El arte como resistencia: artistas ecuatorianos en Estados Unidos que narran la migración
¿Cómo se siente la migración desde la perspectiva de los artistas ecuatorianos? Dos de ellos lo han materializado en obras que se han expuesto en galerías y centros especializados de Nueva York.

Threads of tension es una instalación inmersiva creada por la artista ecuatoriana Alex Trujillo, que se mostró en la Caelum Gallery, de Nueva York. Quienes atraviesan la instalación entran en un cubo de 3 metros donde se escuchan los sonidos de la selva.
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Torris Pelichet
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NUEVA YORK. En una ciudad donde las luces y el ruido parecen engullirlo todo, hay obras que obligan a detenerse. En las galerías de Manhattan y los museos de Queens, dos artistas ecuatorianos han encontrado un lenguaje que desarma la estadística y devuelve humanidad al fenómeno migratorio. Sus piezas no se limitan a embellecer muros: confrontan, incomodan y recuerdan que detrás de cada cifra hay un rostro, un territorio y una memoria que resiste.
Pablo Caviedes lo comprendió hace más de una década, cuando decidió transformar el mapa de Estados Unidos en un retrato humano. En su serie On the Map, los contornos del país dejan de ser un espacio geopolítico para convertirse en un rostro que a veces es el suyo, a veces el de un presidente como Barack Obama, pero siempre el de un migrante. “Los medios cambian de tono según el presidente de turno, pero la migración nunca desaparece de la agenda. El mapa convertido en rostro busca mostrar eso: que el migrante no es anónimo, es parte de la identidad de este país”, explica el artista, que lleva 23 años en Nueva York.
En otro rincón de la ciudad, Alex Trujillo encontró en el MoMA PS1 el espacio para presentar Sinfonía de la Amazonía, una pieza que une imagen y sonido para cuestionar la idea de que migrar significa cortar con el origen. “Lo que viaja conmigo no es solo mi cuerpo, sino también Quito, Guayaquil, Galápagos y la Amazonía. Esa continuidad estaba ausente en la narrativa migrante que yo veía en la ciudad”, dice la artista, también conocida como Alex.

Ambos se reconocen en una misma pulsión: resistir. Para Pablo, la resistencia se expresa en el silencio de quienes partieron en la crisis de 1998 y a quienes dedicó una de sus series más duras. Para Alex, está en la insistencia de conectar la migración con la defensa de los territorios amazónicos y con el ecofeminismo, convencida de que la violencia contra la naturaleza y contra los cuerpos de mujeres y migrantes forman parte del mismo sistema.
En Nueva York, las reacciones de los espectadores suelen oscilar entre la empatía y la incomodidad. Algunos descubren con sorpresa que la migración no es pérdida, sino creación; otros se incomodan ante la ruptura de estereotipos. “La ciudad espera ver al migrante como víctima. Cuando aparecemos con agencia, con complejidad, rompemos esa expectativa. Y ese quiebre es necesario”, apunta Alex. Pablo coincide: cuando su mapa se transforma en un rostro, el espectador entiende que lo migrante está en el corazón de la cultura estadounidense.

Las historias personales se cruzan con las de miles de ecuatorianos. Durante la crisis financiera de finales de los noventa, más de dos millones emigraron, la mayoría hacia Estados Unidos y España. Hoy, sus hijos y nietos sostienen economías enteras a través de las remesas. Pero el arte permite ir más allá de los números: devuelve voz a quienes se fueron en silencio y construye memoria en un país donde los migrantes suelen ser vistos como transitorios, nunca como protagonistas.
El compromiso de ambos artistas va más allá de sus obras individuales. Alex fundó la Artesana Foundation New York, con la que busca conectar a creadores latinoamericanos con circuitos culturales sin que pierdan sus raíces. Pablo por su parte, insiste en que la comunidad ecuatoriana, encuentra en la diáspora latinoamericana un espacio de fuerza colectiva: “El arte migrante tiene la responsabilidad de hablar, de recordar, de no dejar que la historia se cuente desde afuera”.

La pregunta que sobrevuela es si este tipo de expresiones pueden sobrevivir a la vorágine del mercado cultural. Para Alex, la clave está en mantener la capacidad de narrar lo que otros no dicen, abrir espacios en instituciones como el Guggenheim, a cuya residencia aplica actualmente, y seguir entrelazando la migración con debates globales. Para Caviedes, la certeza es clara: el arte seguirá cumpliendo su rol de espejo incómodo. “Siempre caminaremos un par de pasos adelante, mostrando lo que otros no quieren ver”.
Y así, en una ciudad donde todo parece efímero, sus obras insisten en dejar huella. La migración ecuatoriana, que en cifras oficiales aparece como porcentaje de población o como monto de remesas, en las manos de estos artistas se convierte en sinfonía, en retrato, en memoria que resiste. No es solo un dato: es un cuerpo que viaja, una voz que no calla, un rostro que no se borra.
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