Miércoles, 24 de abril de 2024
Una Habitación Propia

El espanto infinito de ser mujer

Maria Fernanda Ampuero

Maria Fernanda Ampuero

María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.

Actualizada:

14 Jul 2022 - 19:00

La bondad tiene límites, el espanto es infinito.

Esta semana hemos conocido la historia de una mujer brasileña a la que le estaban practicando una cesárea y, mientras están sacando al bebé por debajo de la sábana que separa su torso de sus piernas, el anestesista le introduce su miembro en la boca durante diez minutos.

No era la primera vez. Las enfermeras, que sospechaban de los abusos del anestesista -exceso de sedación y movimientos extraños-, lograron poner una cámara para atraparlo in fraganti. Gracias a esa grabación se enteró la Policía y también el mundo del nivel de horror que tenemos que soportar las mujeres en cualquier momento de nuestras vidas.

Esa mujer estaba pariendo mientras abusaron sexualmente de ella. ¿Lo imaginan? Espero que lo imaginen.

Esta misma semana hemos conocido el caso de una chiquilla de Guayaquil a la que el ex enamorado atacó, golpeó y mordió -mordió, dios mío, como un animal- después de una discusión. Hemos visto fotos de la pequeña, de la que no ha trascendido su nombre, con sus hematomas y laceraciones, mientras, por otro lado, su agresor ya está fuera del país lejos de la justicia.

Como si fuera poco, esta semana varias chicas han denunciado haber sido pinchadas en bares o discotecas con una sustancia que da mucho sueño, burundanga seguramente, en diferentes países de Europa -Malta, Francia, España-. El testimonio de una de ellas, que tuvo final feliz, es aterrador.

Cuenta que sintió como una quemadura en el brazo y que al poco sintió un sueño profundísimo, anormal. Sus amigas, felizmente, decidieron acabar la fiesta y retirarse al hotel.

La chica, que al día siguiente seguía drogada y que al ir al hospital le encontraron el químico en sus venas, se pregunta qué hubiera pasado si se iba sola o si se quedaba dormida en una esquina de la discoteca.

Alguien la estaba mirando, eso es seguro, para aprovechar el momento en que estuviera sedada para violarla.

Para dar la última cuchillada al terror, esta semana se llevó a cabo la fiesta de San Fermín en Pamplona, España. ¿Recuerdan hace unos años cuando un grupo de hombres que se auto llamaban La Manada violó en grupo a una chiquilla inconsciente? 

Volvió a pasar. Varias mujeres han denunciado haber sido abusadas sexualmente en las noches de los san fermines. Algunas, además, señalaron que no estaban en sus cabales, que probablemente les habían puesto algo en la bebida.

Esto es nada más en una semana. Siete días. Y lo que me pone la piel de gallina es que apenas he tocado siete o diez casos de las decenas de miles que han vivido mujeres alrededor del mundo.

¿Qué creen que está pasando? ¿Cómo puede ser posible que tantos millones de hombres quieran transformar a las mujeres en muñecas de plástico para poder hacerles cualquier atrocidad sin que se resistan? ¿Por qué esta especie de necrofilia? ¿Qué puede ser excitante de tener relaciones sexuales con alguien que está sedada? 

Yo solo tengo preguntas y alaridos. 

Más alaridos que preguntas. 

Y también viceversa.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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