Sábado, 27 de abril de 2024
Firmas

La pesadilla de los caudillos

Pablo Cuvi

Pablo Cuvi

Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.

Actualizada:

29 Jul 2023 - 5:59

Se había marchado a Nueva York en 1955, harto de los atropellos y los negociados del tercer velasquismo; harto sobre todo de ver las fotos de Velasco todos los días y oír sus discursos por la radio. Y harto del país que lo elegía una y otra vez.

Le fue bien allá y nunca quiso volver, ni de vacaciones, pero murió su mamá en 1969, en pleno despelote del quinto velasquismo.

Ahí le conocí, en un bar de La Mariscal, donde se lamentaba amargamente: “Me fui huyendo de Velasco: regreso a los 14 años y sigue el mismo loco y el mismo desastre. Es una pesadilla. No vuelvo nunca más”.

Velasco fue derrocado el 72 y algunos militares y políticos jóvenes ocuparon la escena, pero el que se consolidó fue un oligarca guayaquileño que unificó a la derecha y llegó a Carondelet en 1984.

Presente todo el tiempo en la TV, arrogante, sarcástico y abusivo como patrón de hacienda, su figura se volvió detestable en la Sierra. Con él se inició la maldita costumbre de usar fondos públicos para promocionar al caudillo. “Otra obra de León” rezaban los grandes carteles colocados en cada puente y tramo de pavimento, como si todo fuera un regalo de su bolsillo. 

Cuando acabó su período, el 88, medio país respiró aliviado pues terminaba el martirio de oírlo despotricar todos los días. En efecto, León permaneció en silencio un tiempo, pero apenas reclamó por algo, Borja cometió el error de erigirlo como su contradictor. 

“El llorón de Taura ha recuperado el habla”, dijo, atizando la confrontación. Y LFC no volvió a callar nunca más. En el 92 ganó la alcaldía de Guayaquil y siguió mangoneando como auténtico dueño del país. Sus ruedas de prensa de los jueves marcaban la agenda nacional.

Entrado el nuevo siglo, cuando parecía que la pesadilla de los caudillos había terminado, emergieron Correa y su combo, que nos asfixiaron como nunca antes con la propaganda, las sabatinas y el culto a un megalómano que despilfarró el segundo boom petrolero, las reservas del Banco Central y los fondos del IESS. 

Mientras más gastaban, más felices estaban los hermanos Alvarado, que llegaron a producir un video turístico ostentoso en el que Rafael Correa, convertido en la principal atracción del país, se exhibía en una moto por Ecuador. 

Fue tal el hartazgo que causó el Estado de Propaganda que a muchos no les importaba que se llevaran todo el oro en el avión presidencial, con tal de no verles más.

Vana esperanza pues, desde que salió de Carondelet, Correa no ha hecho otra cosa que intentar volver; y ha trabajado en ello 24/7, manteniendo activa la estructura de su movimiento y participando en cada elección. 

Si hace dos años, cuando ganó el anticorreísmo, el Jefe permanecía a duras penas disimulado detrás de Arauz, ahora asoma de frente, dejando claro quién va a mandar. En un spot filmado en México, sentado al medio, Correa habla de lo fantástico que fue su Gobierno, de las obras que dejó y cómo lo destruyeron todo Moreno y Lasso. 

A su derecha, Luisa finge un tono firme y decidido para prometer que volveremos milagrosamente al pasado, al paraíso perdido. A la izquierda, Arauz ofrece cualquier cosa olvidable. Lo que queda es la imagen del Gran Jefe; a su derecha su secretaria y a la izquierda el mensajero

Si en la campaña asoma así, imagínenlo ya triunfante, con la fastuosa y agresiva campaña publicitaria que lanzarán los Alvarado para purificar su imagen, demoliendo al mismo tiempo a la fiscal, a los medios de comunicación y a quienes se opongan al proyecto de, ahora sí, perpetuarse en el poder.

Entonces, en los próximos 20 años estaremos viendo a Rafael Correa hasta en la sopa, en cada instante del día y de la noche, hasta que ascienda a los altares como Hugo Chávez. ¡Qué pesadilla!

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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