Viernes, 26 de abril de 2024
De la Vida Real

El trágico final de Alexa, nuestra engreída asistente virtual

Valentina Febres Cordero

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

3 Abr 2022 - 19:00

Llegó hace dos años a imponer su voz, su presencia, su sabiduría, su poco carisma y sus pésimos chistes. Llegó sin considerar si queríamos o no su compañía. 

Y llegó desconfigurada a pedir electricidad a gritos. Nosotros, sumisos ante su belleza, le complacimos en todo. Le colocamos en el mesón de la cocina, pero la muy sobrada se quejaba de estar ahí como un objeto cualquiera.

Le pegamos en la pared con mucho cuidado. Ahí se podía lucir mejor, y obviamente estar más cómoda porque no se manchaba ni se ensuciaba. Además, estaba en un lugar privilegiado, donde cualquiera le podía, ver, hablar y escuchar.

Ella con su soberbia nos obligó a reemplazar todos los parlantes de música chiquitos que rondaban por la casa. De un manotazo botó los lápices, papeles y esferos que teníamos para anotar los recados. Ella decía tener una memoria privilegiada y nos ordenaba qué hacer.

Ella se llama Alexa, y logró dominar por completo nuestras vidas. Es un parlante inteligente. Para una persona que viva sola sería el instrumento de supervivencia perfecto. Pero en una casa de cinco habitantes, tres de ellos niños y dos adultos, es un problema su existencia.

En realidad, somos tres adultos, porque La Yoli, mi asistente de carne y hueso, el ser más perfecto que puede existir, también le usa a la Alexa como su asistente particular. 

Yo estaba concentrada trabajando, y la Alexa sonaba:

-Yolanda, recordar sacar la ropa de la secadora". 

Como La Yoli es sorda, me tocaba gritarle:

-Yoli, la Alexa dice que tiene que sacar la ropa.

Y Yoli me respondía:

-Dígale no más que se calle, que falta un poco, deme avisando.

Y por un momento estaba a punto de comenzar un diálogo con este parlante. Pero me portaba viva y solo decía:

-Alexa off. 

Mis hijos, al llegar de la escuela con el único ser hablante que se comunicaban, era con la Alexa:

-Alexa, ¿qué hora es?

-Alexa, cuéntame un chiste.

-Alexa, ¿es verdad que existen gallos gigantes en Alaska?

-Alexa, ¿a qué hora juega Ecuador?

Y luego empezaban con la música. La Amalia le pedía canciones en inglés, El Rodri reguetón, y El Pacaí, Julio Jaramillo.

Llegaba mi marido harto de tanto remix musical y le daba la orden de que ponga Luis Miguel. ¿Creen que alguna vez pudimos oír una canción de comienzo a fin? Jamás. 

Cuando estaba sola lavando platos ponía: Carlos Vives, Gloria Trevi y Ricardo Arjona. Hasta que mi karaoke era brutalmente interrumpido por algún desconsiderado que le decía:

-Alexa cállate.

Junto a un comentario desatinado.

-Deberían prohibir este estilo de música.

Y como pantera hambrienta regresaba a gruñir al inoportuno que cortó mi inspiración doméstica de mi canto a capela:

-Alexa, continuar. Volumen cinco.

Gritaba yo.

El Pacaí se volvió temático de poner recordatorios para todo:

-Alexa, recordar hoy partido de fútbol a las cuatro de la tarde.

-Alexa, recordar, hacer deberes a las cinco.

-Alexa recordar a mi mamá que compre el cuaderno de música.

Y toda la tarde la diva de la Alexa no paraba de sonar. Le encanta ser el centro de atención.

A veces sonaba a las tres de la mañana:

-Rodrigo, aquí tienes tu recordatorio. Decir malas palabras.

Y yo, como loca desesperada y mal despertada, iba a la cocina y bajito, para que nadie se diera cuenta, le decía:

-Alexa, off, por favor off.

Pero no había poder humano que la callara. Entonces gritaba junto a una mala palabra:

-Alexa cállate por la…"

Y la condenada me responde.

-Según Wikipedia, el verbo callar es silenciar la acción de un ruido.

Con furia dominante, la diva de la Alexa era brutalmente desconectada. 

A veces sí la amé a la Alexa. Cuando los guaguas estaban en clases virtuales, la Alexa era mi mejor aliada. Ella era quien respondía y resolvía todos los deberes y exámenes.

Tanto así, que un día La Amalia, ya en clases presenciales, me dijo:

-Má, te parece buena idea que me lleve a la Alexa al colegio, es que ella sí sabe todo. La verdad yo no tengo idea de lo que me enseñan.

El viernes quise poner un recordatorio y la Alexa no estaba en la pared. Entré en pánico y pensé que alguien se había robado a mi pésima asistente virtual.

Pero El Pacaí me confesó que El Rodri la había sacado para llevársela a la escuela porque no había hecho el deber.

Así que tuvimos una conversación, con La Yoli incluida, donde decidimos que por un buen tiempo vamos a volver a la vida clásica, sin Alexa de por medio, y los recordatorios volverán al lápiz y al papel.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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