La densidad poblacional y el uso del suelo influyen en la criminalidad: los datos de Quito
La relación entre el diseño urbano y la seguridad ciudadana ha sido objeto de creciente atención en la planificación contemporánea. El entorno urbano influye directamente en la percepción y ocurrencia del delito, donde factores como la iluminación, el uso mixto del suelo, la densidad habitacional y la accesibilidad pueden reducir significativamente los delitos en barrios de Quito.

Personas caminan por un sendero renovado con juegos infantiles y bancas, en un parque urbano de Quito.
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Flickr Municipio de Quito
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El Distrito Metropolitano de Quito enfrenta desafíos considerables en materia de seguridad ciudadana. Según datos del Ministerio del Interior, la ciudad registró 136 homicidios intencionales en el primer semestre de 2025, representando un incremento significativo en la violencia urbana.
Ecuador se ha identificado como el tercer país más violento de América Latina, con una tasa de homicidios que escaló de 14,16 por 100.000 habitantes en 2021 a 46,25 por 100.000 en 2023, no obstante, presentó una reducción en 2024 al 39,14; sin embargo, sigue siendo alta (Gráfico 1).
En este contexto, la planificación urbana emerge como una herramienta fundamental para abordar la inseguridad desde una perspectiva preventiva. Los principios establecidos por Jane Jacobs en “The Death and Life of Great American Cities” sobre los “ojos en la calle” encuentran validación empírica en estudios recientes que demuestran la correlación entre características morfológicas urbanas y la incidencia delictiva.
El presente análisis se basa en un estudio comprehensivo desarrollado por Nuria Vidal, Susana Herrero, Gioconda Ramos y Martha Benages-A, titulado “Eyes on the Street as a Conditioning Factor for Street Safety Comprehension: Quito as a Case Study”, que empleó un modelo de regresión logística binaria para examinar la relación entre nueve indicadores morfológicos urbanos y la incidencia de robos callejeros en Quito.
La densidad poblacional como factor del delito
La densidad poblacional constituye uno de los indicadores más significativos en la prevención del crimen urbano. Según Vidal et al. en el artículo antes mencionado, una mayor densidad poblacional está asociada con una ligera disminución en la probabilidad de robos contra personas, reduciendo esta en 0,0134 puntos porcentuales (Gráfico 2).
Los últimos datos del ECU 911 para junio del 2025 confirman parcialmente esta teoría al analizar la relación entre llamadas de emergencia y densidad poblacional por parroquia. El centro de Quito ejemplifica perfectamente el concepto de vigilancia natural con 45.195 llamadas de emergencia y una densidad de 4.878 habitantes por km², demostrando que la alta concentración poblacional genera tanto mayor actividad delictiva.
Esta concentración simultánea de población y emergencias en el centro urbano es consistente con las teorías de Jane Jacobs sobre la vitalidad urbana y la presencia de “ojos en la calle”.
Calderón presenta 3.858 llamadas de emergencia con una densidad de 3.211 habitantes por km², mientras que Tumbaco registra 1.295 llamadas con 1.207 habitantes por km². Estos casos muestran cierta proporcionalidad entre densidad poblacional y actividad de emergencias.
Casos que muestran correlación densidad-emergencias:
- Quito: 45.195 llamadas con 4.878 hab/km²
- Calderón: 3.858 llamadas con 3.211 hab/km²
- Tumbaco: 1.295 llamadas con 1.207 hab/km²
Sin embargo, otros casos revelan patrones diferentes. Llano Chico, con 2.002 habitantes por km², registra 292 llamadas de emergencia. Cumbayá, con 1.996 habitantes por km², presenta 101 llamadas. Conocoto, con 2.859 habitantes por km², registra apenas 4 llamadas de emergencia.
Casos que muestran baja actividad de emergencias a pesar de densidad considerable:
- Conocoto: 4 llamadas con 2.859 hab/km²
- Cumbayá: 101 llamadas con 1.996 hab/km²
- Llano Chico: 292 llamadas con 2.002 hab/km²
Los datos muestran que la relación entre densidad poblacional y llamadas de emergencia no es uniforme en todas las parroquias del Distrito Metropolitano de Quito, sugiriendo que otros factores urbanos influyen en esta dinámica además de la simple concentración de habitantes.
Uso mixto del suelo: la diversidad funcional como estrategia de seguridad
El uso mixto del suelo representa uno de los hallazgos más significativos del estudio de Vidal et al. La investigación identificó que una diversa mezcla comercial y de facilidades urbanas está asociada con una disminución sustancial de 0,4459 puntos en la probabilidad de crimen personal.
Esta correlación se fundamenta en la generación de vitalidad urbana a través de diferentes horarios de actividad. Espacios que combinan comercio, servicios, educación y salud mantienen flujos peatonales constantes durante distintos momentos del día, contrastando con áreas monofuncionales que experimentan períodos de abandono (Gráfico 3).
