Viernes, 26 de abril de 2024
La Cocina Imaginada
Coladas moradas y guaguas para celebrar la vida
Ignacio Medina

Ignacio Medina

Me dedico al periodismo gastronómico desde hace 40 años. He trabajado en diarios, revistas especializadas, emisoras de radio y programas de televisión. La crítica es imprescindible para avanzar en cualquier disciplina; sin ella es difícil hacerse preguntas y recibir estímulos para buscar respuestas. 

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5 Nov 2022 - 5:28

Tuve la suerte de pasar dos veces el Día de Difuntos en Ecuador. Los dos en la sierra, uno cerca de Riobamba y el otro en Cuenca, y aprendí a disfrutar la fiesta de una manera muy diferente a la de mis otras tierras.

En España, el Día de los Muertos se vive entre buñuelos de viento (pequeñas bolas de masa frita que suflan en contacto con el aceite hirviendo y quedan rellenas…de aire) y huesos de santo, dulces cilíndricos preparados con mazapán (almendra molida, azúcar y huevo) y rellenos con yema de huevo confitada.

Los huesos de santo aparecen cada vez menos y los buñuelos llegan rellenos de cualquier cosa, menos de aire: crema, dulce de camote, chocolate… pero siguen siendo dulces de temporada: aparecen en esta época del año.

En Perú empecé a celebrar los difuntos andinos. Las grandes ceremonias en los cementerios, con la familia compartiendo la comida preferida del antepasado, música… a veces haciéndose más discretamente en las casas.

Nunca había vivido fiestas así. Internet nos lleva directamente a cualquier experiencia que queramos contemplar, pero le falta la otra parte, vital y cercana, en la que se toca, se huele, se saborea, se siente y se conoce de verdad.

Ahí encontré la primera guagua. Fue en la plantación de café de Darío Fundes, cerca de Perené, en Chanchamayo, en la selva central. Había dos, una en forma de niño y otra representando un caballo.

En Ecuador tomó un carácter diferente. Más ceremonial, también más de fiesta familiar. La guagua se une a la colada morada para reunir familias alrededor del recuerdo y las risas que muestran la esencia de la vida.

Hace mil quinientos años, el pueblo Kitu Kara, que habitaba los parajes que hoy llamamos Quito, celebraba la llegada de las primeras lluvias sacando las momias de sus difuntos al sol, para que recibieran las primeras gotas de agua.

Festejaban con sus antepasados la llegada de la vida que trae consigo la lluvia: la prosperidad de la producción agrícola.

La relación entre la vida y la muerte es una de las señas de identidad de la cosmogonía andina. Cada pueblo las desarrolló a su manera, hasta que los incas llegaron para asimilarlas y unificarlas, como haría otra vez los castellanos.

No hay un pueblo que no celebre a sus antepasados. El sincretismo que trae el cruce de culturas aporta el resto. Muchos celebran hoy una ceremonia católica, dándole formas y usos andinos, o al revés.

Las culturas se mezclan en la colada morada. El maíz morado, el ishpingo, el mortiño, el arrayán y la hierbaluisa americanos, enlazados con la hoja de naranja, el cedrón, la piña, la mora o la canela, nacidas al otro lado del mundo.

Lo maravilloso de la cocina es su capacidad para reunir relatos, ideas y formas de entender la vida alrededor de un mismo plato.

Cada vaso de colada morada ofrece la oportunidad de beber la historia. Es un trago de identidad, una forma de volver atrás en el tiempo, incluso sin saberlo, y comulgar con nuestras raíces.