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De la Vida Real

Nos enseñaron a callar o a llamar a la Policía

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

26 sep 2022 - 05:27

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Se volvió tendencia. Un hit de moda que todos quieren oír, compartir en sus redes sociales, sobre el que quieren opinar y hablar. Se volvió un grito en medio del silencio que, paradójicamente, escuchamos.

Se volvió un tema político, policial, judicial y social. Un tema que ojalá no se pierda en olvido.

Fue un auge de indignación colectiva. Uno más de los tantos que hemos vivido. Y no faltaron acusaciones, juicios de valor, ataques de género, condolencias, hipótesis y hechos imaginados.

Durante unos días, todos nos creímos detectives, psicólogos, periodistas, peritos y fiscales… Un país entero pendiente de resolver un crimen.

Como todo lo que se pone de moda, en los medios de comunicación reportaron hasta el mínimo detalle de la desaparición de la mujer.

En las redes sociales se repetía una y otra vez la noticia. La indignación iba creciendo. En los espacios de entrevistas se invitó a los más altos miembros del Gobierno y de la Policía. Pero no se decía nada nuevo.

Mientras más leía y más me informaba sobre el caso, sentía que estaba en un laberinto de chismes, excusas, argumentos con poca base, de gente que miente para quedar bien, para salvar su puesto.

Y sentía indignación porque no les creía nada, porque la gente que hablaba no tiene palabra.

Leía en redes sociales y me daba cuenta de que no estaba sola. El país entero se sentía así, desamparado. Sin importar género, edad o tendencias políticas, todos dejábamos un comentario –como una forma desesperada de ser escuchados, como si fuera un arma que jamás fue utilizada– y ahora con nuestra opinión nos hicimos presentes.

Presentes para decir basta, basta de tanta mentira, basta de tanto engaño, basta de tanta corrupción, basta de tanta politiquería barata.

La gente dejaba sus comentarios también a manera de desahogo. Y de forma frontal e indignada compartía, una vez más, la noticia –tal vez para que esta vez no fuera olvidada–. 

¿Por qué este crimen tiene a todo un país consternado? Porque el culpable fue un policía que, con ayuda de otros, se escapó de la Escuela Superior de Policía, y era buscado por la misma Policía, con la advertencia de que, si alguien tiene un dato sobre él, había que llamar a la Policía.

Si algo pasa, ¿a quién hay que llamar? ¿A quién acudir para pedir ayuda? A la Policía, pero ¿qué hacer si el atacante es un policía? ¿Quién me ayuda si estoy dentro de la Escuela de Policía, llena de policías?

Es un caso en el que por cada respuesta aparecen más preguntas. Buscamos respuestas donde podemos: nos quedamos oyendo una entrevista con una psicóloga que habla en una radio del maltrato de género.

Nos quedamos hasta medianoche leyendo más sobre el crimen en Twitter. Abrimos desesperadamente Facebook buscando algo, algo que calme la angustia, para saber si se ha publicado alguna noticia nueva.

Abrimos Instagram y, como espías, entramos una y otra vez al perfil de ella y al perfil de él. Cualquier dato extra puede aportar en este laberinto de emociones, en este dominó de sucesos desordenados.

Y sí, por todo esto, este crimen se volvió tendencia, porque supera la razón de los ciudadanos. La razón no entiende ni entenderá que, dentro de una escuela de policía, pueda darse un crimen. Toda la vida nos han enseñado que quienes nos cuidan y nos protegen son los policías. Que ellos nos salvarán si algo malo nos pasa, que vigilarán por nosotros 24/7.

Y también nos enseñaron que en problemas de pareja no debemos meternos: "Si te metes en pelea ajena, la que sale mal parada eres tú", nos han repetido una y otra vez.

Así crecimos, creyendo que el silencio ante la violencia está bien, que hay que callar, que callar es lo correcto. Y solo si el escándalo es muy fuerte, hay que llamar a la Policía.

Ahora vemos cómo policías, hombres y mujeres le pegan a otras mujeres en lugares públicos, castigan a golpes a niños. Y ¿qué hacemos nosotros? Nos limitamos a grabar con el celular para luego denunciarlo por redes, creemos que así hacemos lo correcto.

Nos callamos, siempre nos callamos, obtenemos evidencia, pero miramos de lejos para ser obedientes y no intervenir en peleas de pareja. Somos espectadores, sin reconocer que eso nos convierte en cómplices de la situación.

Este caso se volvió un hit. Un hit de actualidad, una tendencia en redes, pero también un grito en medio del silencio que exige justicia. Una mujer muerta, un asesino suelto y una cadete detenida, una madre destrozada y un hijo desesperado. Un femicidio que no debe quedar en el olvido.

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