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De la Vida Real

Un misterio resuelto 33 años después

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

26 ago 2024 - 05:50

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Era alrededor de medianoche. Todos estábamos dormidos, pero yo oí cómo mi papá salió de la casa en silencio. Me pareció raro. Hasta ese día, mi papá era el ser más perfecto para mí. Era mi héroe, un ser incapaz de cometer errores. Yo tenía nueve años.

Esa noche oí cómo algo caía al pozo que teníamos en el jardín. Mi mamá hizo construir un pozo para que en el verano no les faltara el agua a las plantas. Lo que le faltó fue plata para comprar la bomba y poder sacar el agua.

Esa noche oí cómo caían los bultos: plash, plash, plash. Me quedé petrificada, asustada. ¿Qué podría estar botando mi papá en el pozo? ¿Será que no era tan perfecto como imaginaba? ¿Qué ocultaba mi papá? Plash sonaba otra vez.

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Tal vez mi papá era un narcotraficante y botaba la droga en el pozo para que nadie lo descubriera, pero no teníamos lujos, vivíamos con las justas. Yo les había pedido como regalo de cumpleaños que me llevaran en avión, pero me dijeron que algún día. Entonces, la opción de que fuera narco no me pareció muy creíble.

Plash sonó otra vez. Desde que nací, soy fatalista. Siempre en mi mente armo el peor escenario posible y el más trágico. Como quedó descartada la idea de que fueran paquetes de droga, me imaginé que tal vez mi papá era un asesino en serie y estaba botando los cuerpos desmebrados de las personas. Mi corazón empezó a latir más rápido y el pánico me invadió entera, no me podía mover. Me imaginaba a mi papá botando a esos seres, y sufría por él, por su angustia, por cómo se sentiría al tener una vida oculta.

No podía ni tragar saliva del terror que sentía. Pero luego pensé que mi papá no podía ser un asesino porque no tiene idea ni de cómo se corta un tomate. Siempre que había que cocinar, él decía: “Llámale a tu mamá mejor, cuidado te cortes y te salga sangre. Tinita mía, yo me desmayo si veo una gota de sangre. Me muero”.

Mi corazón se calmó. No, mi papá no era asesino. ¿Cómo iba a matar a alguien si al ver una gota de sangre se desmayaba? La policía lo hubiera dado por muerto al verlo tirado junto a otro cadáver.

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Pero algo estaba ocultando. No era narco, no era un asesino, ¿qué podía ser? Tal vez estaba botando pruebas de alguna investigación periodística. Iban a venir los policías, nos pegarían, nos apuntarían con un arma buscando cualquier rastro o prueba que mi papá pudiera tener, y como era tan bueno, quería librarse de toda prueba posible. Pero luego esa idea también se desvaneció. Fue la hipótesis que menos duró, porque mi papá era periodista de cultura, ¿qué mal podía hacer el arte en la vida?

Mi cabeza iba al ritmo del corazón. Empecé a sudar frío. Oí que mi papá abrió la puerta de la casa, entró a la cocina y tomó un vaso de agua. No me podía mover del pánico. Quería preguntarle qué fue lo que botó en el pozo, y sabía que mi papá se prendería un tabaco, me agarraría de las manos, me miraría a los ojos y me contaría la verdad. 

Porque así es él, siempre cuenta todo, y no podría mentirme. Pero también me gustó la idea de pensar que mi papá no era un santo y que algo escondía. Me propuse entrar en el personaje de espía y dudar de él por primera vez en la vida.

Pero al poco tiempo me olvidé por completo de mi papel de Sherlock Holmes.

Este verano, próxima a cumplir 42 años, me acordé de esa noche de terror en el instante en que mi mamá contrató a un maestro para habilitar el pozo. “Ojalá sirva el agua para regar mis plantas, porque tu papá, como jamás puede ver un arma y mucho menos tener una, hace miles de años una noche botó en el pozo cinco cajas de balas y una pistola que ni funcionaba. Esa agua debe estar llena de plomo”, dijo.

“¿Y cuándo mi papá tuvo una pistola?”, pregunté intrigada.

“Era una pistola que un amigo le regaló, pero ya sabes cómo es tu papá, no puede ver un arma, y mucho menos tener una en la casa. Y no se le ocurrió una mejor idea que botar al pozo algo que jamás en la vida iba a usar”, me dijo riéndose. Y yo guardé el secreto de esa noche en la que dudé de mi papá.

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