Los datos temporales de homicidios en Quito de enero a junio del 2025 confirman esta teoría. El mayor número de casos se concentra entre las 22:00 y 03:59 horas (56 casos), período en que la actividad comercial y de servicios disminuye significativamente. Esta concentración nocturna sugiere que la ausencia de actividades mixtas durante estas horas reduce la vigilancia natural.
Iluminación urbana: el paradójico efecto de la luz en la criminalidad
Contrariamente a las expectativas convencionales, el estudio revela una correlación positiva entre la presencia de alumbrado público y las tasas de robo, incrementando la probabilidad en 1,21 puntos porcentuales. Esta aparente contradicción requiere un análisis más profundo de las dinámicas urbanas.
Según Vidal et al., esta correlación no indica necesariamente que la iluminación cause criminalidad, sino que tiende a instalarse en áreas con alta actividad peatonal, comercial o turística, que inherentemente atraen tanto a personas como a potenciales delincuentes. La iluminación puede señalar mayor inversión en infraestructura y claridad espacial, características asociadas con barrios de mayores recursos que se convierten en objetivos atractivos para robos.
La investigación de Subham Roy y Indrajit Chowdhury titulada “Brighter Nights, Safer Cities” confirma que la relación entre iluminación y criminalidad es contextual y compleja. Una adecuada iluminación depende no solo de su intensidad, sino de cómo y dónde se implementa, considerando la configuración urbana circundante.
Morfología urbana: tamaño de manzanas y diseño espacial
El tamaño de las manzanas urbanas constituye otro factor significativo identificado en la investigación. Según Vidal et al., manzanas más grandes están asociadas con un incremento en la probabilidad de robos callejeros, validando los postulados de Jane Jacobs sobre la importancia de manzanas cortas para mejorar la permeabilidad espacial y la conectividad peatonal.
Manzanas extensas limitan las opciones de movimiento peatonal, reducen las intersecciones y, consecuentemente, disminuyen las oportunidades de encuentro e interacción social. Esta configuración morfológica puede crear “espacios intersticiales” con menor vigilancia natural, favoreciendo la ocurrencia de delitos.
El valor de calles frecuentes y manzanas cortas no radica únicamente en su forma física, sino en su capacidad para soportar patrones complejos de uso cruzado dentro de barrios urbanos. Estos elementos morfológicos actúan como facilitadores de diversidad social y funcional, más que como objetivos en sí mismos.
Los factores más efectivos para reducir la criminalidad incluyen la densidad poblacional adecuada y la diversidad de usos del suelo, que juntos generan vitalidad urbana y vigilancia natural. No obstante, elementos como la iluminación y la proximidad al transporte público presentan efectos paradójicos que requieren abordajes contextualizados.
Transporte público: conectividad y seguridad
La proximidad a estaciones de transporte público presenta una relación paradójica con la seguridad urbana. Mientras que el sistema integrado de transporte de Quito (Metro, Ecovía, Metrobús, Trole) genera flujos peatonales importantes que teóricamente deberían aumentar la vigilancia natural, el estudio de Vidal et al. muestra que una mayor distancia de las estaciones de transporte público está asociada con una ligera reducción en la probabilidad de robos callejeros, estimada en 0,0229 puntos porcentuales.
Según los hallazgos de la investigación, las estaciones de transporte masivo funcionan como “atractores criminales” donde confluyen personas de diferentes sectores socioeconómicos, muchas portando objetos de valor (celulares, dinero) y en situación de vulnerabilidad durante las esperas. Como señalan Vidal et al., “los altos volúmenes peatonales, el mayor anonimato y las rutas de escape accesibles hacen que estas áreas sean atractivas para los delincuentes oportunistas”.
La planificación de estas áreas requiere un enfoque integral que combine vigilancia formal (policía, cámaras) con diseño urbano que favorezca la vigilancia natural a través de comercio activo y espacios públicos seguros en las inmediaciones. Los autores sugieren que la proximidad a los centros de tránsito puede aumentar el crimen debido a las actividades de transición que facilita.
La concentración temporal de homicidios durante horas nocturnas subraya la importancia de mantener actividad urbana durante estos períodos críticos a través de estrategias de uso mixto. Asimismo, la distribución espacial desigual de llamadas de emergencia entre parroquias sugiere la necesidad de enfoques diferenciados según las características específicas de cada territorio.
El caso de Quito demuestra que, la efectividad depende de configuraciones urbanas específicas que deben adaptarse a las condiciones locales. Esta evidencia proporciona una base sólida para informar políticas públicas de planificación urbana orientadas a la construcción de ciudades más seguras y habitables.
(*) Economista, analista económica Revista Gestión.
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