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De la Vida Real

La agotadora calma 'chicha' de nuestra cuarentena

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

22 mar 2020 - 19:00

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Ha pasado ya una semana de esta calma forzada que llegó junto a un temible virus que nos ha puesto a todos bastante alborotados, encerrados en nuestras casas buscando más de una alternativa para sobrevivir la cuarentena.

Muchos consejos para no aburrirse en casa: todos por redes sociales comparten sugerencias de libros y películas, actividades lúdicas para que los niños no se aburran. En las noticias dan recomendaciones de cómo sobrellevar estos días.

Mi mamá me habla de miles de páginas donde los museos van a abrir sus puertas de manera virtual. Mi marido hizo todo un cronograma de actividades educativas, con horarios y restricciones.

Ha pasado una semana ya, una semana en que la expectativa ha sido muy distinta a la realidad. Estoy agotada.

Les juro que, desde el viernes pasado que se suspendieron las clases, no he parado de cocinar, comer, limpiar, barrer, lavar y solucionar los problemas de la vecindad. He aprendido desde cómo se hace el trazo de la letra A hasta ejecutar una instalación completa de computadora con conexión alámbrica a Internet para mi papá.

Los días resultan demasiado cortos. La actividad empieza a las 06:00. Me levanto, preparo el desayuno, arreglo la cocina y barro la casa. Alisto a los guaguas para que hagan los deberes en la plataforma digital del colegio.

A eso de las 11:30, me levanto a hacer el almuerzo y a poner otra carga en la lavadora. En eso mi pá me llama, dice que tiene algún problema con la computadora y que si le puedo ayudar. Mi má me pregunta qué museo visitaremos con los niños.

Y el chat de las mamás no para de informar sobre los nuevos deberes. Me olvidé de hacer arroz. Suena el timbre de la secadora. La ropa está lista. Tengo que sacarla para aprovechar que esté caliente y doblarla bien. No me he bañado todavía.

Mis hijos se pelean, comen lo que encuentran, riegan todo, y yo los obligo a limpiar, pero el remedio es peor que la enfermedad: dejan todo hecho un asco. Termino limpiando obsesivamente.

Mi marido me dice que necesita silencio absoluto, porque tiene una reunión vía Skype a las 15:00. Por ahí me entero algo del coronavirus y que el Presidente dio otra cadena nacional, pero no lo puedo ver. 

A toda velocidad, hago un tour por las redes sociales. Veo que las mamás hacen galletas con sus hijos, miran películas, pintan y se lo pasan increíble. Hasta hacen videos y los editan para compartirlos. 

¿De verdad tienen tiempo para hacer todo eso?

Yo, mientras, pongo la ropa en la lavadora, quiero desvestirme de una vez y echar en esa misma carga la ropa que traigo puesta.

Llega la tarde. Mi tía me pide ayuda con la configuración de su Netflix, porque está aburrida y quiere ver una película. Mi papá me dice que no le llegan los emails, que le ayude a solucionar el problema de inmediato. Debo buscar el tutorial que me ayude con el tema del Inbox. Hay que mandar los deberes hasta las 17:00. 

Tengo que buscar un tiempo para poder trabajar, responder emails y tratar de hacer un par de llamadas.

Ya son casi las 19:00. Debo alistar la cena y hacer la misma rutina: lavar platos y arreglar la cocina. Mi marido, hasta eso, termina de guardar la ropa. Llegan las 21:00. 

Silencio al fin, un silencio que empieza a atemorizarme. No se oyen carros, no se oyen voces ni música. No se oye nada, solo los ladridos de los perros. Siento en el ambiente a un enemigo peligroso. Me da pánico de lo que puede pasar allá afuera, afuera de mi casa.

Es un miedo que nunca antes había sentido, ese miedo de incertidumbre. Espero que no sean ladrones y espero que solo sea ese temible y monstruoso enemigo invisible llamado coronavirus, que cuando todo se calma me invade por completo.

Prendo la tele para ver noticias, al mismo tiempo que agarro mi celular, para buscar algo más. No duermo nada. El silencio me perturba y la angustia sobre qué va a pasar me desvela. Llega el amanecer silencioso y calmado.

El día empieza otra vez y las cosas comienzan a tener sentido. Llevamos una semana en cuarentena y siento que mi caos es la mejor forma de matar el tiempo, la angustia, la desolación colectiva y de poder darle así un respiro al día a día. Me río. Llegan memes y, sin esperar otra vez, en menos de 12 horas llega la tan temible noche.

El coronavirus ha matado a más gente. Me entero que hay más contagiados y siento que por primera todos hablamos el mismo idioma, que no podemos descifrar sin entender el por qué. Intento dormir…

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