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De la Vida Real

Cómo sobrevivir a dos días de cortes de electricidad

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

07 mar 2021 - 19:01

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Si algo me ha enseñado la pandemia, es a tener todo absolutamente sincronizado. Me he vuelto mucho más práctica para que mi día a día fluya sin tanto enervamiento.

He logrado tener una rutina, días bastante flexibles y otros más estrictos. Este cambio de ritmo es directamente proporcional a mi estado de ánimo.

A veces mi proactividad está sincronizada a la perfección con la exigencia, pero en otras ocasiones no tengo idea ni de qué significa proactividad.

Bueno, así pensaba hasta el otro día en que me levanté en la mañana y vi que mi celular solo se había cargado al 33%. Pensé que tal vez pudo haberse desconectado a media noche. 

Fui al baño, y la luz no se prendió. Obvio, pensé que el foco se había quemado. Fui a la cocina y la luz tampoco se prendió. No podía creer tanta mala suerte: dos focos quemados en el mismo día. Reconozco que mi proactividad era directamente proporcional a la luz existente. Nula.

Los niños empezaron a levantarse y les pregunté si querían leche caliente o fría. Como amaneció lloviendo, los tres contestaron que caliente.

Puse las tres tazas de leche en el microondas, y este tampoco funcionó. Lo que sí se prendió fue mi inteligencia, y ahí me di cuenta de que habíamos amanecido sin luz.

Bueno, cambié el menú de la leche por yogur. Tengo una cafetera eléctrica, que es una maravilla, pero como no la podía usar, desempolvé una para la cocina a gas. No hay nada que hacer. El café sabe mucho mejor hecho en la hornilla con la cafetera italiana.

El pan no lo pude calentar en mi súper Air Fryer, así que prendí el horno a gas –qué enervante–. No se calentaba nunca. Bueno, mis hijos felices porque no podían ir a clases y yo, relajada, porque no podía hacer nada al respecto. 

La luz volvió a las 10:00, pero se volvió a ir a eso de las 11:00. Tenía que cocinar. Puse aceite, sal, ajo y una taza de arroz en la olla arrocera eléctrica, y no se prendía por nada. Respiré profundo y, resignada, saqué una olla gruesa para hacer arroz en la cocina.

Fui a ver mi celular para mirar en YouTube cómo se hace arroz de manera tradicional. Y nada… Mi celular estaba descargado.

Dije, suerte o muerte. Mariné un pollo con mostaza y romero. No lo pensé dos veces. Fui directo al Air Fryer, pero no había luz. Ya me empecé a estresar y me di cuenta de que soy una cocinera absolutamente eléctrica. Puse el pollo en el horno grande, bien envuelto en papel aluminio.

A los guaguas les di tareas domésticas, para que se entretuvieran con algo. Dejé toda la comida al fuego vivo, fui a ver a mis papás y a conversar de cómo iba el día sin luz. Estaban relajados. Mi pá un poco preocupado porque no podía trabajar, pero estaba leyendo un libro. Mi mamá bordaba. El perro dormía. Todo en paz, como si no les hiciera falta la electricidad.

Bajé a mi casa, todo perfecto, el arroz en su punto y el pollo crocante. Sentí que podía ir sin problemas a concursar en MasterChef.

La luz llegó otra vez a las 16:00, pero se volvió a ir a las 19:00. Me encantó calentar la comida en sartén y poner velas en la casa. Bueno, solo había tres velas. Tengo que comprar más, pensé. Los niños felices de pasar una noche a oscuras.

Terminamos de cenar y nos sentamos en la sala los cinco a conversar. "¿Así pasaban las noches ustedes sin luz?", preguntaron los niños. Sacamos galletas con queso.

Ya eran casi las 22:00 y seguíamos conversando, y los niños querían que les siguiéramos contando historias de nuestros antepasados –todas inventadas, porque el Wilson y yo no hemos tenido nada de registro histórico familiar–. 

Nos fuimos a dormir a oscuras.

A la mañana siguiente, la rutina se repitió. Los niños no fueron a clase y pasamos el día en el jardín. Para el almuerzo el menú era: atún con arroz y maduros fritos. A los tiempos que utilizaba aceite para cocinar. Qué deliciosos que me quedaron los maduritos. Otro nivel.

A las 15:00 llegó la luz. Los guaguas prendieron la televisión, yo cargué el celular y mi hijo mayor se fue a jugar PlayStation. Cada uno en su mundo otra vez.

Mientras preparaba la cena en el Air Fryer, pensaba, qué ganas de que se vaya la luz de nuevo. Claro, no al extremo de vivir como en Venezuela. 

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