Ansiedad y depresión en aumento, la salud mental laboral como desafío económico en Ecuador
Los trastornos de salud mental representan un desafío creciente para la productividad laboral en Ecuador. La región registra niveles de ansiedad del 7,3%, superiores al promedio de la OCDE, mientras la inversión en salud mental permanece por debajo del 3% del presupuesto sanitario. Esta situación genera costos sociales y económicos que trascienden el ámbito individual.

Un trabajador con casco y chaleco de seguridad inspeccionando un almacén mientras toma notas en una tabla con portapapeles.
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Flickr Ministerio de Producción - Pablo Cordero
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La salud mental en el ámbito laboral se ha convertido en una preocupación de política pública y desarrollo económico. Los datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo Humano revelan que América Latina y el Caribe presenta niveles de ansiedad del 7,3%, cifra que supera tanto al promedio de países de la OCDE (6,4%) como al promedio mundial (4,7%).
En Ecuador, el Estudio sobre la Carga Mundial de Morbilidad (GBD) muestra que los años de vida saludable perdidos por problemas de salud mental han aumentado de 223.805 en el año 2000 a 410.163 en 2021, representando un incremento del 83%. Este indicador refleja no solo el impacto individual de estos trastornos, sino su efecto en la capacidad productiva del país.
La atención a la salud mental representa menos del 3% de los presupuestos nacionales de salud en la región, una proporción que contrasta con la magnitud del problema. Los registros hospitalarios de Ecuador en 2024 muestran 1.681 egresos por trastornos de ansiedad y 1.395 por episodios depresivos, cifras que reflejan únicamente los casos más severos que requieren hospitalización.
Esta realidad plantea interrogantes sobre el impacto que tienen los problemas de salud mental no diagnosticados o no tratados en la productividad laboral, la estabilidad de las empresas y el desarrollo económico del país. Los estudios realizados en empresas ecuatorianas comienzan a proporcionar evidencia sobre estos efectos y las posibles estrategias de intervención.
Esta fueron las tendencias en dos décadas
Los datos regionales muestran una evolución preocupante en los indicadores de salud mental laboral durante las últimas dos décadas. En el año 2000, América Latina y el Caribe registraba niveles de ansiedad del 5,5%, idénticos a los países de la OCDE. Para 2010, la región había aumentado al 6,1%, mientras la OCDE se mantuvo estable en 5,4%. En 2020, la brecha se amplió significativamente: ALC alcanzó 7,3% versus 6,4% de la OCDE (Gráfico 1 y 2).
El comportamiento de la depresión presenta características diferentes. En el 2000, ALC registraba 3,5% frente al 4,3% de la OCDE. Esta proporción se mantuvo estable durante la década de 2000-2010, pero en 2020 ALC aumentó a 4,4%, acercándose al 5,1% de los países desarrollados.
Desagregando en Ecuador, según los datos de la Carga Mundial de Morbilidad (GBD, por sus siglas en inglés), la evolución de los años de vida saludable perdidos por trastornos mentales muestra un patrón de crecimiento sostenido (Gráfico 3). Desde el 2000, cuando se registraron 223.805 años perdidos, la cifra ha aumentado consistentemente cada año, con excepción del período 2020-2021, donde tras alcanzar un pico de 416.151 años en 2020, se redujo a 410.163 en 2021.
Este indicador, desarrollado por el Institute for Health Metrics and Evaluation (IHME), que es un centro independiente de investigación de salud global de la Universidad de Washington, mide el impacto de las enfermedades en términos de años de vida vividos con discapacidad o perdidos prematuramente. Su crecimiento constante sugiere que los trastornos mentales no solo están aumentando en frecuencia, sino también en severidad o duración.
Según Raquel Chamorro, psicóloga especialista en psicología clínica, “el síndrome del burnout es lo que más se detecta, junto con problemas cognitivos como pérdida de memoria y falta de concentración. Esto puede generar ausentismo laboral, bajo rendimiento e incremento en la rotación del personal”, dijo a GESTIÓN.
