Lo invisible de las ciudades
Alfonso Ortiz y su mapeo de la historia

Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
Actualizada:
El pasado jueves, se realizó el lanzamiento del libro: “Quito a través de sus planos: Historia y Transformaciones”; elaborado bajo la dirección y tutela de Alfonso Ortiz Crespo, eminente investigador de Quito y su historia. Relevantes conocedoras de la ciudad y su geografía circundante colaboraron en la elaboración de tan minuciosa e impecable publicación. El aporte de Andrea Encalada, Elisa Sevilla, Lucía Durán, Cristina Bueno, María Antonieta Vázquez Han y Blanca Ríos-Thouma complementaron la visión historiográfica de Ortiz.
No es la primera vez que Alfonso Ortiz nos comparte su conocimiento de la historia urbana de nuestra capital. “Damero”, una publicación del 2007 fue un precedente relevante, previo al lanzamiento de esta obra más reciente y más amplia en su documentación.
La presente obra de Ortiz es el patio de juegos perfecto para quienes amamos la historia y los mapas. Comparto algunos ejemplos:
El plano de la ciudad elaborado por Dionisio Alcedo y Herrera, de 1732, recuerda la proyección distorsionada de tiempos antiguos; de cuando los planos estaban más interesados en orientarnos, que en proveer medidas exactas. Este nos recuerda al plano que Barbari hiciera de Venecia en el año 1500; pero con un trazo más sencillo; incluso más infantil. Este trazo se nota aún más en el plano que el mismo Alcedo y Herrera hizo de Guayaquil, en 1741; plano que fue más una documentación gráfica del testimonio indirecto dado por terceros. De ahí que uno encuentre a las precarias casitas del barrio del Astillero tan cerca del Golfo de Guayaquil y a Machala. Ese plano evoca más a los bestiarios medievales, donde alguien que no había visto antes un león o un tigre se veía en la obligación de dibujarlo.
Que este tipo de representaciones cartográficas similares a las de Barbari a comienzos del siglo XVI se hayan usado en pleno siglo XVII para dibujar nuestro territorio, nos da a entender las precarias condiciones de nuestros primeros siglos, durante los tiempos de la colonia. Ya para entonces, Leonardo Da Vinci había revolucionado la forma de levantar información cartográfica, en el plano que hiciera de la ciudad de Imola, a pedido de Cesare Borgia; apenas dos años después del barroco y cariscaturesco plano que Barbari hiciera de Venecia.
Las técnicas de levantamiento y representación de Da Vinci se usan en Quito mucho después, con los conocimientos traídos por los miembros de la Misión Geodésica Francesa. Los planos de Jean Morainville (1741), Juan y Ulloa (1748) e incluso un plano anónimo hecho en 1736, representan a Quito proyectándolo de manera ortogonal; de manera más parecida al Imola que dibujó Da Vinci en 1502. Ortiz incluye en esta obra un boceto, presumiblemente del padre Juan Bautista Menten, donde se pueden apreciar directrices rectas y diagonales, similares a las que Da Vinci usó para orientar sus proyecciones en Imola.
También llama mucho la atención cómo la geografía circundante va tomando relevancia, a medida que Quito crece y cambia de escala. El primer fenómeno geográfico en interactuar y relacionarse con la ciudad es el Panecillo; por su ubicación y escala. El Pichincha y el Itchimbía lo hacen, a medida que la ciudad crece y se ensancha. El gran ignorado en este escenario ha sido —y sigue siendo— el río Machángara. Ojalá estemos aún a tiempo de poder revertir las consecuencias de dicha indiferencia ambiental.
Estas elucubraciones —y miles más— están al alcance de nuestra mano, gracias a la incansable labor de personas como Alfonso Ortiz, que han dedicado su vida a preservar la información de lo que fuimos y de lo que somos. Si no fuera por personajes como él, los documentos que testimonian nuestro pasado estarían en manos miopes; que solo ven basura, donde otros ven nuestra historia.
¡Salud, Maestro!