Viernes, 29 de marzo de 2024
De la Vida Real

Dos turistas aprendiendo de ballenas en Ecuador

Valentina Febres Cordero

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

10 Jul 2022 - 19:00

Mi amiga chilena, Herma, y su mamá, que vinieron de vacaciones a conocer Ecuador, iban a regresar a Chile al día siguiente de terminarse el paro. Las convencimos para que se quedaran una semana más, y fue la mejor idea que pudimos tener. Hablo en plural, porque me convertí en una turista más.

El viernes tomamos un tour bus en Quito que nos llevó a recorrer el Centro Histórico hasta El Panecillo. El recorrido se terminó, y fuimos al mercado artesanal. Si hago una lista de todo lo que compramos, no quedaría espacio para contarles lo más hermoso de esta semana.

El domingo temprano, las tres salimos para Same. Mi abuela nos prestó su departamento en El Acantilado. No me voy a hacer la madre abnegada. Reconozco que ha sido una delicia venir de vacaciones sin marido ni hijos. He gozado de tanta libertad, que hasta les he llegado a extrañar.

El lunes, en el desayuno, nos encontramos con mi amigo biólogo, Javi Oña, quien hace tours científicos para ir a ver ballenas. Todos los años trata de financiar su proyecto para estudiar cetáceos por medio de estas salidas.

Unos años le va mejor que otros. Los clientes le regatean, llegan atrasados, no le pagan, lo dejan plantado, pero él y su equipo siguen en la lucha para que algún día el turismo científico sea tomado en serio.

Hasta hoy yo tampoco entendía bien de qué se trataba. Con las chilenas nos pareció buen plan ir a ver ballenas. El miércoles a las siete nos esperaba el Javi en el puerto de Súa.

No tenía idea que el puerto era tan lindo. Es chiquito. A esa hora estaban los pescadores llegando a sus puestos, y mucha gente les esperaba para comprar los productos de mar frescos. Fue una escena muy marina. Enseguida, el Javi nos presentó a José, el capitán de la lancha, y a Paulo, su ayudante.

Nos subimos en una lancha que tenía techo. Solo íbamos nosotras y la gran tripulación que, durante la navegación, nos enteramos de que trabaja con el equipo de investigación desde hace más de 20 años.

"Lo bueno de las salidas científicas es que al turista le explican el comportamiento de las ballenas. El guía biólogo hace su trabajo, saca fotos, bucea y encuentra datos nuevos de los cetáceos. Traen gente que se interesa por lo que ve. Todos salimos aprendiendo algo", nos dijo José, mientras nos brindaba una rebanada de sandía.

Estábamos en gran charla cuando el Javi nos dijo que viéramos una ballena con su cría. ¡Qué emoción sentimos cuando las vimos! Era una mamá gigante con un ballenato recién nacido: "Debe tener semanas de vida, porque su cuerpo es todavía grisáceo, suave", nos dijo el Javi.

Paulo iba de pie en la punta de la lancha, se sujetaba con una soga que templaba con la mano derecha para no caerse; daba indicaciones a José sobre el lugar donde había visto otro grupo de ballenas.

Y José, sin ir muy rápido, avanzaba hacia allá. "No se puede acelerar mucho porque el ruido del motor las ahuyenta", dijo el Javi. "Este grupo es de machos, cortejan a la hembra. Van a ver cómo empiezan a sacar la cola y a saltar".

No pasó ni un minuto, y nos dieron, a menos de treinta metros, el mejor show que he visto en mi vida: los lomos gigantes de las ballenas, las aletas golpeando al agua y las colas que se movían con ritmo de un lado hacia el otro.

La lancha paró, y el Javi sacó un micrófono que sumergió en el agua. Nos puso unos audífonos y oímos los cantos de las ballenas en vivo. Sentí que me hipnotizaron.

Observamos tres grupos más. El Javi nos explicó que, según el comportamiento del macho y de la hembra, parecería que estuvieran listos para el apareamiento, y para no interrumpirlos nos fuimos a otro punto. El Javi necesitaba tomar unas fotos de un barco hundido.

Llegamos al punto exacto, en la mitad de la nada. Paulo con su mano derecha dio la señal de parar, y alistó el ancla para echarla al mar. José apagó el motor de la lancha, mientras el Javi se puso sus aletas y el esnórquel, agarró su cámara acuática y desapareció.

La Herma y yo nos sacamos los chalecos salvavidas y nos lanzamos en alta mar. La corriente estaba fortísima, y nos sujetamos de la boya, cuando Paulo gritó: "Un grupo grande de ballenas viene hacia aquí".

Y yo, aterrada, de un salto, me subí a la lancha. Todos se rieron a carcajadas de mi agilidad y rapidez. La risa les duró hasta el final del viaje, en Súa. 

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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