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El Chef de la Política

Manual para decidir por quiénes no votar

Santiago Basabe

Politólogo, profesor de la Universidad San Francisco de Quito, analista político y Director de "Pescadito Editoriales"

Actualizada:

29 may 2023 - 05:28

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Muchas veces se dice que la responsabilidad por el tipo de representantes políticos que tenemos está en nosotros, los electores.

Al ser la ciudadanía la que con su voto otorga el mandato político, el razonamiento anterior no daría lugar a mayores discusiones. No obstante, lo dicho es solo parcialmente cierto.

Si el electorado debe elegir entre un conjunto de candidatos que conocen poco sobre las responsabilidades que deben asumir y que además, en cada vez más casos, se puede intuir su interés de acceder al espacio para beneficiarse personalmente de los recursos públicos, entonces hay que relativizar el grado de responsabilidad que se pretende endosar al común de los ciudadanos.

Así, dado que hay que escoger entre incapaces y corruptos, el votante no puede elegir a los mejores sino simplemente a los menos malos.

Dicho de otra forma, si tenemos que seleccionar entre un canasto de frutas en proceso de descomposición, a lo único que podemos aspirar es a tomar la que luce menos putrefacta.

Ante esa tristísima situación, que no se resuelve con voto facultativo ni tampoco pidiendo títulos académicos a los candidatos, al menos es posible establecer algunos parámetros que nos permitan identificar por cuáles candidatos y organizaciones electorales no debemos votar.

Por ejemplo, si el candidato lanza su candidatura y luego busca partido porque esa es una cuestión menor o porque ahí está solamente el "vehículo electoral", las alertas deben ser encendidas.

Ahí existe una clara muestra de ilimitadas ambiciones personalistas que no dudarán en llegar al poder aún a costa de pactar con intereses políticos que incluso pueden ser contrapuestos con la propia visión del candidato.

Estos son los candidatos que dicen que las ideologías son una cuestión anacrónica a la que hay que dejar de lado. Aunque existen temas en los que puede haber acuerdos entre derechas e izquierdas en torno a su tratamiento, las soluciones pueden ir por vías diversas.

Y esas soluciones por vías diversas están marcadas por las ideologías. Por tanto, el que relativiza las ideas políticas es un candidato al que no se le puede confiar un mandato popular.

Visto desde la perspectiva de las organizaciones electorales, pues darles el membrete de partidos políticos sería un premio injustificado, también hay algunos parámetros que pueden ayudarnos para saber por quién no se debe votar.

Si la organización electoral no presenta su propia propuesta presidencial, esa no es una muestra de búsqueda de consensos ni tampoco de facilitar candidaturas únicas.

Esencialmente, en el caso del Ecuador, ese es el más vivo reflejo de que en esa organización electoral carecen de cuadros políticos, a excepción del gerente-propietario.

Algo similar ocurre cuando la declaración de la organización electoral es que "abre sus puertas" para recibir candidatos de fuera de su seno. En ese caso, la falsa imagen de apertura no debe engañarnos pues, al igual que en la situación anterior, lo que verdaderamente sucede es que no tienen candidatos propios.

En ambos escenarios, el juego de las organizaciones electorales es el siguiente. Entregan la candidatura a alguien, cualquiera, que se pueda financiar la campaña, independientemente de sus opciones reales de triunfo.

A cambio, los votos obtenidos por el candidato servirán para que ellos, los dueños de las organizaciones electorales, mantengan su registro ante el CNE y así el negocio de la política continúe. A este tipo de mercenarios de la política no hay que darles el voto.

Como se ve, es relativamente sencillo identificar a los candidatos y organizaciones electorales a las que la ciudadanía debe mirar con recelo e incluso desconfianza.

El problema surge cuando la gran mayoría de opciones que tenemos están dentro de ese espectro.

En dicho escenario, que en Ecuador se afianza cada vez más, hay un síntoma inequívoco de que el sistema político como tal está llegando a sus más altos niveles de descomposición.

Allí, ante la saturación, varias válvulas de escape pueden reducir la complejidad política y social. Sin embargo, esas salidas no dan soluciones a los problemas de fondo sino que constituyen simples fórmulas para aliviar la contingencia.

Un nuevo caudillismo, la aparición de extremistas sin antecedentes políticos, pero con muchas ansias de poder, o una nueva carta constitucional son algunas de esas alternativas que no pasan de ser coyunturales y que, tarde o temprano, nos vuelven a enfrentar a los problemas estructurales a los que secuencialmente pretendemos evadir.

Uno de ellos está en el Código de la Democracia. Allí se marcan las líneas maestras para el protervo sistema político en el que vivimos.

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