Domingo, 28 de abril de 2024
Columnista Invitado

La realidad que Ecuador debe mirar antes de encontrar una salida

Javier Justicia

Javier Justicia

Máster en Política Pública en la Universidad de Calgary y director de Operaciones e Investigaciones de Latin American Initiative, en coautoría con José Paredes, estudiante de Economía de la Universidad Católica (PUCE).

Actualizada:

12 May 2023 - 5:28

Ecuador es un país multiétnico y pluricultural, en donde el racismo, la exclusión y la  marginalización de ciertas etnias como los indígenas o afrodescendientes han desembocado en un problema de racismo estructural.

Un 71,9% de la población ecuatoriana no se identifica como indígena, según el Fondo de Población de Naciones Unidas, aun cuando estudios genéticos revelan que el ecuatoriano promedio tiene alrededor de 60% de indígena.

Este racismo estructural, más allá de ser una causa, es una consecuencia de los andamiajes que crearon a la sociedad ecuatoriana a partir del siglo XVI.

Desde la Conquista, la sociedad ecuatoriana se dividió en al menos tres clases sociales: los españoles gozaban de todos los derechos y de pocas obligaciones, mientras la clase indígena y afrodescendiente vivieron en un sistema de semi esclavitud.

Ambas fueron víctimas del sistema de latifundio y haciendas hasta, al menos 1973, año de la segunda reforma agraria.

En el inicio, a pesar de existir estas sociedades distintas, se dio una mezcla entre ellas, sin restricciones, dentro del proceso del mestizaje.

Los mestizos como nuevo grupo poblacional creciente a menudo no se identifica ni con la cultura indígena ni con la cultura española más pudiente.

Según un trabajo del economista Douglas North, el problema con no poder identificarse con ningún grupo social es que tampoco se respetan las instituciones y las leyes que tiene cada uno de estos grupos.

La afamada 'viveza criolla' aparentemente tiene raíces profundas, pero también consecuencias muy serias.

Se puede decir también que el racismo es una de las razones por las que no existe unión entre los ecuatorianos. Pues uno, al ver a otra persona, no la reconoce como un ecuatoriano más, sino que primero se fija en la etnia.

Esta falta de unión es exacerbada por la difícil geografía de un país pequeño, que tiene a los Andes como barrera natural entre regiones.

En la Costa se ha desarrollado más una cultura de lo que los científicos sociales llaman 'Nación Marítima', regida por el libre mercado y la democracia.

Mientras que en la Sierra todavía quedan fuertes rezagos de ciertas características de una 'Nación Terrestre', como la preferencia por tener una economía más comunitaria y dirigida, bajo el dictamen de un hombre fuerte o caudillo.

Los hacedores de política no se han dado cuenta de que el racismo y la falta de homogeneidad social son la causa de muchos de los problemas del país.

La delincuencia, la inseguridad y el subempleo son el reflejo de una sociedad desigual, carente de oportunidades e inconforme con la estructura social, económica, política.

Para comenzar a sanar esas heridas históricas debemos revalorizar a la cultura indígena, evitando que la sociedad mestiza niegue o se avergüence de sus raíces. Esta revalorización puede llegar a ser un motor de desarrollo y una causa para unir al país.

Por eso lo primero es erradicar las grandes diferencias socioeconómicas que existen. Basta mirar el índice de pobreza de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) a nivel rural, que en 2016 fue de 52,6%, mientras que el índice de pobreza NBI urbano fue de 22,3% según el INEC.

La población que se identifica como indígena habita principalmente en las áreas rurales.

Una manera posible de erradicar estas diferencias podría ser apelando a la comunidad internacional para que financie una suerte de Plan Marshall de desarrollo, diseñado para las poblaciones rurales, indígenas y afroecuatorianas.

No puede haber orgullo sin una vida digna. Claro que ningún país industrializado va a querer donar fondos a un país de ingresos medios, como Ecuador, pero sí podrían apoyar a las etnias que han sido mantenidas en la indigencia por siglos.

Particularmente, cuando existe la posibilidad latente de un conflicto social, cuyos indicios ya se vieron en octubre de 2019 y, más recientemente, en 2021, en una región que coquetea  incesantemente con China, Rusia y hasta con Irán. 

Políticamente, el gran primer paso debería ser buscar el diálogo de los movimientos indígenas, como Pachakutik, y los partidos tradicionales, como el PSC y el movimiento Creo.  

Geográficamente, la manera de juntar a los países que habitan dentro de Ecuador es a través del desarrollo de una infraestructura vial con un objetivo geopolítico.

Carreteras deberían unir la Sierra, Costa y la Amazonía de manera eficiente y deberíamos desarrollar un sistema de ferrocarriles de carga entre los centros en donde hay más potencial para desarrollar industria.

Es decir, conectar entre sí todas las ciudades clave, con el fin de impulsar la industria y el comercio, pero, al mismo tiempo, uniendo socialmente a las culturas a través del turismo, la gastronomía y las tradiciones.

Un ejemplo de la falta de unión es que todavía existe la imperiosa necesidad de iniciar la construcción de la autopista Quito-Guayaquil.  

La solución, como la quieran ver, está en unir al país.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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