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En sus Marcas Listos Fuego

El armisticio de Guillermo, un gobierno de rodillas

Felipe Rodríguez Moreno

PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.

Actualizada:

05 abr 2023 - 05:28

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Abril arrancó con tal estrépito de violencia que a todos nos salpicó la sangre.

Asaltos a mano armada, vacunadores en turbo, cabezas en bancas de parques, Cherres torturado, maniatado y ya germinando larvas cadavéricas, dueños de locales comerciales ejecutados tras entregar la bolsa para salvar la vida.

Y en medio de la sangre en proceso de coagulación, vimos a Guillermo Lasso salir en cadena nacional para anunciar su gran decisión sobre la seguridad ciudadana: escuchó el clamor de la sabiduría del pueblo y por fin, para regocijo de todos los multiorgásmicos con parafilias activadas por el olor a hierro de los glóbulos rojos y la plasma, por fin decretó que todos podamos armarnos para defendernos de la delincuencia.

Lo siento, pero esa no es la verdad. La verdad es que esa gran decisión de Lasso es la expresión máxima, la aceptación más clara, la asunción más incontrovertible de que, en la guerra contra la delincuencia, el Gobierno ha sido derrotado.

La verdad es que esa gran decisión de Lasso es la aceptación más clara de que, en la guerra contra la delincuencia, el Gobierno ha sido derrotado.

En el momento en que un Presidente nos dice que llegó el momento de armar a la ciudadanía, se firma un decreto de rendición, de armisticio a toda regla.

El Gobierno se declara perdedor en esta guerra, arroja las armas, se coloca de rodillas y, disfrazando la más sangrienta paliza como una decisión de estadista, en realidad firma lo siguiente:

  • Que nuestros impuestos no alcanzan, que pagamos por seguridad y que fuimos estafados.
  • Que las fuerzas de seguridad del Estado, que son las únicas legitimadas para utilizar la fuerza para protegernos, han sido vencidas.
  • Que la legítima defensa ya no es una reacción excepcional ante situaciones emergentes donde el Estado no alcanza a salvarte, sino que ahora la legítima defensa es la regla general en un proceso ofensivo, más no defensivo.

Ya va siendo hora que en esta aldea de que entendamos que cuando el Estado nos dice: "ciudadano, ármate contra la delincuencia" en realidad nos está diciendo "ciudadano de tercera, te abandono, no puedo hacer nada más por ti, ahora que se salve quien pueda".

"Ciudadano de tercera, te abandono, no puedo hacer nada más por ti, ahora que se salve quien pueda".

Pero toda rendición tiene un precio, toda sumisión ante el más fuerte acarrea consecuencias, y de eso vamos a hablar hoy.

Verán, no por locos los romanos prohibían que su propio ejército entrara armado a la ciudad.

Incluso cuando ingresaban para celebrar un Triunfo, debían dejar sus gladios en las murallas, porque ya 2.000 años atrás se permitía que sólo la guardia pretoriana (la institución originaria de la policía urbana) estuviese armada para controlar a las masas no capaces de discernir y de comportarse bajo la luz de la norma y la armonía social.

Y es que es mejor que la historia de la humanidad sea la que nos abofetee en la cara antes que permitir que un montón de machitos cabríos nos disparen en la memoria. No por nada de 200 constituciones en el mundo, solo tres reconocen el libre porte de armas.

Está probado que el 58% de las muertes violentas en el mundo se produce por armas de fuego, que el tener una población armada incrementa en un 12% esos índices y que esto genera un triángulo irrefutable que necesito que se tatúe en la memoria de Dory que tienen los demócratas: a más armas más muertos, a más muertos más presos, y a más armas nunca, nunca, nunca menos delincuencia.

A más armas más muertos, a más muertos más presos, y nunca, nunca menos delincuencia.

¿Saben de qué ha servido el porte de armas en Estados Unidos? Para incrementar las muertes de estudiantes en colegios, en cines, en eventos deportivos, en hogares, porque del combate a la delincuencia se ha encargado la Policía, no la ciudadanía.

Es que da risa una sociedad de Tarzanes y Mowglis, que leen medio libro al año, y se creen cualquier barrabasada que les devuelve al estado salvaje de hombres de la jungla.

Lo que no nos ha dicho el Presidente es que biológicamente el mamífero (es decir, usted Rambo de Guangopolo y G.I. JOE de Cumbayá) es una especie extremadamente violenta y que a las especies violentas hay que desarmarlas para controlarlas.

De ahí el rol de los juristas, que a veces resultamos tan incómodos para los libertinos.

Y es que lo que voy a decir ofenderá a más de uno, y espero que por eso no me disparen con sus nuevas pistolitas: la sociedad por esencia es una agrupación de bebés aprendiendo a gatear con un cuchillo de cocina en la mano, con el cual pueden cortar a otros niños, sacarse un ojo o perder sus extremidades.

El rol de los que han hecho el orden jurídico es hacer de papá y mamá y, a través del Derecho, arrebatarles, mis queridos monitos con navaja, cualquier elemento que haga que se destruyan unos a otros.

El orden y el Derecho imponen la autorización del control social únicamente a aquellos uniformados, capacitados para ello, única garantía que tiene una civilización de no expirar y oler a muerta.

Porque ya me imagino a tanto Rambo que anda por ahí suelto, que nunca ha manipulado un arma de fuego, comprando una 9 milímetros para jugar al soldadito y al justiciero.

Le voy a contar un secreto mi querido He-Man de Urdesa: si usted está en su carro estacionado en un semáforo y un sicario en moto se acerca y en menos de un segundo le mete tres disparos que hacen de su masa encefálica un puré, me explica por favor ¿en qué momento se pudo salvar gracias al porte de armas?

Es que el rol del ciudadano no es el de andar disparando para vivir en paz, sino que es el rol del Estado desarmar para que no vivamos en guerra.

Pero en el decreto de rendición de Lasso se ocultan un par de secretillos del tamaño de un fusil: autoriza el porte de armas a través de un permiso especial en un Estado incapaz de dar pasaportes y cédulas, incapaz de garantizar medicinas y en un paisito en el que yo, que corro 20 kilómetros diarios, podría sacar un carnet de discapacidad por paraplejia, porque en este tugurio se hace lo que a uno le da la gana.

Han sido incapaces de controlar y reprimir el tráfico ilegal de armas (esas que usan los delincuentes para dispararnos a los ciudadanos) ¿y ahora me van a decir que son capaces de controlar el tráfico lícito de armas?

¿Y ahora me van a decir que son capaces de controlar el tráfico lícito de armas?

Hay que ser muy orangután para no darse cuenta de lo irrelevante que resulta controlar el porte legal de armas de fuego y, exactamente al mismo tiempo, admitir con un decreto que son absolutamente incapaces de controlar el porte ilegal de armas de fuego.

¿No se cansan de vivir de placebos, mis queridos perros de Pavlov? Es que a algunos hay que comprarles babero.

¿No se dieron cuenta ya de que el porte ilegal de armas es delito y que, si el Estado se hubiese enfocado en encerrar a los que las portan ilegalmente, no debería estar inventando el agua caliente al decidir armarnos a todos para equilibrar quién sabe qué maldita cosa?

Bienvenidos a un estado de guerra en un siglo donde los presidenciables deberían vendernos un estado de paz.

Y bienvenidos a una era donde el tercer mundo desciende al quinto infierno, donde las vías de desarrollo van camino al despeñadero y donde a partir de hoy, amigos y enemigos míos, después de hacer bailes de apareamiento alrededor de una fogata, regresaremos al estado incipiente de la caverna.

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