¿Puede Ecuador salir de la polarización y enfocarse en su crecimiento? Las claves de Andrés Rugeles

Ecuador atraviesa un momento complejo en su historia democrática reciente. La llegada de Daniel Noboa a la Presidencia en un contexto de crisis de seguridad sin precedentes ha planteado interrogantes fundamentales sobre el rumbo ideológico del país y la naturaleza del cambio político que representa su gobierno. ¿Estamos ante un giro conservador definitivo? ¿O más bien frente a un pragmatismo que trasciende las etiquetas tradicionales de izquierda y derecha?

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Bajo ese panorama Andrés Rugeles, politólogo de la Universidad de los Andes, asesor senior de la Universidad de Oxford y autor del libro “América Latina: la visión de sus líderes”, habló con GESTIÓN sobre su perspectiva sobre los sistemas políticos regionales y las tendencias ideológicas contemporáneas y ofrece claves fundamentales para entender hacia dónde se dirige Ecuador y qué tipo de liderazgo necesita el país.

El agotamiento de las divisiones ideológicas tradicionales

En un país que en las últimas dos décadas ha experimentado gobiernos de distintas orientaciones ideológicas, desde la Revolución Ciudadana de Rafael Correa hasta la administración de centroderecha de Guillermo Lasso, la pregunta sobre si existe un agotamiento de los modelos tradicionales de izquierda y derecha cobra especial relevancia.

Rugeles es categórico: “En general, lo que uno ve a nivel latinoamericano es que esas divisiones de centro, de izquierda o derecha se agotaron y la verdad son divisiones ideológicas que no contribuyen para nada al futuro de los países”. Esta afirmación resulta particularmente pertinente para Ecuador, donde la polarización política de la última década parece haber cedido paso a una búsqueda de soluciones pragmáticas ante crisis concretas.

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Según Rugeles, “lo que necesitamos es que lleguen nuevos liderazgos a gobernar, liderazgos que piensen en el futuro de sus países, en el bien común y en la toma de decisiones que sean decisiones basadas en la ciencia, en los datos, y que contribuyan al desarrollo, a la inclusión social, al bienestar de toda la población”.

Esta perspectiva post-ideológica parece reflejarse en el gobierno de Noboa, que ha optado por un enfoque más técnico y menos doctrinario frente a problemas como la seguridad, la economía y la gestión pública. “Ese es el reto que tienen hoy los nuevos líderes de América Latina: superar esas divisiones ideológicas y encarar el futuro de una manera propositiva”, enfatiza el académico colombiano.

Para Ecuador, esto significa que el éxito o fracaso del gobierno actual podría medirse menos por su adhesión a una doctrina política específica y más por su capacidad para generar resultados concretos en áreas críticas como la seguridad ciudadana, el crecimiento económico y la estabilidad institucional.

El péndulo político ecuatoriano en el contexto regional

Al analizar las tendencias actuales en América Latina, Rugeles observa un cambio significativo: “Para los próximos años en América Latina, el péndulo político está girando y estamos moviéndonos hacia gobiernos cada vez más de centro, centro-derecha. Eso es lo que uno podría estimar en América Latina”.

En este contexto regional, la llegada de Noboa al poder encajaría dentro de una tendencia más amplia hacia administraciones con perfiles más moderados o conservadores. Sin embargo, Rugeles insiste en que “no debemos caer en la región en las etiquetas de centro-derecha. Necesitamos buenos gobernantes que tomen buenas decisiones en beneficio de los países y que, obviamente, se adhieran a unos principios básicos como defensa de la democracia, la libertad, defensa del mercado”.

Esta reflexión resulta crucial para entender el posicionamiento del gobierno ecuatoriano. Más que representar una ruptura ideológica radical, la administración Noboa podría interpretarse como parte de una reconfiguración política regional donde prime el pragmatismo sobre la ortodoxia ideológica.

En el caso específico de Ecuador, esta tendencia se ve reforzada por la urgencia de las crisis que enfrenta el país. La violencia desatada por el crimen organizado, la fragilidad del sistema económico dolarizado y la necesidad de restaurar la confianza institucional han creado un contexto donde las soluciones efectivas importan más que la coherencia ideológica.

La crisis de seguridad como factor de reconfiguración política

Uno de los elementos que más ha influido en la reconfiguración del panorama político ecuatoriano es la crisis de seguridad. Los datos más recientes son elocuentes: Ecuador registra la tasa de homicidios más alta de América Latina con 38,8 muertes por cada 100.000 habitantes en 2024, superando significativamente a países tradicionalmente violentos como Venezuela (26,2) y Honduras (25,3). Esta cifra contrasta dramáticamente con la situación de hace una década, cuando Ecuador se encontraba entre los países más seguros de la región (Gráfico 1).

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Esta transformación radical en el panorama de seguridad ha obligado a una reconfiguración completa de las prioridades políticas nacionales. Aunque Rugeles prefiere no analizar casos específicos, su perspectiva sobre el crimen transnacional en América Latina ofrece un marco valioso para entender los desafíos que enfrenta Ecuador.

“Para Ecuador y para la región, el tema de seguridad y crimen transnacional es uno de los principales retos que tienen nuestras democracias”, señala. La gravedad del problema radica en “la capacidad de destrucción del tejido social y del tejido institucional que tiene el crimen”.

Esta realidad ha obligado al gobierno de Noboa a adoptar medidas extraordinarias, incluida la declaración de conflicto armado interno. En este contexto, las consideraciones ideológicas tradicionales sobre el papel del Estado, el uso de la fuerza y las políticas de seguridad han tenido que ceder ante la urgencia de restaurar el orden público.

