Viernes, 03 de mayo de 2024
Efecto Mariposa

No seamos semilleros de la corrupción

Yasmín Salazar Méndez

Yasmín Salazar Méndez

Profesora e Investigadora del Departamento de Economía Cuantitativa de la Escuela Politécnica Nacional EPN. Doctora en Economía. Investiga sobre temas relacionados con pobreza y desigualdad.

Actualizada:

11 Ago 2023 - 5:57

La corrupción es el segundo problema que más preocupa a los ecuatorianos, según la última encuesta del Latinobarometro, que fue publicada hace poco.

Sin embargo, cuando se analiza qué tan tolerantes somos los ecuatorianos con la corrupción, el 46% de los entrevistados está de acuerdo en que se debe aceptar cierto grado de corrupción con tal de resolver los problemas del país.

En otras palabras, el termómetro de cuán dispuestos estamos a exigir más transparencia en las actuaciones de los gobernantes, y de todos quienes pueden cometer actos de corrupción, está tan frío, al punto de que casi la mitad de los encuestados da señales de que ya normalizó la corrupción.

A partir de los datos de la encuesta, es imposible saber por qué una buena parte de ecuatorianos aceptó que el destino inexorable del país es la corrupción, pero me atrevo a proponer algunas hipótesis. 

La primera es que perdieron la esperanza de la lucha contra la corrupción, y no los juzgo, en parte, tienen razón, pues, después de tantos escándalos solo queda una sensación de impunidad.

Otro supuesto es que el terror a ser silenciado puede apoderarse de quienes conocen de actos ilícitos, y este temor a ser eliminados no les deja más alternativa que participar de la corrupción o contemplarla en el más absoluto mutismo. 

La última conjetura, aunque pueden existir varias otras, es que sucumbimos a la corrupción y nos enredamos en sus garras, empezando por hechos aparentemente inofensivos, que pueden ir escalando hasta involucrarnos en temas más graves, si tenemos la oportunidad de hacerlo.

Para esta última hipótesis sí hay indicios de que vamos por ese camino, pues parece que las picardías ecuatorianas, o la tristemente famosa viveza criolla, aún siguen vigentes y aceptar que se las comete no ruboriza a muchos. 

En la encuesta del Latinobarómetro, se incluyeron las siguientes preguntas: 

  • ¿Sabe si alguna persona simuló estar enferma para no ir a trabajar? El 35 % de los encuestados respondió que sí conocía a alguien que se inventó una enfermedad con el fin de no ir a laborar.
  • ¿Usted se benefició de un subsidio estatal que no le correspondía? El 17 % manifestó que sí se aprovechó de estos, aún a sabiendas de que no le correspondía.
  • ¿Se las ingenió para pagar menos impuestos de los que debía? El 28 % de los entrevistados se las arregló para tributar menos.

Los actos anteriores pueden ser vistos como menores, graciosos, de gente pilas e incluso pueden causar admiración por la astucia de quienes con éxito salen ilesos de sus fraudes. De hecho, estamos hablando de fraudes social y tributario, y estos son los semilleros de actos de corrupción mayores.

Si bien, la noción convencional sobre la corrupción nos remite a una conducta exclusiva de funcionarios públicos, políticos y burócratas, quienes se aprovechan de sus funciones para obtener un beneficio, no existe una definición única para la corrupción, y esta no solo se refiere al sector público. 

Así, queda claro que es corrupción cuando, por ejemplo, un funcionario público se lleva a su bolsillo algunos millones de dólares por cuenta de que asignó un contrato con sobreprecio a una gran constructora.

No obstante, si se analiza la corrupción de forma general –es el acto corromper o corromperse, estragar, viciar, pervertir– ganar un día de trabajo sin laborar, beneficiarse de un subsidio que no le corresponde o no pagar un impuesto, también pueden ser vistos como actos de corrupción, no importa el tamaño ni la gravedad.

Si queremos un país sin corrupción, todos debemos hacer nuestra parte, manteniéndonos íntegros en lo grande y lo pequeño, en lo público y lo privado; solo así aportaremos a la sobrevivencia de las normas sociales que comulgan con la honestidad.  

Ese será nuestro soporte para no renunciar a la esperanza de que merecemos vivir en un Ecuador sin corrupción y exigirlo sin claudicar ni temor a los gobernantes. Debemos continuar creyendo en que eso es posible, en lugar de seguir siendo vergonzosos semilleros de la corrupción.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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