Sábado, 27 de abril de 2024
Columnista Invitado

No podemos remodelar a Ecuador sin arreglar sus cimientos

Javier Justicia

Javier Justicia

Máster en Política Pública en la Universidad de Calgary y director de Operaciones e Investigaciones de Latin American Initiative, en coautoría con José Paredes, estudiante de Economía de la Universidad Católica (PUCE).

Actualizada:

23 Jun 2023 - 5:26

Ya estamos en precampaña electoral otra vez y se oyen diferentes nombres y, con ellos, surgen diferentes ideas.

Hay propuestas interesantes, en particular en aspectos de seguridad o de economía. Pero lo social sigue relegado. Ecuador tiene problemas más profundos que no pueden corregirse solo con una "mejor administración".

Nuestro argumento es que Ecuador, a pesar de haber sido un país independiente durante más de 200 años, aún tiene estructuras coloniales y que son estas estructuras las que mantienen al país en el subdesarrollo, de manera similar a la que otras estructuras coloniales mantienen en la pobreza a países en África y partes de Asia.

Hablar de racismo estructural en un país y de enfrentar nuestra realidad hereditaria no es victimizarse; todo lo contrario, es un llamado a resolver nuestros problemas internos, y no solo acordarnos de ellos, alarmados, cuando se dan episodios como los de octubre de 2019.

Según 'Oxford Languages', el racismo se define como "la ideología que defiende la superioridad de un grupo étnico frente a los demás y justifica su explotación económica, la segregación social o la destrucción física".

En Ecuador, al igual que en otras naciones poscoloniales, existen grupos dominantes y grupos dominados.

Hoy por hoy, sigue existiendo esta base racial socialmente aceptada, donde los que son considerados blancos o mestizos más blancos se encuentran en la cúspide de la pirámide, y tienen la percepción tácita de superioridad social.

Los grupos afrodescendientes e indígenas, al igual que en tiempos de la Colonia, se sitúan al final de esta pirámide social.

Para el académico ecuatoriano Carlos de la Torre Reyes (1928–1996), el poder de los blancos y de los mestizos, que controlaban los recursos económicos, y la actitud desapercibida de los indígenas, permiten caracterizar a un sistema de dominación étnica de Ecuador hasta los años setenta, como si fuera una dictadura étnica/racial (De la Torre, 1996).

Además, El primer censo agrario ilustró que en los años cincuenta, cuando la mayoría de la población era rural (73,8%), las grandes haciendas monopolizaban más de tres cuartas partes del campo ecuatoriano.

Considerando que, inclusive hasta 1950, la mayoría de la población vivía en el campo, es posible extrapolar que los indígenas, y una mayoría importante de la población, vivió subyugada a través de ese sistema.

La hacienda fue también un sistema político e ideológico de dominación que permitió a los terratenientes directamente, o a través de la mediación de curas y tenientes políticos mestizos, monopolizar el poder local, creando así un "sistema de caciques".

Es, precisamente, este sistema el que prevalece hasta ahora, donde los partidos políticos, que han tomado el lugar de los antiguos terratenientes de la hacienda, consiguen los votos de la población a cambio de beneficios para sus caciques.

Los intereses de estos caciques a menudo han ido en contra de los intereses generales de sus propias comunidades y del país entero, lo cual ha afectado las obras y los servicios públicos, entre muchas otras cosas.

Es posible que la reciente crisis política, que ha culminado con la llamada a muerte cruzada por parte del actual Presidente, se diera porque, al principio de su mandato, objetó a la voluntad de sus otrora aliados de mantener el sistema de caciques, que tanto ha beneficiado a los partidos políticos grandes.

Especulamos que fue esto, en parte, lo que ocasionó la ruptura que le hizo perder al Presidente, la posibilidad de mantener una presencia en el Legislativo que le permitiese gobernar.

Otra estructura viciada, heredada del sistema colonial, es la que permitió que los indígenas fuesen excluidos del sistema político debido a que un requisito para poder sufragar era saber leer, el cual no se eliminó sino hasta 1979.

El problema del analfabetismo, que prevalece en comunidades indígenas y afrodescendientes en zonas rurales, se puede concluir, se debe a que históricamente no habido un incentivo para brindar educación a aquellos que pertenecían a las castas sociales inferiores.

Además de la exclusión política que esta falta de educación ocasionó, también trajo como consecuencia que se relegara a estas comunidades a realizar trabajos manuales, mal remunerados.

Todas estas estructuras viciadas han ido dando forma a la sociedad ecuatoriana actual, y son las que nos mantienen en un conflicto social tácito que entorpece nuestros intentos de progresar.

Nos hemos olvidado de cómo realmente ha ido creciendo la sociedad ecuatoriana.

En su obra de 2001 'Ecuador patria de todos", el historiador ecuatoriano educado en Oxford, Enrique Ayala Mora, sostiene que la adquisición de una cultura más española o blanco-mestiza y la consiguiente pérdida de la cultura indígena, incluidas la lengua, las tradiciones e incluso la vestimenta, se produce cuando los indígenas ecuatorianos emigran del campo a las ciudades en busca de trabajo.

Para Carlos De La Torre esto implica un proceso de aculturación que transforma al indígena en mestizo, sin necesidad de mezclar su sangre.

Algo importante es que este proceso ha ido creando la clase trabajadora de Ecuador, especialmente en las grandes ciudades, hacia donde la migración rural ha sido más importante (De la Torre, 1996).

Si en el mundo de por sí ya existe una división socioeconómica y política entre los dueños del capital y la clase trabajadora, en Ecuador esta diferencia se ha complicado más porque la clase trabajadora está compuesta, en su mayoría, por el indígena que ha emigrado a la ciudad y que ahora es considerado como mestizo o cholo.

Entonces el conflicto natural dentro del sistema de libre mercado entre el capital y el trabajador se convierte, en Ecuador, en un conflicto de razas y culturas lleno de resentimientos históricos.

Y esto se ve exacerbado cuando los políticos de turno se aprovechan del conflicto entre trabajadores y empresarios para mover votantes, encendiendo así el conflicto latente entre culturas y razas, sin que nosotros nos demos ni cuenta.

Desde la histórica relegación de las comunidades indígenas –que ha dejado un conflicto abierto con la Conaie, hasta la paralización del país debido a la crisis política- estos son hechos y situaciones cruciales que no podemos ignorar y que deben ser estudiadas para ser solucionadas.

Cualquier otra propuesta, por más sólida o fuerte que parezca, no podrá quebrar, como no lo han podido hacer buenas propuestas anteriores, un sistema de estructuras viciadas que viene desde el inicio de nuestra historia.

Para todo esto existen soluciones, pero debemos tener la voluntad, como país, para buscarlas.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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