Miércoles, 24 de abril de 2024
Efecto Mariposa

Estoy harta del 25N

Yasmín Salazar Méndez

Yasmín Salazar Méndez

Profesora e Investigadora del Departamento de Economía Cuantitativa de la Escuela Politécnica Nacional EPN. Doctora en Economía. Investiga sobre temas relacionados con pobreza y desigualdad.

Actualizada:

25 Nov 2021 - 19:00

Algunos temas irrelevantes, como el del caso de un caballero que tenía varias novias simultáneamente, se vuelven tendencia en las redes sociales.

A pesar de que el contenido de este tipo de historias no es trascendente, confieso que sigo el chisme. Pero, en esto de las tendencias, hay una que simplemente no tolero, me refiero al 'ni una menos' que se difunde con la etiqueta #NiUnaMenosEC.

La antipatía que he desarrollado por el lema #NiUnaMenosEC no es gratuita, pues cuando lo veo, automáticamente viene a mi mente un femicidio y, saber de esto, me causa pavor y hasta escalofrío.

Paso por todos estos malestares, no por mi sensibilidad exagerada, sino porque algunas cifras alertan que las mujeres vivimos en constante peligro.

Según la 'Encuesta Nacional sobre Relaciones Familiares y Violencia de Género contra las Mujeres' realizada por el INEC en 2019, el 65% de las mujeres ecuatorianas hemos sido víctimas de algún acto violento.

Por tipos de agresión, los porcentajes de las mujeres violentadas son los siguientes: violencia psicológica (56,9%), física (35,4%), sexual (32,7%), económica y patrimonial (16,4%) y ginecobstétrica (47,5%).

Aunque en estas cifras no se incluye al femicidio, hay una razón muy poderosa para relacionarlo con estos tipos de violencia 'menores': el carácter ascendente del nivel de violencia.

Sí, la violencia empieza con formas más sutiles, como insultos y burlas que se dicen personalmente o se envían a través del celular o de las redes sociales; amenazas, chantajes, jalones, intimidaciones, entre muchas otras formas que, paulatinamente, escalan a agresiones con correas, cuchillos, machetes, navajas y armas de fuego.

En esta última etapa, cuando la violencia alcanza su máximo nivel, las consecuencias pueden ser fatales y, cuando esto sucede, lo más fácil es juzgar a la víctima y reclamarle: ¿por qué no denunció?

Aunque concuerdo con que la denuncia es uno de los mecanismos para frenar la violencia contra la mujer, antes de juzgar a aquellas que se quedaron en silencio, hay que recordar que, según datos de la encuesta mencionada anteriormente, más del 80% de las mujeres que sufrieron actos violentos no presentaron una denuncia.

En la misma encuesta se encuentran las causas mencionadas por las mujeres que no denunciaron y algunas de estas son:

  • Porque piensan que no les creerán y que, encima, serán tildadas de problemáticas o de exageradas.
  • Porque consideran que son hechos sin importancia.
  • Por vergüenza.
  • Porque creen que fue su culpa.
  • Otro grupo manifestó que no denunció nada porque llegaron a un acuerdo o porque recibió amenazas y tenía miedo a represalias.

Finalmente, está el grupo de mujeres que menciona que no denunció un acto violento porque no sabía cómo o dónde hacerlo o porque creía que no serviría para nada, puesto que los trámites son largos y desconfían de la justicia.

Y es en estas últimas causas que quiero concentrar mi reflexión, pues al leer estas justificaciones, no puedo dejar de pensar en un Estado ausente y cómplice de la violencia; y esto ha sido reconocido explícitamente por Bernarda Ordóñez, secretaria de Derechos Humanos.

Ordóñez menciona que, a pesar de que la Ley de Erradicación de la Violencia contra la Mujer está vigente desde hace tres años, nunca se ha movido un dedo para prevenir la violencia de género.

Ante esas sinceras declaraciones, después del coraje, me invadió la esperanza de que ojalá se concreten acciones para prevenir y erradicar la violencia contra la mujer en Ecuador.

Y en esto quiero ser clara, no estoy hablando de 'celebrar' el 25 noviembre, fecha en la que se conmemora el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y se inicia una campaña de 16 días de activismo, vistiendo ropas de color naranja.

Ni se trata de tomar cócteles en eventos en los que, sin el más mínimo pudor, se pronuncian discursos vacíos para maquillar la huella de dolor y sangre que deja la violencia.

Aunque me conmociona hablar de la violencia contra la mujer, mi contribución al movimiento del 25N es con estas palabras que intentan no juzgar a las víctimas de violencia, por el contrario, mi intención es animarlas a denunciar a sus verdugos.

Nunca imaginé decir esto, pero es mejor ser una sobreviviente de violencia a ser una cifra más de los femicidios. El lector pensará que el trámite de denuncia demorará años, es probable, pero debemos alzar la voz y presionar a las instituciones encargadas.

Este artículo es para todas las mujeres y todos los hombres que quieren vivir en paz, sin matarnos. Pero, sobre todo, estas palabras son para honrar la memoria de todas las que no se cuentan como sobrevivientes de violencia y son un número más de los centenares de femicidios acontecidos en Ecuador en los últimos años.

Que sus muertes nos sacudan, nos quiten la venda de los ojos y nos hagan reconocer la violencia en cualquier ámbito.

Y que el recuerdo de estas mujeres que tuvieron sus vidas cruel e injustamente apagadas nos impulse a tener la valentía para huir o denunciar y para salvar nuestras vidas.

Escribí estas palabras por el 25N, llena de impotencia, de dolor y de indignación por toda la violencia en contra de las mujeres, por los femicidios y feminicidios de este país. Espero que nunca más tenga que escribir sobre el 25N. Espero que todas vivamos seguras al punto que haya que borrar del calendario el 25N.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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