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De la Vida Real

La historia de su propio nombre

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

13 nov 2023 - 05:57

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Al enterarme de que mi primer hijo sería un niño, mi marido y yo no dudamos que se llamaría Jerónimo. Fue un nombre poco pensado. Sentía que así venía inscrito en su ADN. Mi papá le aumentó el José, porque él se llama Francisco José.

Así, Jerónimo José Camacho se convirtió su nombre.

Cuando nació y lo vi, tenía toda la pinta de ser un Jerónimo. Los Jerónimos que he conocido tienen algo que les hace ser Jerónimos, un distintivo en el alma. Son buenas gentes, inteligentes, simpatiquísimos. Tienen algo especial.

Jerónimo José era chiquito, tenía la cabeza más grande que su cuerpo, y unos ojos enormes.

Yo, como toda madre poco objetiva, lo veía como el bebé más hermoso del mundo. Y nadie me contradecía, no sé si por respeto o porque también les parecía lindo. Pero viendo las fotos, era un niño poco agraciado. Cuando le sentaba, el peso de su cabeza lo tumbaba al piso. Fue una de sus primeras gracias, o al menos a mí me parecía chistosísimo.

Con los años, su belleza ha ido aflorando, se equiparó el tamaño de su cabeza con el de su cuerpo y se volvió guapísimo.

Este niño tan soñado tenía un año y seis meses cuando decidió tener su propio nombre, y la verdad, me asusté. Estábamos en el mesón de la cocina. Siempre le ponía ahí para que me acompañara a cocinar. Era un niño increíble, no topaba nada, ni se caía de las alturas. Creo que con él ahí, sentado, he tenido las conversaciones más profundas de mi vida, y él escuchaba y respondía.

Un día, sentado en aquel mesón de siempre, le pregunté: "¿Cómo se llama tu mamá?". A lo

que él respondió: "Vayen". "¿Y tu papá?", le pregunté. "Wishon", me dijo. "Y tú, mi rey, el más hermoso de este mundo, ¿cómo te llamas?".

Me miró a los ojos, y con el dedo índice se señaló a sí mismo y me dijo: "Yo Pacaí". Y sentí miedo. Agarré el teléfono y llamé a mi mamá para que nos viniera a ver, porque su nieto decía que se llamaba Pacaí.

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Bajaron mis papás y vieron cómo su adorado segundo nieto se nombraba a él mismo como Pacaí. Era la palabra más clara que pronunciaba. Pero yo les dije: "No, no le voy a decir Pacaí. Le pusimos Jerónimo y punto. Se llama Jerónimo José, nada de Pacaí".

Desde ese instante, si alguien le decía Jerónimo, él simplemente lo ignoraba. Le decíamos Pacaí y nos miraba y sonreía.

¿Qué se podía hacer ante eso? No nos tocó más remedio que empezarle a llamar Pacaí. Yo le decía "Pacaí de mis amores". Y sí, así se quedó. Como Pacaí.

No voy a negar que cuando lo matriculé en la guardería me dio vergüenza decir que mi hijo se llamaba Pacaí, pero sin esa advertencia se hubiera convertido en una estatua, que no hablaba ni pestañeaba.

Los años pasaron y el Pacaí entró a la primaria como Pacaí, y siempre ha sido Pacaí, para sus tíos, amigos, primos.

Todos le conocen como Pacaí. Hay veces que me olvido que se llama Jerónimo y me refiero a él como: "Mi hijo, el Pacaí", y la gente me pregunta: "¿Por qué le pusiste así al pobre guagua?", y yo me río y digo: "Él se autodenominó Pacaí, pero en realidad se llama Jerónimo", y cuando le ven le saludan: "Hola Pacaí".

El otro día me dijo: "Mamá, es un lío llamarse Pacaí, porque en la secundaria los profesores dicen que me tengo que llamar Jerónimo. El inspector me dijo que tú le escribiste pidiendo autorización para salir a la casa de mi compañero, y él no tenía idea de quién era el tal Pacaí".

Le respondí con total sinceridad: "Rey, me olvido que te llamas Jerónimo. Pero si quieres

desde ahora ya no te llamo más Pacaí".

Y él, con esos ojazos que tiene, me miró y me respondió: "Pero mi identidad es Pacaí y defiendo mi nombre, como Abdón Calderón defendió la bandera, o como Churchill a su querida Inglaterra, o como Julio Jaramillo defendió el amor". Ante esos argumentos, ¿cómo le puedo contradecir? Allá él con su nombre en alto que vaya y, como Pacaí, luche contra el sistema educativo.

Pero cuando le hablo enérgicamente, sí me sale el Jerónimo José a flote. Y él me responde "¿Me dijiste Jerónimo? ¿Qué pasó madre?". Y yo puedo matarle cuando me dice madre. Y cara a cara nos enfrentamos. Y nos reímos.

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