Miércoles, 01 de mayo de 2024
Canal cero

Santa Marianita, la heroína nacional

Enrique Ayala Mora

Enrique Ayala Mora

Doctor en Historia de la Universidad de Oxford y en Educación de la PUCE. Rector fundador y ahora profesor de la Universidad Andina Simón Bolívar Sede Ecuador. Presidente del Colegio de América sede Latinoamericana.

Actualizada:

16 Abr 2023 - 5:26

En un país en que los militares y uno que otro político eran los únicos que podían considerarse héroes, el que una mujer, y encima de eso medio beata y medio monja, Mariana de Jesús, haya sido declarada heroína, en 1946, fue motivo de polémica.

Los coroneles del Ejército se sintieron incómodos y los liberales comecuras protestaron contra esa maniobra del conservadorismo clerical.

Mariana de Jesús Paredes y Flores nació el 31 de octubre de 1618 en Quito, entonces capital de la Real Audiencia del mismo nombre.

Su padre fue el capitán Jerónimo de Paredes Flores y Granobles, y su madre Mariana Jaramillo, descendiente de conquistadores españoles. Quedó huérfana a los siete años y vivió bajo el amparo de su hermana mayor, Jéronima, y de su esposo, el capitán Cosme de Miranda.

Desde niña dio muestras de una precoz inclinación religiosa. Rezaba constantemente el rosario y otras oraciones. Hacía caridades a los pobres y se mortificaba.

Quiso ingresar en un monasterio como monja, pero al fin resolvió vivir una vida consagrada en su propia casa, con voto de virginidad, tutelada por los jesuitas, a cuyo templo concurría cotidianamente.

Practicaba el ayuno y la mortificación con cilicios, retirada en su habitación, en la que no había sino un catre, un ataúd, un crucifijo y una calavera para meditar sobre la muerte.

Mariana de Jesús había aprendido a leer, coser, tejer y bordar. Tenía habilidad para la música y tocaba la guitarra y la vihuela. Eso le permitió convertirse en catequista y enseñaba a los niños la doctrina cristiana con lecturas y canciones.

También organizaba procesiones con ellos en los corredores de la casa. Ella cargaba una cruz. Las privaciones y ayunos afectaron su salud y tuvo que someterse a un tratamiento de sangrías. Una empleada de servicios regaba la sangre que se le extraía en una esquina del jardín de la casa.

Cuando se produjeron grandes temblores que destruyeron viviendas y provocaron muertes, se hicieron rogativas para se detuviera lo que se consideraba un castigo divino.

Un sacerdote que predicaba en la Iglesia de la Compañía, en un momento dramático, ofreció su vida para que cesaran los terremotos. Ante ello, Mariana le dijo al Señor en silencio que más bien tomara la vida de ella, porque la del sacerdote era necesaria para salvar almas.

El mismo día su salud empeoró y murió el 26 de mayo de 1645. Sus funerales fueron muy solemnes.

De inmediato comenzó a obrar milagros. El primero fue que floreció una azucena en el lugar donde se depositaba su sangre. Por ello fue conocida como Azucena de Quito.

Los jesuitas iniciaron la causa de elevación a los altares y, con el fervor de los devotos quiteños, se logró que Pío IX la beatificara en 1863.

Pío XII la canonizó en 1950. Cuatro años antes, en 1946, la Asamblea Constituyente, en solemne acto legislativo, la había declarado heroína nacional por haber ofrendado su vida para que su patria se salvara de los terremotos. Pero no pudo salvarla, como ella mismo lo dijo, de los malos gobiernos.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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