético del ejercicio profesional, a más de ser un interlocutor indispensable en la planificación urbana y territorial.
Lamentablemente, en tiempos del presidente Rafael Correa se eliminó la obligatoriedad de la afiliación para el ejercicio profesional. El CAE-P sintió este golpe en el plexo solar. La belleza, frescura y sabor de nuestro paisaje, en especial, el andino, sufrieron un gran deterioro, pues esta medida redujo drásticamente la capacidad de incidencia del colegio y afectó negativamente no solo a la misma profesión, sino, sobre todo, a la calidad de nuestras ciudades.
Hay, aproximadamente, 14.000 arquitectos titulados en Quito, graduados en nueve facultades de arquitectura. De estos, solamente 6.000 están afiliados al CAE-P. Y solo 900, los más activos, pagan cuotas y mensualidades. Esta excesiva desproporción —un arquitecto por cada 180 habitantes— ha provocado una precarización alarmante en el ejercicio profesional; en consecuencia, el mercado inmobiliario, con su voracidad económica y, a veces, con prácticas corruptas, termina por imponer criterios que rara vez favorecen el bienestar social y el desarrollo urbano sostenible.
Como resultado directo de esta pérdida de influjo técnico, ético y profesional, Quito, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco, enfrenta hoy profundas crisis urbanas: crecimiento desordenado, deficiencias en la movilidad, fragmentación social, deterioro del patrimonio histórico, y una infraestructura deficiente y desconectada de las necesidades reales de sus habitantes.
Conversando con un arquitecto joven y entusiasta, me dice que “desde nuestra perspectiva debemos renovar y fortalecer el rol del CAE-P como un actor fundamental para la ciudad. Es imprescindible recuperar la visibilidad institucional, generar conciencia ciudadana sobre la importancia de las funciones del arquitecto, y lograr que los profesionales jóvenes y consolidados recuperen el orgullo y la motivación para contribuir éticamente con nuestra sociedad. Debemos fomentar una cultura que sienta la necesidad de actuar como un verdadero brazo técnico, independiente y altamente calificado en cooperación directa con los municipios y las instituciones del Estado”.
“¡Oh arquitecto de las perfectas manos¡” [César Dávila Andrade].