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Una Habitación Propia

La vida iba en serio

Maria Fernanda Ampuero

María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.

Actualizada:

16 sep 2021 - 19:05

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A veces el cansancio es vejez y, a veces, lo contrario. Veo gente haciendo cosas y me pregunto si no se acuerdan a cada rato del poema de Gil de Biedma y esa espada de Damocles sobre todas nuestras cabezas. Sobre todo, ese verso inicial que pone la piel de gallina “que la vida iba en serio, uno lo empieza a comprender más tarde”.

Gil de Biedma murió de sida a los sesenta años.

La vida va increíblemente en serio.

Recuerdo, en mi veintena, tener un amigo increíble, un tipo al que mirabas y de inmediato sabías que terminarías tomando cervezas hasta el amanecer y luego, de reenganche, comiendo ceviche en La Canoa de El Continental, sitio donde nos encontrábamos todos los insomnes. Qué gloria, abría las veinticuatro horas.

Mi amigo era loco en el sentido más hermoso del término. Era el de las mejores anécdotas, pero también de lo más atento. El del mejor de los abrazos.  

Todo el mundo lo quería. Corrijo: todo el mundo buscaba su compañía, la forma más bonita de querer.

De repente, en una farra aburrida, lo llamabas como Ciudad Gótica llama a Batman. Te lo arreglaba todo, terminabas llorando de las carcajadas, haciendo locuras, bailando hasta la extenuación.

Si hay alguien a quien yo consideré vida fue a ese chico.

Pero un día, como Gil de Biedma, se dio cuenta de que la vida iba en serio y se colgó.

He estado mucho en él últimamente, en su suicidio y en el poema. ¿Qué pasa cuando nos damos cuenta de que la vida va en serio? ¿Se dan los demás cuenta de que “como todos los jóvenes yo vine a llevarme la vida por delante” y fue al revés?

Pero no. Ya no somos jóvenes y los que creen que están llevándose la vida por delante están en la veintena. Aún no saben. Aún desean dejar huella y marcharse entre aplausos.

Están seguros de que lo conseguirán. Yo lo estaba.

El único sueño que tuve fue una familia propia.

“Que la vida va en serio uno lo empieza a comprender más tarde”.

De niña, cuando me revolcaban las olas, mi abuelito Fernando venía con una toalla a secarme la cara y consolarme.

¿Quién viene ahora?

Con la cara mojada miro hacia la arena buscando a alguien, a quien sea, un alma caritativa que venga con una toalla de rayas rojas y blancas, me seque la cara y quizás, solo quizás, evite que el verso de Gil de Biedma me queme como gasolina toda por dentro.

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