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Análisis

¿Y si un aguacero o una sequía bastaran para hacerte más pobre? En Ecuador esto es una realidad

Las lluvias extremas o la falta de lluvia no solo alteran la vida diaria, también están deteriorando las condiciones económicas de los hogares más vulnerables. Estos shocks climáticos empujan a muchas familias aún más lejos de la línea de pobreza, con impactos especialmente fuertes sobre las mujeres.

Varias personas caminan entre lodo y escombros tras un deslizamiento en una zona montañosa afectada por fuertes lluvias.

Varias personas caminan entre lodo y escombros tras un deslizamiento en una zona montañosa afectada por fuertes lluvias.

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Autor:

Silvio W. Guerra

Actualizada:

24 nov 2025 - 05:55

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En los últimos años, los efectos del clima extremo han dejado de ser un problema lejano o exclusivamente rural. En las ciudades, donde vive más del 60% de la población ecuatoriana, las lluvias intensas, las sequías o los cambios bruscos en el clima golpean con especial fuerza a los hogares que ya viven en condiciones de vulnerabilidad. La combinación de empleo informal, barrios con infraestructura precaria, viviendas en zonas de riesgo y limitaciones económicas hace que un evento climático que dura días tenga efectos que pueden prolongarse por meses o incluso años.  

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En Ecuador, esta realidad es especialmente relevante. La mayoría de la población urbana vive en territorios expuestos a inundaciones, deslaves o sequías y muchos barrios crecen en zonas donde faltan drenajes, calles adecuadas o servicios básicos. Cuando llega un evento extremo —lluvias demasiado intensas o una temporada inusualmente seca— los primeros afectados suelen ser quienes dependen de ingresos diarios, no tienen ahorros, trabajan en la calle o viven en asentamientos informales.

Entender cómo los shocks de lluvia afectan la economía de los hogares urbanos es fundamental. No se trata solo de cuánta lluvia cae, sino de cómo estos eventos pueden empujar a las familias más pobres aún más lejos de la línea de pobreza, ampliando brechas ya existentes y limitando su capacidad de recuperación. Eso es exactamente lo que analiza el estudio “Rainfall shocks push people away from the poverty line, making them poorer: Evidence from urban Ecuador”, elaborado por Cristhina Llerena y Alisher Mirzabaev.      

Clima, hogares y territorio: las tres piezas que revelan cómo la lluvia impacta la pobreza

Para entender realmente qué ocurre cuando llueve demasiado (o cuando deja de llover) este estudio combina, por primera vez en Ecuador, tres tipos de información que normalmente se analizan por separado: datos climáticos diarios, encuestas económicas de hogares y mapas oficiales sobre zonas urbanas susceptibles a inundaciones, sequías o deslizamientos.  

Entre 2007 y 2019, los investigadores analizaron a más de 140 mil hogares urbanos que volvieron a ser encuestados en distintos años. Estas familias reportaron su ingreso, su situación laboral y las características de su vivienda. Esa información permitió observar cómo cambiaba su estabilidad económica a lo largo del tiempo.

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A esa base de datos se sumaron registros climáticos de alta precisión que permiten identificar si, en el barrio donde vive cada hogar, hubo un episodio de lluvia inusualmente fuerte o escasa. No se trata de cualquier variación del clima, sino de eventos extremos: lluvias muy por encima de lo habitual o sequías que rompen los patrones históricos.

Finalmente, los autores cruzaron esta información con mapas oficiales que muestran qué zonas urbanas son más vulnerables a fenómenos naturales. Barrios en laderas, sectores sin drenaje adecuado o zonas bajas propensas a inundaciones forman parte de la realidad de miles de familias urbanas en Ecuador.

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Mapa de alta susceptibilidad a inundaciones, sequías o deslizamientos de tierraLlerena y Mirzabaev (2025)

¿A quiénes golpea más el clima extremo y por qué?

Al combinar las encuestas de hogares con la información de lluvia diaria, se observa que los hogares urbanos enfrentan shocks de lluvia, ya sea por exceso o por falta de precipitaciones. Las familias se ven más afectadas por lluvias extremas que por sequías y 2017 aparece como un año especialmente crítico, con un número inusualmente alto de eventos extremos.   

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Además, más de la mitad de los hogares analizados vive en parroquias urbanas clasificadas como altamente susceptibles a inundaciones, sequías o deslizamientos, particularmente en zonas costeras y en la franja andina, donde la topografía y la deforestación aumentan los riesgos.

