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¿Siesta o cafeína?

Pablo Cuvi

Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.

Actualizada:

03 may 2025 - 05:55

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Se puede dividir a los seres humanos aplicando muchos y diversos criterios. Uno, poco utilizado pero muy interesante, es separarlos en dos grandes grupos: los que hacen siesta y los que no. 

El teólogo de la liberación Leonardo Boff, siestero confeso, franciscano, ecologista, más a la izquierda que el papa Francisco, atribuye a los monjes y a los frailes haber difundido la costumbre de la siesta en Occidente.

Si ello fue así, en los tiempos cuando la jerarquía de la Iglesia se concentraba en Roma y era dueña de costumbres exquisitas (de donde el dicho ‘bocatto di cardinale’), quienes llegaban a cardenales habían dormido muchas siestas en el ardoroso verano romano, luego de los opíparos almuerzos bañados con generosos vinos.

En cualquier caso, la palabra siesta viene del latín ‘sexta’ por la hora sexta en la que los romanos descabezaban un sueño. Sin embargo, fue en España donde la siesta se convirtió en una costumbre casi sagrada hasta el siglo XX.

Recuerdo que, en el Madrid de los años 70, la gran mayoría de locales comerciales del centro cerraba entre las 2 y 5pm. Salvo bares y restaurantes, claro, y, considerando que una jarra de buen vino de la casa era barata, despachados unos callos suculentos, este servidor acudía también a dormir la siesta en el hotel que quedaba cerca de Puerta del Sol.

Luego se fue imponiendo, allá, acá y en todas partes, el ‘american way of life’ con su acelere enervante y su ‘fast food’ (nombre que lo dice todo) y la siesta empezó a ser vista como cosa de vagos, un rezago de la aristocracia terrateniente, ociosa por definición, y de burócratas somnolientos que cabeceaban en sus escritorios, donde tampoco hacían mucho cuando estaban despiertos.

Menos mal que la ciencia vino a poner las cosas en orden. Porque resulta que una siesta de 20 minutos (es la duración óptima, antes de caer en el sueño profundo) favorece la memoria y los mecanismos de aprendizaje, alivia la fatiga y el stress y recarga las baterías para que el cerebro emprenda las tareas de la tarde. Si sabios como Einstein, Isaac Newton y el mismísimo Aristóteles practicaron y elogiaron la costumbre, ¿quién se permite objetarles?, ¿algún cafeinómano?

He escrito antes sobre los beneficios del café. Una taza de café cargado por la mañana es la droga que mueve al mundo. Los estudios demuestran que la cafeína fortalece la memoria y la atención y nos pone alertas, pero, a diferencia del reposo, más de tres tazas al día estresan al organismo, exacerban el sistema nervioso, alteran el comportamiento, producen gastritis crónica.

El mejor ejemplo de sus excesos fue Hugo Chávez, quien bebía más de 40 tazas al día, de manera que parte del desastre de Venezuela cabe atribuirlo a la cafeína. Si en vez de gobernar hiperexcitado y atolondrado, creyéndose Bolívar, hubiera hecho la siesta, tanto él como su país gozarían de buena salud.

Su émulo, Rafael Correa, en un video reciente mostraba una jarra de café de Galápagos y se declaraba cafeinómano con una sonrisa satisfecha. Corresponde a los politólogos dilucidar cuánto tiene que ver el exceso de cafeína en la forma enervada, incoherente y delirante en la que conduce a la derrota a sus candidatos.

Las bondades de la siesta son conocidas hace rato por fábricas, empresas de distinto calado y hasta universidades como la Espíritu Santo de Guayaquil, que han creado los llamados ‘power nap rooms’ donde alumnos o empleados pueden pegarse una ruca ligera y continuar con renovados bríos la jornada.

El asunto llega a lo pintoresco en Barcelona, donde agencias de turismo ofertan como algo típico la posibilidad de que el viajero haga una siesta en el bochorno del verano; mientras en Canadá varios moteles alquilan por horas sus habitaciones, no para echar un polvo furtivo sino para descabezar un breve sueño después del almuerzo.

Exactamente lo contrario le sucedió, hace dos mil años, al poeta latino Ovidio: en ‘Elogio de la siesta’ cuenta que hallábase tendido para reposar cuando entró la bella Corina e hicieron de todo menos dormir.

¿Qué será mejor para la salud… mental?

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