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De la Vida Real

Reflexiones de una mamá: a veces miro el cielo y las formas de las nubes

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

21 nov 2021 - 19:00

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Hay ocasiones o tal vez días en que quisiera acostarme en el piso y quedarme ahí durante horas, con los ojos cerrados. No ver, sino sentir. Tratar de buscar una conexión con mi yo interior.

Pero, al mismo tiempo, huyo de ese momento, me boicoteo. Me acuesto y miro el cielo azul.

En las nubes encuentro formas; me acuerdo de que cuando era chiquita pensaba que el cielo era de cemento y que Dios les daba pintura a los ángeles para pintar en el fondo azul.

Los ángeles obedecían y creaban obras maravillosas, para que nosotros los humanos pudiéramos disfrutar de su arte.

En la noche, cada estrella era el velador de uno de ellos que prendía su velita y cuando no se veían luces titilando significaba que habían pintado tan feo el cielo que Dios los mandaba a dormir sin luz.

No sé por qué pensaba así. Mis papás jamás hablaban de Dios y nunca en la vida fueron capaces de castigarme. Pero, así creía yo que funcionaba el cielo, tal vez porque mi abuela me hacía rezar.

A veces quiero ver las cosas de lejos, tratar de no estar involucrada y solo mirar. Cuando voy a la escuela a retirar a mis hijos, veo cómo son otras mamás; cada una con su historia, cada una con su moda, su peinado, su cartera, sus zapatos.

Las veo de lejos, todas tienen una vida sin sus niños en casa y otra rutina con ellos en casa.

Intento aplicar la técnica que me enseñaron en el curso de meditación, pero no puedo. Ahí estoy creando historias sin dejar la mente en blanco.

Confieso que me encanta llegar temprano al colegio. Tener un ratito a solas en el auto, mientras espero que suene el timbre y ver cómo todas las mamás nos bajamos apuradas. Como si el tiempo se nos viniera encima.

A veces quiero que mi día vaya más lento y el tiempo se detenga un poco, antes de oír mil veces por segundo:

-Mami, mira.

-Má, ¿te puedo enseñar algo?

-Má, ¿me ayudas?

-Má, te cuento que...

-Má, ¿qué ves?

-Má, la ñaña hizo…

-Má, es que el ñaño fue.

Y el día de pronto se oscurece. Oí sus risas, sus conflictos y también sus fantasías. Hicimos los deberes y les di de cenar.

Antes de dormir quiero hacer otro ejercicio. Sentir todas las emociones que tuve en el día. Mi marido prende la tele y ve fútbol, yo me voy a la sala, me acuesto en la hamaca, tratando de no pensar, pero me quedo dormida.

Veo el reloj y son las diez, me voy a acostar. Agarro el libro que estoy leyendo y calculo que tengo 20 minutos antes de que alguno de mis hijos se pase a la cama y diga:

-Má, no puedo dormir, tengo miedo.

El Wilson y yo lo o la acostamos en el medio, le abrazamos y nos quedamos dormidos hasta que algún otro hijo nos vuelva a despertar. 

Las noches son así. No me puedo quejar, porque yo me pasé a la cama de mis papás hasta que cumplí 12 años, o tal vez más.

Nunca me negaron el sentirme protegida ni dejaron que tuviera miedo. Oigo muchas cosas, como que los niños ya no se deberían pasar a la cama de sus padres a esta edad.

Pero qué va. La gente habla tanto. En el fondo solo los papás sabemos qué hacer y cómo educar. 

Nunca me negaron el sentirme protegida ni dejaron que tuviera miedo.

A veces que me agota ser mamá. Salgo al jardín, me acuesto en la hierba y veo el cielo. 

-Má, ¿qué haces?

Me preguntan mis hijos. Traen cojines, una cobija; se acuestan junto a mí a mirar el cielo, y todos vemos diferentes formas.

Yo veo una flor, el Pacaí alguna figura mítica, el Rodri un tigre feroz, la Amalia describe cómo se mueven las nubes blancas y nos advierte que va a llover. A veces también amo ser mamá. 

La maternidad es un mundo que no logro decodificar y tampoco trato de hacerlo, porque el tiempo pasa, los niños crecen, la vida sigue y todo cambia.

Les cuento historias y ellos me cuestionan. Pero puedo jurar que la historia de que los ángeles pintan el cielo se la creyeron de verdad.

-Má, ¿habrá estrellas hoy o te parece que Dios les mandará a los ángeles a dormir a oscuras? 

-No sé, salgamos a mirar. Vean la luna, qué grande está. Dicen que en la luna vive un conejo que era la mascota de algún extraterrestre que la dejó ahí olvidada.

-Má, esa es una nave espacial que puso la Nasa, no nos mientas tanto, que te vamos a mandar a dormir sin luz en el velador. 

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