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Esa chulla copa te está matando

Pablo Cuvi

Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.

Actualizada:

12 oct 2024 - 06:00

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Me pregunta una lectora por qué no escribo de política. Humm, aunque no lo haga directamente, siempre escribo de política; si hablo de fútbol o de cine o de literatura, el tablero de fondo a donde apuntan los dardos es la política. 

Otra cosa es que rehúya sumarme al coro de editorialistas que exigen escuchar con atención a los candidatos y leer sus programas para votar conscientemente. Absurdo: si yo, sociólogo que he escrito libros y artículos sobre política, ni siquiera ojeo los planes de gobierno porque suelen ser pura paja, ¿con qué cara exigiría a millones de votantes sumidos en la pobreza tan deleznable tarea?

Sobre esto, una anécdota: en el 2008, cuando Correa llamó a ratificar su Constitución de Montecristi, al salir de las urnas del Colegio Mejía un reportero amigo se acercó a preguntarme cómo había votado. Respondí que en blanco. Me quedó viendo extrañado: “¿Usted, en blanco?”.

Que sí le respondí porque no había leído ese mamotreto que a la vuelta de la esquina sería violado, de modo que no podía pronunciarme a favor ni en contra.

Sabemos que el voto es emocional y apasionado y, en esta época tiktokera se mueve por estímulos superficiales y desinformación. En la campaña presidencial del año pasado, si esos millones de votantes se hubieran informado bien del currículo y los intereses que representaba cada candidato, no hubieran votado por ninguno/una porque ninguno/una estaba calificado para ser presidente.

Hoy el panorama es aún más sombrío y a este presidente de pocas luces (en todos los sentidos) no se le ocurre nada más brillante que condecorar a su papá. La oligarquía es deprimente, vive en su burbuja dorada. Hablemos más bien de uno de los antídotos para el desencanto de la política: el alcohol en sus diversos disfraces, empezando por el vino, objeto últimamente de exámenes y artículos que nos dejan confusos y desvalidos.

Que emborracharse es malo para la salud lo sabes desde los 15 años, aunque te importaba un rábano. En eso consiste ser joven, en que todas esas advertencias te importen un rábano. Caso contrario, no pondrías un pie fuera de la casa por los peligros que acechan allá afuera. Salvo que afuera es donde está la vida.

Pero en la treintena empiezas a preocuparte de lo que es o no es saludable, sobre todo porque soportas esa avalancha de información científica que se va mezclando y distorsionando con el discurso de ecologistas, naturistas, dietistas esotéricos y gurús de diverso pelaje.

Primero dejas el cigarrillo; luego emprendes la retirada del alcohol, cuando los chuchaquis ya son devastadores y lo mejor de la vida es no haber bebido la noche anterior. Y terminas acatando la recomendación de que una copa de vino al día, con la comida, es buena para el corazón y la digestión.

Pero ahora resulta que hasta esa chulla copa te va matando. Según la Asociación Española contra el Cáncer, el 12% de todos los cánceres (sobre todo de boca, esófago, garganta, hígado, colon, recto y mama) tienen una relación directa con el consumo de alcohol, incluso en dosis bajas.

Remata el asunto la OMS: “la cantidad apropiada de alcohol para la prevención del cáncer es cero” porque es malo “desde la primera gota para el cerebro, el sistema nervioso, el hígado, la hipertensión, las enfermedades cardiovasculares”. Así se van al traste los supuestos beneficios del resveratrol, un antioxidante natural que se halla en la cáscara de las uvas. 

Ante un panorama tan triste, Philip Rey, un filósofo francés, escribió que: “Dejar de fumar, dejar de beber, dejar de comer, dejar de amar, es ir perdiendo gota a gota lo que fue la vida para mejor prepararnos a lo que será la muerte”.

Suena bacán y dan ganas de volver a los excesos. Por desgracia, no dejar de fumar y seguir bebiendo y comiendo como descosido lo único que logra es enviarte al hueco unos 15 años antes de la media. Pruebas al canto: tres amigos que no quisieron o no pudieron poner el pie en el freno, hace mucho rato que comen hierba por debajo y beben agua de gladiolos.

Sin embargo, ante un planeta que se está yendo al diablo, no queda más remedio que tomarse un whisky de vez en cuando. Y evitar los noticieros.

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