Martes, 30 de abril de 2024

Medardo Ángel Silva, el poeta de los eternos 21 años

Autor:

Eduardo Varas

Actualizada:

10 Jun 2019 - 10:21

El 10 de junio de 1919, el cronista y poeta guayaquileño se disparó en la sien en presencia de su amada Rosa Amada Villegas. El autor de ‘El alma en los labios’ es una de las glorias literarias del país.

Autor: Eduardo Varas

Actualizada:

10 Jun 2019 - 10:21

Medardo Ángel Silva - Foto: PRIMICIAS

El 10 de junio de 1919, el cronista y poeta guayaquileño se disparó en la sien en presencia de su amada Rosa Amada Villegas. El autor de ‘El alma en los labios’ es una de las glorias literarias del país.

Esta es la historia de uno de los poetas decapitados de Ecuador, o mejor dicho del final de uno de ellos. Silva era el joven que, dependiendo de las fuentes que se usen, podía ser el adicto a la morfina, el consumidor de opio, o el tipo terco con aspiraciones sociales, conocedor de italiano, francés y latín, pianista consumado que tocaba Schubert y Beethoven y que incluso fue a una reunión importante en frac y con sandalias, porque así lo había hecho Paul Verlaine décadas atrás, en Francia.

Silva era ese joven poeta que falleció hace 100 años, a dos días de haber cumplido 21.

De un disparo que, según se cuenta, él mismo se propinó, en presencia de Rosa Amada Villegas, su antigua novia, que no tenía ni 16 años —como lo cuenta Rodolfo Pérez Pimentel en su Diccionario Biográfico del Ecuador—,dato que muy poco se toma en cuenta cuando se analiza la vida y obra del guayaquileño.

Medardo Ángel Silva es uno de los nombres más importantes de la literatura ecuatoriana. Y a un siglo de su muerte, esa importancia no ha disminuido.

Junto a Ernesto Noboa Caamaño, Arturo Borja y Humberto Fierro integraron la llamada Generación decapitada, agrupación que fue reunida por los críticos —no por decisión de los escritores— tanto por los intereses y alcances estéticos, así como sus muertes prematuras. Poetas influenciados por el simbolismo y el modernismo, especialmente de Rubén Darío.

Silva podría ser visto como el genio artístico de las letras ecuatorianas. Joven rebelde y de familia de escasos recursos —dejó el colegio Vicente Rocafuerte al negarse a cortarse el pelo— trabajó desde muy joven. Publicó su único libro en vida, El árbol del bien y del mal, en 1917, en una edición propia. La novela María Jesús vio la luz por entregas a través de diario El Telégrafo en 1918. Es este contacto con este periódico que marcaría otro hito de relevancia en su la vida de este escritor: su experiencia periodística.

Portada de 'El árbol del bien y del mal y otros poemas', de Medardo Ángel Silva.

Portada de 'El árbol del bien y del mal y otros poemas', de Medardo Ángel Silva. Ediciones Ariel

Colaboró en varias revistas de la época e incluso, con 19 años, llegó a ser jefe de redacción de medios como Renacimiento y Patria. Con el seudónimo de Jean d’ Agreve —tomado del título de una novela del vizconde Eugène-Melchor de Vogüé, de 1897— se dedicó de lleno a la crónica, con el objetivo de mostrar la ciudad de una manera particular, tal como lo cuenta el escritor Jorge Martillo Monserrate, en un texto publicado en julio de 2008, en diario El Universo:

“En las crónicas La ciudad nocturna —diario El Telégrafo, abril de 1919— retrata al Guayaquil bohemio y marginal. Es cuando Silva confiesa que su vida recién comienza a medianoche (...) Casas sucias y estrechas, escenario de La tristeza del burdel, donde describe con realismo a las prostitutas de la calle Machala (...) Silva también describe escenarios donde se afincaba el vicio en Fumadero de opio. Esos antros estaban ubicados en Escobedo, la calle maldita de esa época”.

Jorge Martillo Monserrate en ' El Guayaquil nocturno que describen las crónicas de Medardo Ángel Silva'

En estos escritos hay una conciencia de clase, pero también un sentido estético y compromiso con mostrar aquello que quedaba de lado; como lo hicieran en su momento los poetas franceses que tanto le dieron, como Charles Baudelaire. En toda su obra escrita, el sentido de Silva estaba en dialogar con lo que sucedía o sucedió en el mundo apenas tres décadas antes.

El día de su muerte, Medardo Ángel Silva pidió una foto de Oscar Wilde que dejaría en su habitación. Se vistió de negro —traje, corbata de seda y zaparos de charol—, tomó el revólver Smith & Wesson, calibre 32, que le había prestado un amigo, y le dijo a su madre que iba a devolverlo.

Había cumplido un domingo los 21 años y ya tenía una hija pequeña, María Mercedes Silva Carrión. Fue a la actual Rumichaca, entre Víctor Manuel Rendón y Quisquís y pidió hablar a solas con Rosa Amada Villegas. Mientras se acomodaban en el salón —ella se sentó lejos de Silva—, él le pidió que se acercara cada vez más. Ante la insistencia, la adolescente se acercó y mientras lo hacía, él sacó el arma y se disparó.

Su madre llegó minutos después y solo alcanzó a limpiar el rostro de su hijo y besarlo en la frente.

Por la trayectoria de la bala se extendió la idea de que se trató una especie de juego de ruleta rusa que salió mal. O hasta de que fue asesinado. Silva había vaciado el revólver y solo dejó una bala. Al analizar el cráneo se descubrió que la bala ingresó detrás de la oreja, por lo que se presume que en el último segundo se movió para evitar la muerte.


El alma en los labios

Literatura y música

El alma en los labios

Uno de sus últimos poemas, El alma en los labios, estaba compuesto por los versos que Medardo Ángel Silva le escribió a Rosa Amada Villegas un poco antes de su muerte. El músico Francisco Paredes se encargó de ponerle música, en homenaje a la memoria de su amigo. Así nació uno de los pasillos más importantes del país, especialmente por la interpretación de Julio Jaramillo.

Los primeros cuatro versos tienen una contundencia que aún hoy sorprenden: “Cuando de nuestro amor, la llama apasionada / dentro tu pecho amante, contemples extinguida /  ya que solo por ti la vida me es amada / el día en que me faltes, me arrancaré la vida”.