El virus de la informalidad invade a la economía ecuatoriana
Este fenómeno se concentra entre jóvenes, adultos mayores, mujeres con baja escolaridad y personas del área rural. Aunque el estancamiento económico influye, el fuerte aumento de la informalidad se explica también por la destrucción neta de empleos formales.

Un vendedor ambulante ofrece cocos en una esquina bajo sombrillas.
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La informalidad admite varias definiciones. Según el INEC, incluye a personas que trabajan en unidades productivas de menos de 100 trabajadores y que no tienen RUC. Nosotros, para poder usar la data compilada por el Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales (Cedlas) y la del INEC y comparar a Ecuador con otros países de la región, definimos como informales a los asalariados que no están afiliados a un sistema de pensiones, a quienes trabajan por cuenta propia y no son profesionales, y a trabajadores no remunerados.
Así definida, la informalidad en el Ecuador de hoy afecta al 74% del empleo.
El trabajo informal es de baja productividad. La informalidad es, por tanto, un resultado y una causa del bajo crecimiento. Las duras condiciones de vida de los informales, además, corroen la equidad y cohesión social: un caldo de cultivo para la inestabilidad política, polarización, y populismo económico.
Caracterización de la informalidad
Pensemos en María Zambrano (una ecuatoriana ficticia pero representativa). Ella logró terminar la secundaria, no pudo continuar sus estudios universitarios, y decidió ingresar al mercado de trabajo. Si la composición de la fuerza laboral ecuatoriana observada en 2024 se mantuviera constante, la probabilidad de que María termine en la informalidad es muy alta: 87%. El ser mujer no le ayuda. Si fuese un hombre con el mismo nivel educativo, esta probabilidad sería menor: 80%. Además, si María viviera en el campo, la probabilidad de que termine trabajando en el sector informal subiría a 95%, casi una certeza.
Lo que sí le ayudaría a María, y mucho, sería tener educación universitaria, en cuyo caso la probabilidad de unirse a las filas de la informalidad sería sustancialmente menor: 15%. Más aún, con educación superior desaparecería la diferencia de género, en el sentido de que ser mujer no le restaría oportunidades para alcanzar un empleo formal: tendría una probabilidad parecida o mayor de hacerlo que un hombre con el mismo nivel educativo. Lamentablemente, es bastante improbable que María acceda a la educación universitaria, pues el 86% de la fuerza laboral ecuatoriana no tiene educación superior.
La edad es otro factor importante. La informalidad se concentra en los extremos etarios, es decir, los jóvenes (15-24 años) y los adultos mayores (65 años o más). Si bien muchos jóvenes no participan en la fuerza laboral porque estudian a tiempo completo, el 87% de los jóvenes que sí participan y tienen algún tipo de empleo trabajan en la informalidad. Al otro extremo etario, y como quizás es de esperarse, la mayoría (el 89%) de los adultos mayores que siguen trabajando lo hace en la informalidad.
Una característica preocupante es que el 15% de los jóvenes en edad de trabajar (15-24 años) son “ninis”, esto es, ni estudian ni trabajan. Son “ninis” tal vez porque se desaniman y dejan de buscar empleo, pero también porque se unen a pandillas y grupos de crimen organizado, en cuyo caso su “trabajo” ilícito no se registra bien en las estadísticas.
Así fue el deterioro de la informalidad en Ecuador
La informalidad en Ecuador muestra un marcado deterioro desde el 2015, cuando llegó a su fin el boom de las materias primas. En el periodo 2016-2024, el número de empleos se expandió, en promedio, a un ritmo de 99 mil por año. Lo trágico es que no hubo creación neta de empleos formales, sino más bien una destrucción neta de los mismos, a un ritmo de 66 mil por año. Ante tan fuerte reducción de opciones de empleo formal, los ecuatorianos que entraron a la fuerza laboral en ese periodo (la mayoría de los cuales no podía darse el lujo de no trabajar) terminaron haciéndolo en el sector informal. El número de empleos informales (principalmente asalariados no afiliados a la seguridad social y cuentapropistas no profesionales) creció con fuerza (y a la fuerza), a un ritmo de 165 mil por año (Gráfico 1).
El deterioro reciente del mercado laboral ecuatoriano es muy atípico en la región. En 2015 Ecuador tenía una tasa de informalidad menor a las de Colombia, Perú y Paraguay, países con un PIB per cápita similar. Por tanto, es muy preocupante que, en una muestra de 14 países latinoamericanos, la tasa de informalidad haya registrado el mayor aumento en Ecuador, pasando de 59% en 2015 a 74% en 2024, esto es un aumento de 15 puntos porcentuales (Gráfico 2).
En contraste, en siete de los 14 países la informalidad se redujo, particularmente en Colombia (8 puntos porcentuales). En los otros seis países en los que aumentó, lo hizo con menos fuerza, en un rango de entre un punto porcentual (Bolivia) y ocho puntos porcentuales (República Dominicana).
El estancamiento económico ecuatoriano de la última década no ha ayudado a que la informalidad se reduzca, pero tampoco explica su aumento. En efecto, una simple regresión, basada en la data del Cedlas, sugiere que si el PIB per cápita creciera a un ritmo de 1% por año a lo largo de 10 años (esto es, un aumento acumulado de 10,5%), se esperaría que, ceteris paribus, la tasa de informalidad disminuya en tres puntos porcentuales. El hecho de que el PIB per cápita ecuatoriano prácticamente no haya crecido desde el 2015 (Gráfico 2) debió estar asociado a un estancamiento en la tasa de informalidad, y no a un aumento tan grande como el que se registró en los hechos.
Nota: Se usa la data de 2024 para Ecuador y la más reciente disponible para el resto.
La informalidad se ha convertido en el rostro más visible del deterioro laboral en el Ecuador. En menos de una década, el país ha pasado de tener una de las tasas más bajas de la región a encabezar el crecimiento de este fenómeno, que ya afecta a casi tres de cada cuatro trabajadores. Mientras el país pierde terreno frente a sus vecinos, la falta de políticas efectivas y de inversión en educación superior perpetúa un círculo vicioso de baja productividad y desigualdad.
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