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Su mejor faena

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

09 ago 2020 - 19:00

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La noticia nos la dio él mismo durante la Navidad pasada. Toda la familia reunida: los niños corrían, los tíos conversaban, las primas nos poníamos al día y las tías pasaban sus deliciosas viandas, entre ellas la tortilla española más rica que he probado.

El tío Rafa –un apasionado del toreo y sus alrededores- se paró al igual que un torero se para frente al toro, con elegancia, determinación y valentía. Dijo: “Debo comunicarles que tengo cáncer”. El anuncio cayó como una estocada y llegó a lo más profundo de mi corazón.

Un rato dudé, porque el tío siempre hace chistes. Es el más bromista de todos pero, como es médico, de inmediato supe que jamás jugaría con algo así. Solo se oyó silencio, el instante se congeló y los segundos se convirtieron en un espacio gigantesco de tiempo e incertidumbre.

Como si hiciera una larga cambiada, continuó y dijo que, después de oír el consejo de un equipo especializado de médicos, había decidido operarse, hacer la quimioterapia y seguir todo el protocolo establecido. Se le oyó optimista. Él, junto a sus colegas, torearía la enfermedad a cuerpo limpio.

Han pasado ocho meses, ocho meses eternos. Durante los últimos cinco no le hemos visto ni abrazado, porque tenemos miedo de contagiarle del tan temible coronavirus. El chat de WhatsApp de la familia se ha convertido en un centro de gestión para saber cómo sigue el tío.

Cuando está bien, él con humor y esperanza nos informa sobre su estado. Cuando está mal, su esposa, la tía Sol, nos mantiene al tanto de sus tormentos y sus luchas.

Estoy segura de que el tío va a salir triunfante y por la puerta grande. Mientras tanto, creo que estamos tomando conciencia de lo que realmente significa la frase que por las redes leemos en palabras de otros: “Hoy festejo que he vencido al cáncer”. 

Será la frase que dirá el tío al final de esta faena. Estoy segura. Mientras tanto, él relee con pasión los tres gruesos tomos de la historia del toreo de Cossío y aguanta, con los bríos de un maletilla, los estragos de la quimioterapia.

El tío Rafa es esa influencia positiva que todos tenemos y necesitamos. Es chistoso pero también fatalista, es nervioso y, como médico, es certero. Un profesional a capa y espada. Tiene otra pasión que ha regido su vida: la de profesor.

Y cuando hablamos por teléfono me explica sobre su estado como si fuera una alumna que no tiene idea de qué se trata el tema, pero él, entre rodeos y aciertos, me deja tranquila: “Gordita, espero que hayas entendido clarito, aunque dudo mucho de que logres captar el lenguaje de esta eminencia médica”.

Le respondo: “sí, tío, te entendí clarito, aunque creo que más te entiendo cuando me hablas como taurino”. Nos reímos, porque yo no domino ninguno de los dos lenguajes.

No le puedo ver, no le puedo abrazar, no puedo disfrutar de sus chistes ni sus conversas. Es riesgoso visitarle en esta época de pandemia, donde todo es peor. Sé que no está solo, que está cuidado, amado y protegido. Pero no puedo negar que le extraño.

Veo el chat, oigo las notas de voz donde informan que mañana no saldrá del hospital. Es la decimocuarta vez que entra, sale bien, después se pone débil y al poco tiempo otra vez bien.

Y cuando está bien es como si estuviera en el ruedo vestido con un traje de luces, agarrara el capote y saliera a retar su suerte radiante, feliz.

Cuando eso pasa todo es alegría, pedimos más fotos, pedimos más chistes, hasta el instante que la tía o mi prima manda la noticia que el tío amaneció con fiebre, que la infección ha vuelto, que debe regresar al hospital.

La angustia nos invade, las lágrimas salen solas, la desolación y la desesperanza predominan. Palabras de consuelo y aliento van y vienen.

La alegría llega otra vez cuando le dan el alta. Nos olvidamos de las penas. Sabemos que almorzó arroz con lentejas y que quiere más juego de tomate de árbol.

Se reanima, nos contagia a todos la ilusión (como si le hubiéramos visto terminar una gran tanda de naturales), hasta la próxima semana en que entra otra vez al hospital.

Ya acabó la quimio. Ahora le tratan con inmunoterapia. Estamos pendientes de sus estragos, alertas de cada mensaje que llega. El estado de ánimo de todos nosotros se mueve de manera directamente proporcional con el estado de salud del tío.

Quiero ya que esto pase y decir orgullosa: “mi tío venció al cáncer en la mejor faena de su vida”.

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