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Punto de fuga

Cuando nos libremos de las sabandijas

Ivonne Guzmán

Periodista desde 1994, especializada en ciudad, cultura y arte. Columnista de opinión desde 2007. Tiene una maestría en Historia por la Universidad Andina Simón Bolívar. Autora y editora de libros.

Actualizada:

24 feb 2024 - 05:59

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Quienes vivimos fuera del país en el que nacimos por temporadas extendidas y sin fecha de retorno, en general, compartimos una sensación de añoranza, intermitente o constante. Lo que nos diferencia suelen ser los motivos por los que estamos fuera y las posibilidades que tenemos de regresar, ya sea de visita o a quedarnos definitivamente. Y en este punto de la historia del Ecuador es casi seguro que también tenemos una pena en común: resignarnos a la idea de que quizá no debamos volver.

Me ha sido difícil contener las lágrimas, cada vez que he visto la escena de Cinema Paradiso —esa película maravillosa de Giuseppe Tornatore— en la que cuando Toto, o Salvatore, se está yendo del pueblo, Alfredo le dice que no ceda a la nostalgia, que no regrese a ver atrás, que se olvide de ellos, que no les escriba, que se vaya para siempre y que a donde vaya ame lo que haga. Siempre había pensado que estando en los zapatos de Salvatore yo desoiría a Alfredo. Pero ahora esa certeza empieza a flaquear.

Es que no hay amor patrio que salga ileso de la terapia de shock por la que estamos pasando los ecuatorianos, tanto dentro como fuera del país. Porque es cierto que quienes no estamos ahí no paniqueamos por las altas posibilidades de sufrir un asalto, un secuestro o de que nos maten, pero vivimos con el corazón en la boca temiendo que algo así pudiera pasarle a alguno de los nuestros.

Y no es solo eso. Tampoco hay paciencia, ni siquiera la de Job, que aguante tanta incompetencia y/o mala fe de los asambleístas que, pudiendo hacer algo para contener el descalabro que aqueja al país, deciden mirarse el ombligo y solo cumplir las órdenes de sus jefes de partido, en lugar de velar por el bienestar de sus mandantes (17 millones de ecuatorianos) que son los que pagan sus sueldos.

¿Quién, en sus cabales, querría volver a un lugar en el que las sabandijas mandan? Sabandijas que además tienen el poder de hacer y deshacer el orden jurídico sin la más elemental de las sindéresis —un poder tristemente otorgado por millones de personas a las que parece que les han dado burundanga porque siguen votando por quienes han probado una y otra vez que cuando llegan a ser funcionarios, no funcionan—.

Esas sabandijas, que mayoritariamente conocemos como asambleístas, aunque no es el único cargo público que ostentan (como corresponde a su proceder de alimañas, están metidas en todos los intersticios del aparato estatal), son, en buena parte, responsables de este dato desolador: el año pasado 121.541 ecuatorianos se sumaron a las huestes del desarraigo que sigue pariendo el país. De hecho, el INEC acaba de confirmar que Ecuador está viviendo una ola migratoria equiparable a la del año 2000.

La cifra proporcionada por el Ministerio del Interior hace pocos días nos está diciendo que esas 121.451 personas dejaron de contar con las condiciones que les permitieran seguir viviendo en Ecuador. Lo más seguro es que la mayoría de ellas se expuso a situaciones inhumanas y ahora mismo está pasándola mal, viendo cómo se vuelve a inventar una vida desde cero.

Pero estas tragedias de sus mandantes a las sabandijas ni les va ni les viene. Ellas están ocupadísimas poniendo los votos que sus jefes necesitan para salvar su ajado pellejo, además de cuidando y calentando el puesto.

A las sabandijas tampoco les preocupa que el Comité Internacional de Rescate (IRC) pronostique que Ecuador esté entre los 20 países del mundo que abonan a la crisis humanitaria global que desembocará en más migración, en las peores condiciones posibles. No, ellas no se dan por enteradas, por eso no legislan para facilitar medios de financiación para el presupuesto nacional tan obvios como la focalización de los subsidios; ni se ocupan de que la ley de extinción de dominio realmente ayude a recuperar lo robado por la corrupción estatal y otros negocios ilícitos. Son apenas dos ejemplos de su inmundicia.

Solo si algún día nos libramos de esta peste, tal vez esos millones de ecuatorianos que se han desarraigado para salvarse, y de paso ayudar a que el país siga a flote (el tercer trimestre de 2023 fue récord en remesas, casi USD 1.398 millones), nuevamente podrán vivir una nostalgia esperanzada. Dejen de votar por las sabandijas y déjennos volver, no sean malitos.

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