Domingo, 05 de mayo de 2024
Canal cero

Manuela Cañizares, la gran heroína del 10 de agosto

Enrique Ayala Mora

Enrique Ayala Mora

Doctor en Historia de la Universidad de Oxford y en Educación de la PUCE. Rector fundador y ahora profesor de la Universidad Andina Simón Bolívar Sede Ecuador. Presidente del Colegio de América sede Latinoamericana.

Actualizada:

21 May 2023 - 5:26

La noche del 9 de agosto de 1809 había una fiesta de onomástico en el salón de doña Manuela Cañizares, que vivía arrendando en la casa del cura de la parroquia El Sagrario, en la calle que ahora se llama García Moreno en Quito.

Pero era solo la tapadera de una conspiración para preparar la Revolución de Quito. Cuando estaban indecisos de dar el golpe, Manuela los llamó cobardes y "hombres nacidos para la servidumbre" y los lanzó a formar una junta de gobierno.

Manuela Cañizares se consagró como la heroína esa noche y madrugada, la más visible de nuestra historia.

Desde muy joven se había destacado como mujer ilustrada y rebelde. Había nacido en Quito el 29 de agosto de 1770. Hija de Miguel Bermúdez Cañizares, payanés licenciado en Derecho, y de Isabel Álvarez y Cañizares, de una familia de cierta posición social, pero pobre.

Como fue hija ilegítima y su padre no se preocupó de ella, desde muy joven tuvo que valerse por sí misma.

Hacia 1797 vivía sola, soltera y sin hijos, en una casa arrendada del barrio de la Cruz de Piedra. En 1805 compró una quinta de Gregoria Salazar en Cotocollao por 800 pesos. La arrendaba en 151 pesos anuales. Según su propia versión, sus ingresos provenían, además, de la elaboración de encajes y el alquiler de trajes para fiestas.

Cuando se trasladó como arrendataria a la casa parroquial de El Sagrario, abrió su salón para reuniones o tertulias sobre política, arte, ciencia, cultura y también sobre la mojigata, pero activa vida oculta de Quito.

Uno de los concurrentes era Manuel Rodríguez de Quiroga, abogado chuquisaqueño de inclinaciones insurgentes. Se decía que era amante de Manuela, lo que no era inusual en la sociedad de entonces.

El salón de Manuela era un lugar de reuniones sociales, como un club o casino de hoy. No una "casa de citas", como sus detractores dijeron.

La junta quiteña tuvo una vida precaria. Fue derrotada en pocos meses. Sus líderes fueron apresados y muchos asesinados por los realistas.

Manuela también fue perseguida y tuvo que ocultarse en una hacienda de Los Chillos. Pero los pasquines godos la atormentaban a ella y a otras mujeres que habían conspirado. Uno de ellos decía:

¿Quien mis desdichas fraguó?

Tudó.

¿Quien aumenta mis pesares?

Cañizares.

¿Y quien mi ruina desea? 

Larrea.

Y porque así se desea

querría verlas ahorcadas

a estas tres tristes peladas

Tudo, Cañizares, Rea.

Haber mantenido su salón y haber sido la anfitriona de la conspiración de agosto le costó caro. Cuando Manuela pudo volver a Quito, se refugió en casa de unos amigos en el barrio de San Roque.

Cayó enferma y se complicó a consecuencia de un accidente. Hizo testamento el 27 de agosto de 1814 y murió el 15 de diciembre, según algunos en el convento de Santa Clara, según otros en Los Chillos.

No se conservó su tumba y por mucho tiempo su figura fue considerada secundaria en una historia de la Independencia dominada por hombres. Pero en las últimas décadas ha sido reivindicada como la gran heroína que fue.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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