Rugeles enfatiza que la respuesta ante el crimen organizado requiere “una reacción y una acción muy contundente de los Estados, una acción contundente pero siempre en el marco del respeto de la institucionalidad y de los derechos humanos”. Esta perspectiva sugiere que, más allá de las etiquetas ideológicas, lo fundamental es encontrar el equilibrio entre eficacia y respeto al estado de derecho.

El desafío para Ecuador es particularmente complejo porque, como señala Rugeles, “son fenómenos que tienen un carácter transnacional. Es decir, un solo país de manera individual no puede combatirlo, va a requerir de una cooperación regional, hemisférica y global para poder combatir”.

Los desafíos del sistema presidencialista ecuatoriano

Uno de los aspectos más relevantes del análisis de Rugeles para el caso ecuatoriano se refiere a las limitaciones y oportunidades del sistema presidencialista. Según el experto, “tiene que pensarse el sistema presidencialista en América Latina”, considerando “las nuevas tendencias globales y regionales”.

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En el caso de Ecuador, esto cobra especial relevancia dado el contexto de alta fragmentación política que caracteriza a la Asamblea Nacional actual. Como explica Rugeles, los sistemas políticos contemporáneos deben “tomar en cuenta las dinámicas de las tecnologías de la información en donde la comunicación política cada vez se hace más horizontal” y “requieren un sistema político que reaccione de manera adecuada y rápida a las demandas sociales”.

El diagnóstico de Rugeles sobre el “embotellamiento” entre demandas ciudadanas y respuestas institucionales parece describir precisamente la situación ecuatoriana: “La ciudadanía rápidamente y de manera creciente hace demandas al sistema político, a los gobiernos, y no obtienen las respuestas adecuadas. De ahí la insatisfacción por amplios sectores de la población y esa desafección democrática”.

Para Ecuador, esto plantea la necesidad de repensar no solo las políticas públicas sino también los mecanismos de participación política y construcción de consensos. El gobierno de Noboa enfrenta el desafío de navegar en un contexto de alta fragmentación política mientras intenta responder eficazmente a crisis urgentes.

Rugeles subraya un principio fundamental: “Lo más importante cuando uno mira la región y sus sistemas presidencialistas es que se preserve la separación de poderes y que haya un buen sistema de balance y control”. En el contexto ecuatoriano, esto significa mantener el equilibrio institucional a pesar de las tentaciones de concentrar poder para responder más eficazmente a las crisis.

Recomendaciones para el futuro del Ecuador

Andrés Rugeles ofrece una hoja de ruta para países como Ecuador que buscan superar sus crisis estructurales. Sus recomendaciones se centran en tres elementos fundamentales que trascienden las divisiones ideológicas tradicionales.

• Corrupción estructural

“A nivel interno, lo que se requiere es una enorme dosis de pragmatismo, siempre poner como regla de oro el bien público sobre el bien individual”, señala el experto. Para Ecuador, esto implica priorizar el interés nacional sobre los cálculos electorales o las pugnas partidistas de corto plazo.

El segundo elemento es institucional: “Se requiere fortalecer las instituciones democráticas y ejercer un liderazgo constructivo”. En el caso ecuatoriano, esto significa no solo mejorar la eficacia del aparato estatal sino también restaurar la confianza ciudadana en las instituciones públicas, severamente dañada por décadas de inestabilidad política y corrupción.

Finalmente, Rugeles identifica la combinación de factores que considera clave para el éxito: “Yo pondría el énfasis en instituciones y liderazgo. Necesitamos mejores instituciones y necesitamos mejores liderazgos en América Latina, y quizás esa combinación virtuosa entre instituciones y liderazgo permitirá que América Latina avance de manera sustancial”.

Para Ecuador específicamente, el académico identifica tres desafíos fundamentales que el país deberá enfrentar, independientemente de la orientación ideológica de sus gobiernos: “El desafío de crecimiento y transformación productiva”, “lograr mayores niveles de igualdad social, reducir los niveles de pobreza”, y “fortalecer la democracia, fortalecer las instituciones democráticas de manera que podamos construir esos consensos sociales, esas visiones de largo plazo”.

El segundo de estos desafíos cobra especial relevancia cuando se analiza la situación de desigualdad en Ecuador. Con un coeficiente de Gini de 44,6 en 2023, según los últimos datos por Statista, el país se ubica en una posición intermedia dentro del ranking regional de desigualdad.

Si bien esta cifra es significativamente mejor que la de países como Colombia (54,8) y Brasil (52,0), los más desiguales de la región, Ecuador aún presenta niveles de inequidad superiores a naciones como Uruguay (40,6), Perú (40,3) y República Dominicana (37,0) (Gráfico 2).

Esta realidad estadística refuerza el argumento de Rugeles sobre la necesidad de superar las divisiones ideológicas para abordar problemas estructurales. La desigualdad en Ecuador no es solo un tema de redistribución económica, sino un factor que puede influir en la estabilidad política y social del país, especialmente en un contexto donde la crisis de seguridad afecta desproporcionadamente a los sectores más vulnerables.

En este sentido, el gobierno de Noboa enfrenta la oportunidad histórica de demostrar que es posible superar las divisiones ideológicas tradicionales y construir un modelo de gestión pública que combine eficacia técnica con legitimidad democrática. El éxito de este experimento no solo determinará el futuro político de Ecuador, sino que podría servir como referencia para otros países de la región que enfrentan desafíos similares.

Como concluye Rugeles, “al final del día lo que necesita América Latina es unos mayores niveles de inclusión social, de libertad y de desarrollo”. Para Ecuador, la pregunta central no es hacia qué lado del espectro ideológico se inclina su gobierno, sino si es capaz de construir las instituciones y los liderazgos necesarios para lograr precisamente esos objetivos.