Jueves, 25 de abril de 2024
Con Criterio Liberal

La fábula de los burros del Quilotoa

Luis Espinosa Goded

Luis Espinosa Goded

Luis Espinosa Goded es profesor de economía. De ideas liberales, con vocación por enseñar y conocer.

Actualizada:

8 Ago 2022 - 19:00

Érase que se era, en pleno siglo XXI, una urbanita que vivía en Quito, Adrianita la urbanita, que se fue de visita con unos amigos extranjeros a ver la naturaleza de Ecuador.

¡Veréis lo bonito y lo diverso que es mi país! Tiene tantos animalitos, incluso, podremos hablar con algunito y darle de comer en la manito, como he visto hacer en las películas de Disney, que me las sé todas, les decía.

Cuando llegaron al lindo Quilotoa, nuestra urbanita Adrianita quedó extasiada por la belleza del lago en el volcán… ¡Oh, miren la naturaleza, cuánta ecología y armonía!

Pero cuál no fue su decepción, cuál no fue su indignación, cuál no fue su estupefacción, cuando vio Adrianita la urbanita algo que no cabía en su concepción: ¡Una persona encima de un burro!

Ella, que se había visto todas las películas de Shrek desde su más tierna infancia, sabía que los burros son unos animales muy simpáticos y que hablan y que no les gusta que los usen para cargas.

¡Había que liberar a los recios de la opresión de los malvados explotadores heteropatirarcales, capitalistas, que les obligaban a subir y bajar todos los días a la laguna del Quilotoa!

(Incluso, algunos, como contempló con espanto, con bastante sobrepeso, que ella no quería ni discriminar ni ser gordófoba, pero eso era ya el no va más).

Así que, ni corta ni perezosa, nuestra heroína de las causas ridículas, se sentó valientemente frente a su ordenador y abrió una petición para que se prohíba que los burros suban y bajen a los turistas a la laguna del Quilota.

Se congregaron las masas, más de 75.000 luchadores acudían a firmar (bueno, desde la comodidad de su celular), se escribieron artículos en prensa (tampoco sin ir a la Laguna a indagar, que ya se sabe está muy por allá), y se abrió todo un debate nacional.

Se convocó a la Asamblea de la República Animal para que decidiese sobre tema tan trascendental (no la pobreza o la prosperidad, que eso les da bastante igual), y allá que se reunieron muchas ratas, muchos borregos, algunas víboras, arpías y hasta culebras había.

Y en sesión solemne, muy pagados de sí mismos, tras muchos siseos, chillidos, rebuznos, mugidos, rugidos y graznidos; decidieron por gran mayoría que ya no se podría usar a los burros para bajar y subir a la laguna del Quilotoa, ¡Qué gran avance!

¡Nunca más les permitirán a los humanos subirse a los burros!

Más de 7.000 años de utilización de los recios como animales de carga, terminan aquí y ahora, faltaría más, ¡viva la liberación animal!

Que unos señorxs que habían firmado una petición por Internet sabían mucho más y mucho mejor lo que les convenía a los burros, a los turistas, y a toda la humanidad (y animalidad).

Claro, que se les había olvidado preguntarle a los burros, y al señor Gaspar que era quien los guiaba cada día, cráter abajo, cráter arriba.

Fueron los agentes de la autoridad a soltar a los burros, justo cuando estaban subiendo a dos turistas gringas, que muy ufanas retransmitían por su Instagram, montaditas en el burrito por Los Andes, "It's amazing!”, "So Typical” decían a sus 'followers', cuando las obligaron a bajarse, para consternación de Gaspar, que nada entendía.

Y ahí se vió el señor Gaspar con sus cuatro recios, que ya no le producían USD 10 por turista, que ahora se lo prohibían, pues según decían una urbanita llamada Adrianita quería liberarlos, y la Asamblea de Animales lo había decretado, no sé qué de la "empatía" repetían (palabra que él no comprendía).

El señor Gaspar, compungido, intentó alimentar a sus burros, un mes, y otro, y otro más, pero no podía pagar lo que necesitaban, peor si no podía ingresar nada.

Así que, entristecido, llorando mucho, los tuvo que sacrificar.

Ya los burros no sufrían, ya no tenían que cargar a los turistas, ya los burros ni sentían, ni padecían, pues los burros ya no vivían.

Ya no hay burros y los turistas son muchos menos. Apenas unos cuantos jóvenes aventureros muy comprometidos, pero la mayoría, los gordos, viejos, niños, familias, enfermos, y ancianos y comodones ya no van, ni hacen sus 'stories' en Instagram, con los rucios de Gaspar.

Gaspar se tuvo que ir a la ciudad, donde ahora merodea añorando su laguna y, sobre todo, a sus burritos con los que llevaba a los turistas, y con las palabritas que aprendió de inglés intenta que le sirvan para vender algunas baratijas para sobrevivir.

Una tarde se cruzó con Adrianita, pero ella no le reconoció, pues ahora está muy ocupada que le han contratado para un proyecto de Naciones Unidas para "fomentar el desarrollo sostenible y eco-resiliente del entorno rural del Ecuador", por lo visto es muy activista, comprometida ¡y tiene dos maestrías!

Sus amigos están firmando una petición para 'cancelar' a un cantante que parece que usó expresiones 'animalófobas' como "más tonto que un burro” en un concierto, ¡Y eso no se puede permitir, lo tienen que prohibir!

Aunque ya ninguno se acuerda de los burros de Gaspar, a los que tuvieron que sacrificar porque ellos, tan empáticos y concienciados, firmaron una petición por Internet. 

Qué satisfacción da saber que uno siempre está vigilante para hacer el bien.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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