El resultado general muestra que estos eventos amplían la brecha con la línea de pobreza, pero con efectos muy distintos según el nivel de ingreso. Entre los hogares de menores ingresos, el impacto es considerable: en el decil más bajo, los shocks de lluvia incrementan la distancia a la línea de pobreza en alrededor de 10 puntos porcentuales. Esto significa pasar, en promedio, de estar aproximadamente 52% por debajo de la línea de pobreza a cerca de 62% por debajo después de un evento extremo.

El estudio confirma este patrón al observar directamente el ingreso. En el agregado urbano, un shock de lluvia reduce el ingreso per cápita en torno al 3%. Sin embargo, entre los hogares del decil más bajo, la caída se aproxima al 26%, es decir, más de una cuarta parte del ingreso mensual se pierde como consecuencia de un evento climático extremo.

Esto ilustra cómo los hogares más pobres, que dependen de actividades informales, trabajos diarios o pequeños negocios muy sensibles a las interrupciones del clima, tienen muy poco margen para absorber la pérdida de jornadas, de ventas o de movilidad cuando las lluvias o la sequía alteran el funcionamiento normal de la ciudad.

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En las áreas urbanas clasificadas como altamente susceptibles a inundaciones, sequías o deslizamientos, los shocks de lluvia profundizan la distancia a la línea de pobreza en todos los niveles de ingreso, pero de nuevo con mayor intensidad en la parte baja de la distribución. En el percentil 10, [1] el retroceso llega a unos 15 puntos porcentuales, mientras que, incluso en el percentil 75, la caída supera los 8 puntos. En contraste, en zonas sin alta susceptibilidad, los efectos tienden a ser pequeños o no significativos, lo que sugiere que el cruce entre pobreza y riesgo geográfico agrava de manera importante el impacto de los eventos extremos.

Las brechas de género también aparecen en los resultados. Entre los hogares encabezados por mujeres con más bajo ingreso, los shocks de lluvia aumentan la distancia a la línea de pobreza en alrededor de 14 puntos porcentuales. En los hombres del mismo tramo, el efecto también es negativo, pero de menor magnitud, cercano a seis puntos.

Esto es consistente con la estructura del mercado laboral urbano: muchas mujeres pobres están concentradas en ocupaciones informales y en actividades que dependen del movimiento diario en el espacio público, lo que las hace particularmente vulnerables a cualquier interrupción provocada por la lluvia o la sequía.

La conclusión inevitable: el clima ya está moldeando la pobreza urbana. ¿Qué hacemos?

Los shocks de lluvia (tanto el exceso como la escasez) no solo interrumpen la vida urbana, pueden empujar a miles de familias más lejos de la línea de pobreza. Y lo hacen de forma desigual, golpeando con más fuerza a quienes ya cargan con múltiples vulnerabilidades: hogares pobres, mujeres en trabajos informales y familias que viven en zonas susceptibles.  

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En las ciudades, el clima extremo no afecta a todos por igual ni genera solo daños materiales, también altera trayectorias económicas enteras. Un evento meteorológico que dura días puede tener consecuencias que duran años para los hogares con menos capacidad de respuesta.

Las implicaciones para la política pública son claras. Primero, se requiere una mirada territorial más fina. Las áreas urbanas donde confluyen pobreza y alta exposición a riesgos naturales deberían ser prioritarias en inversión en drenaje, estabilización de laderas, sistemas de alerta y servicios básicos.

Segundo, se necesitan políticas enfocadas en las mujeres que trabajan en la informalidad, cuyo ingreso se interrumpe de inmediato ante cualquier shock climático. Programas de capacitación, acceso a crédito y empleo formal pueden marcar una diferencia real en su capacidad de recuperación.

Finalmente, fortalecer los sistemas de protección social es esencial. Cuando un hogar pobre enfrenta un shock climático sin ahorros, seguros ni redes de apoyo, el retroceso económico puede convertirse en un “círculo del que no se sale”. Contar con transferencias de emergencia o acceso rápido a financiamiento puede evitar que una pérdida temporal se transforme en una pobreza permanente.

El clima extremo actúa como un amplificador de desigualdades. Y si bien no podemos evitar que llueva demasiado o demasiado poco, sí podemos reducir el impacto que esos eventos tienen sobre quienes menos pueden soportarlos. En un país donde la vulnerabilidad climática y la desigualdad conviven de manera tan estrecha, esa es quizás la conclusión más urgente.

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