Martes, 30 de abril de 2024
Al aire libre

Relatos del Cruce, con accidentes, ronquidos y Mundial de Fútbol

Lourdes Hernández Vásconez

Lourdes Hernández Vásconez

Comunicadora, escritora y periodista. Corredora de maratón y ultramaratón. Autora del libro La Cinta Invisible, 5 Hábitos para Romperla.

Actualizada:

10 Dic 2022 - 5:25

Un muchacho se descompensó en la cumbre del Cerro Bayo. Escuchamos ¡emergencia! ¡Emergencia! Entonces fuimos pasando la voz hasta que nos avisaron que venían a rescatarlo.

Lo bajaron metido en un saco de dormir de color rojo. Me impresionó ver sus ojos en blanco y su apariencia de muñeco de trapo.

Abrimos paso a los rescatistas. Bajaban con rapidez sobre las piedras sueltas y la nieve. Al pasar nos dijeron: "Abríguense. No saben cómo están las condiciones arriba". 

Obedecimos.

Uno va a estas carreras y sabe cómo arranca, pero no cómo llega.

El primer día, Lorena, una corredora argentina, sufrió una fractura expuesta de brazo tras caer sobre piedras.

Cuando llegamos al campamento, Lorena recibía a sus amigas con el brazo enyesado.

La ecuatoriana, María José, corrió los primeros kilómetros y sintió un tirón en la pierna. Era un desgarro que le impidió seguir.

El tercer día, Fernando, otro compatriota, sufrió de contracturas. A él lo bajaron en ambulancia y teleférico.

"Cada uno tiene su propósito al correr el Cruce de los Andes" - dijo Carlos Manuel, un ecuatoriano que corrió el año pasado. ¿Cuál es tu propósito?

Yo pensé: quiero hacer podio.

Alguien en voz alta dijo: quiero terminar viva. 

Por ahí se oyó: perderme tres días. 

Otra voz: celebrar mis 50 años.

Más tarde, un amigo comentó que, para él, era un retiro espiritual.

El Cruce 2022 fue la edición más fuerte de los 20 años: casi 100 kilómetros con más de 6.000 metros de desnivel positivo.

Fueron 1.500 corredores en cuatro grupos.

Cada corredor tiene gente pendiente de él o de ella. Es una muchedumbre que sigue la carrera desde Instagram.

No se puede olvidar lo reglamentario: manta térmica, vivak o manta de supervivencia, agua, gorra, chompa y rompevientos.

Un chico mexicano perdió el vuelo y la maleta. Avisó que llegaba en la madrugada directo a la partida. Los ecuatorianos andábamos en las tiendas comprando las últimas cosas para la carrera, cuando nos encontramos con los corredores mexicanos.

Compraban medias, zapatos, shorts, ropa interior… todos los implementos para su amigo.

Una vez en la carrera, el reto es de cada uno. La élite termina la etapa en tres o cuatro horas. Hay gente que llega después de ocho o nueve horas.

Las tardes, después de comer, veíamos los partidos del Mundial de Fútbol. El triunfo de Argentina lo celebramos todos. A fin de cuentas eran nuestros anfitriones.

Era como estar en el estadio porque había barras de 32 países.

Luego había que bañarse en el lago helado, lavar la camiseta, cargar el reloj, hacer estiramientos y masajes.

Edith era una de las masajistas que nos recomponía. Comentaba que los pies de los corredores están en mejor estado que los de las personas sedentarias, ya que el sobrepeso abre los talones, deforma los arcos y vuelve pronunciados los juanetes.

Pero hay quienes "no cuidan la máquina", decía Edith, y no se detienen para sacarse la tierra, la piedra del zapato y terminan con ampollas.

Durante casi dos horas de trote yo iba con una piedra en el zapato. Se movía de los lados del pie a las puntas de las uñas y me producía un dolor cortante.

No quería parar y perder tiempo.

Para que sirviera de algo el sacrificio, me dije:

-A ver, quién es mi piedra en el zapato. Y pensaba en uno y en otro, pensaba en el trabajo, en las tareas de la casa, y nada o nadie eran una piedra en el zapato en mi vida.

Caí en cuenta de las bendiciones que tengo. Entonces paré, me saqué el zapato, lo sacudí y cayó la piedra que era pequeñita. En adelante sólo pude correr sonriente.

Las noches tenían su encanto. Ronquidos, toses, murmullos, búhos ululando.

Una de estas, un corredor empezó a llamar desde su carpa: 

-Cuto. Cuto. (silencio). Cuto. 

Eran las once de la noche y según el reglamento, había que hacer silencio a las diez. 

Insistía:

-Cuto. (silencio) Cuto.

Pero el tal Cuto no respondía.

-¿Cuto? Cuto… ¡Cuto!

Hasta que de otra carpa se oyó una voz de mujer alterada pero paciente: 

-No te oye. Todos te oímos, pero Cuto no te oye. 

Hubo silencio.

-¿Cuto?

Insistió en un hilo de voz, y al fin calló.

La delegación ecuatoriana obtuvo podio general, con Andrea Heras, y podios en la categoría con Martín Sáenz y Lourdes Hernández.

Victoria Calisto y Santiago Carrasco, así como el resto de ecuatorianos, dejaron huella en una de las competencias más importantes de trail del continente.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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