Domingo, 28 de abril de 2024
El Chef de la Política

La Contraloría: la más querida, la más apetecida

Santiago Basabe

Santiago Basabe

Politólogo, investigador de FLACSO Ecuador, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip).

Actualizada:

25 Sep 2023 - 5:59

En países en los que la corrupción en el sector público es la regla y no la excepción, hay ciertos cargos que adquieren una importancia superlativa. Uno de ellos, junto a los relacionados con el ámbito judicial, es el de Contralor.

Esa figura abstracta, cuyas funciones la ciudadanía no las identifica con claridad, es quien reporta (o no) a la justicia el posible cometimiento de hechos delictivos en los que de por medio se encuentran recursos públicos. En palabras sencillas, de ese funcionario depende que los delincuentes de cuello blanco puedan ser procesados judicialmente.

Al menos en Ecuador, ahí está la principal misión del Contralor y como Ecuador se encuentra entre los países más corruptos del mundo, la consecuencia natural es que ocupar ese cargo es clave. Tan clave es ser Contralor en el equinoccial país que el poder que tiene quien ejerce esa autoridad es mayor, mucho mayor, que el de un asambleísta, un ministro secretario de Estado o la principal autoridad de un gobierno autónomo descentralizado, como pomposamente se les membreta acá a alcaldes municipales y prefectos provinciales.

Bajo el contexto descrito, hay tres "tipos ideales" de Contralor.

El primero es el que responde a intereses políticos de alguna o algunas agrupaciones partidistas y su trabajo se da en función de las disposiciones que recibe de quienes, por tanto, manejan indirectamente la institución. Dado que su designación genera una deuda política, el Contralor tiene que ser sumiso a los intereses de quienes dieron su venia para que acceda al cargo.

En ocasiones tiene que presentar informes con indicios de responsabilidad penal, en ocasiones tiene que voltear la mirada ante hechos en los que pueden existir presunciones de la misma naturaleza.

No se trata, en definitiva, de un Contralor que actúa a partir de los hechos, sino que obedientemente responde a las órdenes de sus superiores. Como en Ecuador los conflictos políticos no se zanjan en esa arena, sino en la judicial, captar la Contraloría es fundamental para quienes hacen vida política.

El segundo tipo de Contralor es el pusilánime. Este funcionario no tiene arrestos para informar a la justicia cuando existen indicios de responsabilidad penal que involucran a actores políticos y tampoco tiene agallas para declarar una actuación transparente y legítima en aquellos casos en los que la opinión pública se encuentra atenta.

Tímido y tembloroso, este tipo de Contralor va por la vida incapaz de asumir el cargo que tiene. En ocasiones puede congraciarse con un sector político, en ocasiones puede hacerlo con otro. No hacer olas. Esa es su máxima en la cotidianeidad.

A este tipo de Contralor lo que le interesa es pasar desapercibido, disfrutar de los placeres del cargo y evitar a toda costa el enfrentamiento que pueda derivarse de sus actuaciones. Aunque los políticos siempre preferirán al ya descrito Contralor de bolsillo, el pusilánime les resulta funcional. Se lo amedrenta con facilidad y se obtiene de él lo que el momento político amerita.

El tercero y último tipo de Contralor es el que conoce de la materia, llega a su cargo por sus propios méritos y además no tiene vínculos directos con actores políticos.

Con este funcionario los indicios de responsabilidad penal que se dictan tienen sustento y ponen en aprietos a jueces y fiscales, pues allí la posibilidad de fraguar decisiones judiciales es menor. A los políticos les aterra la idea de que alguien de estas características llegue a la Contraloría, pues aquello implica no solo la interrupción de una vía de extorsión política, sino también el develamiento de sus actos delictivos en los distintos espacios de la administración pública.

Aunque este tipo de Contralor no va a resolver de tajo el problema de la corrupción pública, su presencia puede constituir un poderoso empujón para un proceso sostenido de rehabilitación de la ética pública.

***

Como era de esperarse, en Ecuador la mayoría de las personas que han ejercido la función de Contralor corresponden al primer grupo, otras se las puede agregar en el segundo, mientras que, por excepción, el país ha tenido la fortuna de contar con funcionarios de las características descritas en el tercer grupo. Todo esto es comprensible.

Si quienes tienen interés en seguir delinquiendo y persiguiendo a sus oponentes políticos son al mismo tiempo los que designan directa o indirectamente al Contralor, lo “natural” es que harán lo humanamente posible para que las cosas sigan como están.

Esa es la historia de la Contraloría General del Estado. La más querida, la más apetecida.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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