¿Quién cuida a los niños de las que cuidan? Las dificultades que viven niñeras ecuatorianas en Estados Unidos
Miles de mujeres ecuatorianas en Estados Unidos trabajan cuidando niños, mientras crían a los suyos a la distancia, en Ecuador o dentro del mismo territorio estadounidense.

Miles de mujeres ecuatorianas en Estados Unidos trabajan cuidando niños, mientras crían a los suyos a la distancia o dentro del propio país.
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Nueva York – Nueva Jersey. Cada mañana, Marisol sale de su apartamento en Queens antes de que el sol despunte. Toma dos trenes hasta el Upper East Side, donde cuida a un niño de cuatro años como si fuera suyo: le prepara el desayuno, lo alista para ir a la escuela, lo lleva al parque, le canta para que duerma. Mientras tanto, sus propias hijas, en Riobamba, despiertan con la voz de su abuela y un mensaje de audio enviado la noche anterior.
Esa escena —dar lo mejor a hijos ajenos mientras los propios crecen a distancia— confirma una realidad poco visible.
Marisol llegó a Estados Unidos hace casi ocho años. En Ecuador era profesora de escuela pública. “Enseñaba a leer y a escribir, ahora materno niños ajenos”, comenta con ironía suave. Su título de tecnóloga no fue válido en Estados Unidos y la urgencia económica la empujó al trabajo doméstico. Envía dinero cada semana, paga los estudios de sus hijas, pero no puede asistir a sus cumpleaños ni escuchar sus secretos de pre adolescencia. “A veces me siento presente solo por transferencia bancaria”, admite.
En Ecuador, miles de abuelas reemplazan a madres ausentes. Carmen, en Guaranda, tiene 66 años y cuida a sus dos nietos desde que su hija migró a Estados Unidos hace siete. “Volver a hacer deberes a esta edad es una injusticia”, dice entre risas, mientras recuerda que en sus tiempos se aprendía con tiza y pizarrón, no con videos de YouTube y tareas en inglés. “El otro día me pidieron ayuda para un experimento de ciencias ¡Yo apenas tengo gas para la cocina!”
Se levanta temprano, prepara el desayuno, revisa cuadernos y camina dos veces al día hasta la escuela. Vive con una pensión mínima y el dinero que su hija envía cada semana.
“Con eso comen, se visten, juegan baloncesto y estudian, pero la madre de uno no se remplaza”.
Carmen, migrante ecuatoriana
En 2024, Ecuador recibió USD 6.539,8 millones en remesas, equivalentes al 5,3 % del PIB, y el 73,5 % provino de Estados Unidos. Aunque estas cifras evidencian un aporte crucial a la economía, quedan invisibles el desarraigo y las infancias afectivas que sostienen ese flujo.
Yessenia tiene 32 años y vive en el norte de New Jersey. Trabaja de manera informal cuidando niños, jornada tras jornada de casi ocho horas. Cada mañana, antes de salir, deja el almuerzo listo y las indicaciones escritas en la nevera: su hijo mayor, de 14 años, es quien se encarga del pequeño hasta que ella regresa. No hay adulto en casa, solo confianza, rutina y el deseo de que todo esté bien.
Aunque vive en un estado que ofrece subsidios para el cuidado infantil incluso a familias sin papeles, Yessenia lo desconoce. Dice que a veces le pesa más el silencio de sus propios hijos que las largas horas que pasa cuidando a los de otros.
Las cuidadoras infantiles en Estados Unidos tienen un salario medio de USD 16 por hora, según el Bureau of Labor Statistics. Pero quienes laboran en hogares particulares —muchas inmigrantes— suelen cobrar alrededor de USD 14 , sin seguro médico, vacaciones ni pensión. Además, cerca del 20% de estas trabajadoras son inmigrantes, cifra que supera el 40% en ciudades como Nueva York.
Cuidados compartidos vs redes de apoyo en construcción
La situación no solo deja huellas en quienes migran, sino también en quienes se quedan. Según estudios de UNICEF sobre niñez y movilidad humana, uno de cada tres migrantes en Ecuador es menor de edad. Muchos de ellos no migran físicamente, pero viven el impacto como si lo hicieran: son hijos e hijas que crecen separados de sus padres, bajo el cuidado de abuelos, tíos o incluso vecinos.
Esta separación prolongada puede generar ansiedad, dificultades para concentrarse en la escuela, sentimientos de abandono, e incluso —en los casos más críticos— mayor riesgo de consumo de sustancias o abandono escolar. Son niños que, aunque no cruzaron fronteras, viven emocionalmente en tránsito.
En medio de esta realidad, el Estado ofrece algunas rutas de apoyo. A través del programa Child Care and Development Block Grant, familias de bajos ingresos pueden acceder a subsidios para cubrir parte del costo del cuidado infantil, siempre que trabajen o estudien y no superen ciertos límites de ingresos. Sin embargo, el acceso es desigual: solo una pequeña parte de los niños elegibles —alrededor del 14%— recibe efectivamente esta ayuda, y muchas familias hispanas quedan fuera por barreras burocráticas o desinformación.
También existen iniciativas como Head Start y Early Head Start, que ofrecen educación temprana, salud y alimentación a niños desde los primeros meses hasta los cinco años, sin importar el estatus migratorio. En ciudades como Nueva York, programas municipales como Pre-K y 3-K permiten el acceso gratuito a guarderías certificadas, pero muchas cuidadoras inmigrantes aún desconocen que sus propios hijos podrían beneficiarse de estos servicios.
Mientras tanto, la vida sigue a ritmo de ausencias. En la videollamada de cada noche, Marisol pregunta por las tareas, Yessenia da instrucciones a través del celular, y Carmen intenta que sus nietos “sean hombres de bien” como ella dice. Entre comidas recalentadas, mensajes de voz y abrazos pendientes, estas mujeres sostienen vidas enteras a ambos lados del continente.
No hay titulares que registren cuántos cuentos de buenas noches se cuentan por WhatsApp, ni cuántas infancias transcurren con madres ausentes pero presentes en cada decisión, en cada pensamiento, en cada silencio.
Para más información sobre elegibilidad y cómo aplicar, se puede consultar el sitio oficial del programa en cada estado:
- Nueva York: ocfs.ny.gov
- Nueva Jersey: childcarenj.gov
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