Características demográficas de los trastornos mentales
Los registros de egresos hospitalarios de Ecuador en 2024 levantados por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC) proporcionan información detallada sobre quiénes son más afectados por los trastornos mentales y en qué momento de la vida se presentan con mayor severidad.
Los trastornos de ansiedad lideran las hospitalizaciones, con 1.681 casos, seguidos por episodios depresivos, con 1.395 casos. Los trastornos depresivos recurrentes representan 925 hospitalizaciones, mientras que las reacciones al estrés grave suman 259 casos. Los trastornos del humor persistentes, con 25 casos, completan el panorama de los principales diagnósticos (Gráfico 4).
Los episodios depresivos muestran mayor concentración en el grupo de 15-19 años (351 casos) y 20-24 años (209 casos), edades que coinciden con el ingreso al mercado laboral. Los trastornos depresivos recurrentes siguen un patrón similar, con 232 casos en el grupo de 15-19 años y 138 en el de 20-24 años (Tabla 1).
Los trastornos de ansiedad afectan un rango etario más amplio, desde los 5 años hasta adultos mayores, pero mantienen concentraciones importantes en los grupos de 15-19 años (283 casos) y 20-24 años (233 casos). Esta distribución sugiere que la transición hacia la vida laboral adulta representa un período de particular vulnerabilidad.
Juan Cadena y Mercedes Navarro, en su artículo “Salud mental para el desempeño laboral de los trabajadores de la empresa Cedal-Ecuador”, observaron que “los trabajadores que gozan de un estado de salud mental ideal mostraron una mayor eficiencia al desempeñar sus labores, así como una mayor capacidad para enfocarse, solucionar problemas y tomar decisiones precisas”.
El impacto laboral
La investigación realizada por Cadena y Navarro en la empresa Cedal-Ecuador identificó mecanismos específicos a través de los cuales los problemas de salud mental afectan el desempeño laboral. Su estudio, basado en una muestra de 50 trabajadores de una población de 230, reveló aspectos importantes sobre la percepción y manejo de la salud mental en el ámbito empresarial.
El 56% de los trabajadores encuestados consideró que su empresa no ofrece un entorno que apoye la salud mental. Esta percepción se relaciona con la falta de claridad sobre el concepto mismo: durante la aplicación del estudio, muchos empleados requirieron ejemplos o explicaciones para comprender qué implica la salud mental.
El 42% de los trabajadores manifestó que no existe apertura para conversar sobre problemas de salud mental con supervisores o colegas. Los investigadores observaron que esta reticencia se debe al temor de que estas conversaciones se interpreten como quejas o inconformidades laborales.
Chamorro explica los mecanismos físicos del deterioro, “El burnout puede generar tanta fatiga que aparecen cambios físicos como alteraciones del sueño, cambios de peso, migrañas y problemas gastrointestinales. A nivel emocional, existe desapego, indiferencia, mayor irritabilidad y dificultades para concentrarse en las tareas”.
Un trabajador de 22 años, que prefirió mantener su identidad en reserva, contó a GESTIÓN cómo los trastornos de salud mental impactan directamente las oportunidades laborales. Él fue diagnosticado con Trastorno Límite de la Personalidad (TLP) y depresión, además de tener predisposición genética para desarrollar esquizofrenia en el futuro.
Durante un episodio depresivo severo, su rendimiento laboral se vio gravemente afectado. “Tuve un bajón muy fuerte que cambió completamente mi forma de comunicarme en el trabajo. El TLP afectó mucho mi manera de responder a las recomendaciones de mis supervisores, y mi estado depresivo hizo que mi conducta no coincidiera con el perfil que la empresa esperaba para el ascenso”, relata.
