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De la Vida Real

El número equivocado: Dos semanas en la vida de don Pedro

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

09 sep 2024 - 05:50

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—¿Aló?

—Buenas tardes, ¿podría hablar con don Pedro?

—No, señor, está equivocado. Este es mi nuevo número.

—Entonces ya no puedo hablar con don Pedro... Es que me vendió una volqueta de arena de río hace dos semanas y el infeliz no viene a dejar.

—¿Aló?

—¡Oye, Pedro! ¡Págame el mensual de la guagua! No ves que ya entra a clases y no me has pagado ni un centavo este mes. Por andar revolcándote con la vecina te olvidas hasta de tu hija, ¡pendejo!

(Por respeto no voy a escribir la cadena de insultos que recibió don Pedro esa tarde).

—Señora, este ya no es el teléfono de don Pedro, ahora es mío.

—¡Hija de las mil pu...! Ahí has de estar revolcándote con él.

—Buenas tardes. ¿Me puede pasar a don Pedrito, por favor?

—No, señor. Este ya no es su número.

—¿Y con quién hablo, si es tan amable?

—Con Valentina.

—¿Amiga de don Pedrito?

—No, cambié de línea telefónica.

—¿Ah, cambió de línea con el compadre?

—No.

—Pues dígale al compadre que mañana en el billar le espero para que me pague los 200 que me debe.

Al principio estaba enervada de recibir tantas llamadas para don Pedro. La gente no entendía que ese número ya no era el suyo y me volvían a llamar y a escribir por WhatsApp y yo les volvía a explicar, una y otra vez, la historia del cambio de número.

  • Alausí: El pueblo que espera

Pensé en ir a reclamar a la operadora, pero al mismo tiempo esta historia de don Pedro me tenía entretenidísima. Me pareció muy "alhaja" enterarme de la vida de alguien totalmente desconocido, y que, de pronto, se convirtió en el centro de la mía. La gente me contaba cosas de don Pedro y me dejaban recados que, obviamente, jamás le llegarán.

Me enteré que don Pedro era de una comunidad en Guano, provincia de Chimborazo. Trabajaba como chofer de volqueta y deduzco que hacía sus "chauchitas" por su cuenta. Tenía tres hijos con la María y uno recién nacido con la vecina de otra comuna. Nunca supe el nombre de la otra mujer y, pensado ahora, ella jamás me llamó. ¿Será que viven juntos?

Don Virgilio me contó que a don Pedro lo iban a matar porque estafaba a la gente. Le debía a él dos volquetas de piedra. “Ese infeliz, por andar preñando a las mujeres se olvida hasta de trabajar. ¡Con lo que le gusta el trago, quién sabe dónde estará!”

—Aló.

—Pedro, vente a mi casa. Aquí te voy a dejar el costal de papas para la María y dos gallinas para que lleves. La guagua anda flaquita.

—Señora, está equivocada.

—¿Y con quién hablo?

Esta historia me estaba quitando mucho tiempo, así que decidí instalarme una aplicación que notifica quién me llama. Si no es mi contacto, no contesto. Y en WhatsApp me tocó bloquear a mis "nuevos amigos". Eso sí, extraño los audios. Nunca en mi vida he oído mensajes más entretenidos. Todos atacaban a don Pedro, gritándole e insultándole. Los mensajes de texto eran un sueño y con la peor ortografía que he visto en mi vida.

Uno de los personajes era "el Ángel del Páramo". Mandaba stickers triple X y audios motivacionales. Pero él sí era un amigo de verdad. Le aconsejaba: “¡Ve, Pedrito! Por eso te digo, ya enderézate. No andes así. La María le va a ir a conversar todo a tu mamá, y ahí sí, la cueriza que te van a meter. Quédate tranquilo, ve, mijo”.

Para mí, don Pedro era un viejo panzón, volquetero, con bigote, de unos 60 años. Todos le decían “don Pedro”. Tenía problemas complicados, de esos que solo alguien experimentado en la vida podría enfrentar.

Un día, la María, su esposa, mandó una foto de ella con el Pedro en el parque central de Guano. Le decía: “Aquí tienes la foto de tus hijos. Y a la Rosa no me la mandes de recadera, que bien puedes llamarme o venir a pedirme las fotos, ¡eres un pendejo, un ‘sunshu’ mal nacido! Ya voy a ir donde tu mamá a contarle todo lo que me haces. ¡Ni te asomes por aquí! Clarito te lo digo, verás.”

Hice zoom en la foto. No podía creer. Don Pedro era menor que yo. Era flaco, moreno, sin bigote, usaba un poncho rojo y tenía una cara de inocencia única. Sentí alivio de conocerlo, al menos por foto.

Decidí cerrar esta historia y bloquear a todos. Ojalá a don Pedro le vaya bien en la vida. Y espero jamás tener que cambiar de número de celular otra vez. Pero no puedo negar que conocer una vida totalmente distante y desconocida me cautivó por dos semanas.

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