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De la Vida Real

Semillas de esperanza: El legado natural de una jardinera urbana

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

24 jun 2024 - 05:57

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 ¿Han notado que en Tumbaco, Cumbayá y la Ruta Viva hay un montón de árboles que simplemente han crecido ahí? Las veces que he pasado por esos lugares veo algarrobos, guabas, cholanes, toctes, y pienso "esto no sembró el municipio, ni de chiste".

Están ahí estos árboles, quietos, sin que nos hayamos dado cuenta de su presencia. Son testigos del crecimiento de la zona, dan sombra en paradas de buses y frutas en los parques. Forman parte de la comunidad, aunque nadie se percate de su presencia.

Silenciosos, son cómplices de parejas que se aman y se apoyan en sus troncos. Son compañeros de los niños que salen de la escuela y juegan alrededor de ellos. Testigos de choques, reconciliaciones, coimas y muchas sorpresas.

Los árboles son parte fundamental de nuestras vidas. Pero, ¿quién los sembró? ¿Qué criterio se utilizó para ponerlos en esos lugares vacíos? Cada vez que pasaba por el redondel en el camino a la casa de mi abuela en Tumbaco, me preguntaba ¿quién plantó esos dos árboles gigantes justo donde la gente espera el bus? Debo confesar que soy bastante ignorante en nombres de plantas, pero como vengo de una familia amante de la naturaleza siempre me fijo en los árboles, aunque no sepa sus nombres ni su origen.

Hay unos árboles que dan flores amarillas, esos sé que se llaman cholanes. Los que dan semillas divinas y flores moradas se llaman jacarandás. Y los que tienen espinas y dan algodón se llaman algarrobos. Por cultura general sé que los que dan guabas son guabos y los que dan aguacates son aguacates. Hasta ahí llego. También sé que los eucaliptos no son de aquí y secan mucho la tierra, al igual que los pinos.

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El miércoles pasado, por cosas de la vida, la tía política de mi prima me invitó a almorzar para conocer su jardín. Para llegar a su casa pasé por la parada de bus donde la gente espera bajo los árboles y por el redondel donde hay un jacarandá gigante. Al llegar a su casa y ver su jardín, la conexión fue inmediata. Su jardín tenía algo que me representaba, un desorden dentro de un caos en el que todo tenía sentido.

Cada planta estaba ahí porque tenía que estar, no porque un diseñador de jardines hizo un plan estructurado. Había frutales, pencos gigantes, helechos, guabos, aguacates, algarrobos, cholanes, plátanos, limones y una infinidad de árboles con frutos raros.

Al bajarme del auto tenía calor, pero al entrar en este jardín sentí un microclima distinto. Se sentía húmedo, a pesar del solazo que hacía. Ella me dio un tour por todo su jardín y yo alucinaba mientras me contaba cómo había rescatado cada planta, de dónde la había traído y cuál era su origen. Y me dijo:

"Ven, te enseño dónde tengo los árboles que planto clandestinamente por todos lados".

Me llevó al final de su jardín y ahí estaban cientos de arbolitos caóticamente ordenados por especies. Me explicó: "Para invadir terrenos urbanos hay que saber qué árboles plantar y dónde. Hay que conocer el tipo de raíz de cada árbol y el tipo de terreno en el que voy a sembrar".

¿Usted siembra árboles?, le pregunté desconcertada. "Claro que sí, esa es mi verdadera vocación. Voy sembrando árboles y dando vida a cada espacio de tierra vacía. ¿Viste el jacarandá gigante en el redondel? Yo lo sembré. ¿Has visto los de la Ruta Viva? También los sembré, y así, por muchos lugares a los que vayas verás un árbol plantado por mí. Ya estoy invadiendo fronteras, hace poco llegué a Puembo. A veces pongo letreros de madera con mensajes para que cuiden el árbol y el medio ambiente. La gente los lee y toma conciencia al ver el arbolito. También se roban los letreros, pero como son mensajes positivos no me importa".

Verás, me dijo, mi jardín ya no tiene espacio para más árboles, pero ellos siguen dando semillas. Lo único que hago es esperar que crezcan y plantarlos cuando nadie me ve y donde nadie me vea. Luego me contó las muchas aventuras que ha tenido sembrando árboles.

Me confesó que si pudiera volver a escoger su carrera sería grafitera y bailarina, jamás abogada. Y que se dedicaría en su tiempo libre a sembrar y sembrar y sembrar plantas por todos lados.

Me ofreció regalar una planta que amo, que se llama flor de cera y que hace que el jardín se llene de colibríes. Esta señora, que era casi desconocida para mí, ahora es mi gran amiga Susana Cárdenas. Ella pinta, escribe y es feliz sembrando árboles donde más puede, y va por ahí dejando sombras eternas.

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