Cuando decidió explicar su situación de salud mental a la empresa, buscando comprensión y no justificación, la respuesta fue desalentadora: simplemente ignoraron su condición y le recalcaron que lo único que les importaba era el rendimiento. “Al final, perdí la oportunidad de ascender porque mi forma de ser durante la crisis no ‘encajaba’ con lo que consideraban apropiado. La empresa mostró una indiferencia total hacia mi diagnóstico y dejó claro que solo les interesaba los resultados”, añade.
Su testimonio evidencia el menosprecio hacia la salud mental que prevalece en el mundo corporativo, donde se perpetúan ciclos de exclusión que afectan tanto al trabajador como a la productividad empresarial.
Este caso no es aislado. La investigación “Salud mental y su relación con la satisfacción laboral en trabajadores ecuatorianos”, desarrollada por la Universidad Técnica Particular de Loja con 4.168 participantes, confirmó correlaciones negativas significativas entre los indicadores de salud mental y la satisfacción laboral, con coeficientes entre -0,209 y -0,260.
Estos coeficientes indican que cuando aumentan los niveles de depresión, ansiedad o estrés en los trabajadores, disminuye proporcionalmente su satisfacción con el trabajo. Es decir, por cada incremento en los síntomas de malestar psicológico, se observa una reducción medible en qué tan satisfecho se siente el empleado con su empleo.
La dimensión económica del problema
Los costos asociados a los problemas de salud mental en el trabajo trascienden los gastos directos en atención médica, extendiéndose a pérdidas de productividad, rotación de personal, ausentismo y deterioro del ambiente organizacional.
Chamorro describe los costos directos que enfrentan las empresas: “Si tengo un trabajador con problemas de salud mental, va a existir ausentismo laboral debido a crisis, consultas médicas o síntomas incapacitantes. Cuando asiste al trabajo, su rendimiento puede ser bajo por lo que está padeciendo”.
El estudio realizado en Cedal reveló que la mayoría de trabajadores está en desacuerdo con aspectos como la carga de trabajo, el equilibrio vida-trabajo y las oportunidades de desarrollo profesional, factores que inciden directamente en la satisfacción y, por tanto, en los costos de retención de talento.
A nivel nacional, los años perdidos por problemas de salud mental representan una reducción en el capital humano disponible para actividades productivas. Considerando que estos años se concentran en población económicamente activa.
Estrategias de intervención basadas en evidencia
Las investigaciones analizadas proporcionan evidencia sobre estrategias efectivas para abordar los problemas de salud mental laboral, tanto desde perspectivas organizacionales como individuales y de política pública.
Chamorro propone un modelo de intervención multinivel. A nivel de política pública, enfatiza la aplicación de normativas existentes: “Tenemos un Código de Trabajo que no se está respetando, derechos como seres humanos que no se están tomando en cuenta. Es necesario promover el uso de códigos de convivencia y leyes laborales existentes”.
A nivel organizacional, recomienda “diseñar ambientes sanos de trabajo con normas claras, ajustar cargas laborales de forma realista, definir roles y responsabilidades, y promover una cultura de salud mental con horarios flexibles y políticas que protejan al empleado”.
La investigación de la UTPL sugiere que las organizaciones implementen “programas de bienestar, capacitación en resiliencia y políticas de flexibilidad laboral”. El estudio encontró que los trabajadores con niveles altos de capital psicológico (combinación de autoeficacia, esperanza, resiliencia y optimismo) muestran mejor rendimiento laboral.
A nivel individual, Chamorro recomienda “acudir a profesionales cuando se necesite, realizar autocuidado, gestionar el tiempo y definir límites personales. Es importante tener estrategias de afrontamiento como yoga, mindfulness o ejercicio, y mantener redes de apoyo familiares y sociales”.
La evidencia sugiere que las intervenciones más efectivas combinan elementos preventivos y reactivos, abordando tanto factores individuales como organizacionales. La clave está en reconocer que la salud mental laboral es un tema que requiere abordaje sistémico, no intervenciones aisladas.
(*) Economista, analista económica Gestión Digital.
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