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De la Vida Real

Y los guaguas se fueron

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

19 jul 2020 - 19:00

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Esperaban ansiosos que les pasen recogiendo los abuelos a las 09:00. Armaron las maletas la noche anterior solos. Mientras yo les preparaba el desayuno, ellos ya estaban listos para embarcarse. Luego de cuatro meses de encierro, no dudaron un segundo en la oportunidad de irse cuatro días a la casa de mi ñaño en Santo Domingo. 

La incertidumbre y el miedo me invadieron. La posibilidad de un cambio de semáforo estaba latente. El número de contagios en La Concordia y en Quito solo va en aumento. El sistema de salud, colapsado. Claro, no siempre tenemos esta maravillosa oportunidad de quedarnos sin hijos, solos en la casa. Ojalá no pase nada, que lleguen sanos y salvos.

Mis papás pitaron, y ellos salieron corriendo.  

-Chao, má. Chao, pá. Nos vemos el lunes.

-Portaránse bien. Cuidado con las culebras. No se vayan al río solos. No hablen con nadie que no use mascarilla. 

Entré a la casa. Un silencio delicioso invadió el ambiente. Puse mi música, barrí sabiendo que no se iba a ensuciar más. 

Cociné tortilla de huevo con ají y full tomate. Trabajé con calma, sin oír 20 veces seguidas, “Má, má. Oye, má. Mami”. Tomamos un par de cervezas sin sentirnos juzgados ni cuestionados. En la tarde mi esposo tenía que trabajar y yo decidí hacer una siesta, sabiendo que no sería interrumpida por nadie.

Me desperté asustada. No les oía a mis hijos. Me tomó unos segundos eternos acordarme que estaba sin ellos. Vi la hora. Me había dormido exactamente tres minutos. Les llamé. Me dijeron que estaban pasando hermoso, que todavía no les ha picado una culebra y que odiaron el repelente que les compré.

Mis papás me pidieron sutilmente que no llamara más. Con esta, era la sexta vez que lo hacía. En la tarde con mi esposo pedimos unos shawarmas deliciosos para la cena, tomamos vino y decidimos ver el documental de Chavela Vargas.

No podíamos creer que la tele era nuestra, la cama estaba libre y nuestro cuarto estaba vacío… Dormir toda la noche, sin que haya un hijo que se cambie de cama llamando a un desvelo indefinido, no tiene precio.

Nos despertamos a las 08:00, cosa inaudita. Desayunamos junto a la música de Chavela Vargas y no con Soy Luna o el DJ horrible llamado Marshmallow. Los temas de conversación se intercalaban entre qué rico es estar solos y qué buen documental el de anoche.

Hicimos una video llamada, pero fuimos brutalmente ignorados. Luego un mensaje de voz de mi hijo mayor decía: 

–Má y pá, estamos pasando hermoso. No se preocupen. Vimos un mono. Estamos llenos de picados. Nos fuimos al río. Les cuento que vimos una culebra gigantesca, pero creemos que era una falsa X. No, mentira, dijimos que les íbamos a decir eso para que no se asusten. Ya le digo a la tía Cris que les mande la foto. El Tadeo (12 años) ya maneja perfecto, má. Nos llevó por todo el jardín a dar vueltas. La Simo (9 años) le pintó el pelo a la ñaña de morado con papel crepé. 

Qué suerte no estar ahí presente, pensé. Ojos que no ven, corazón que no se infarta. 

La ausencia de los niños en este tiempo es un sentimiento dual. Se siente calma, pero también tormenta. Luego de una convivencia tan extrema en una casa tan chiquita y con tres hijos que pelean y se ríen al mismo tiempo, siento que pusimos mute o pausa. Saber que ya vienen es poner play y acelerar de nuevo. Me lleno de adrenalina y paz.

El sábado por la noche vimos una película mientras comíamos pizza en el cuarto. Rompiendo nuestras propias reglas: “Nadie come aquí. Está prohibido”.

Pero aquí estábamos concentradísimos viendo 365 Días. Es el título de la película, lo mismo que me tardaré en asimilar el argumento, que nos mantuvo enganchados por dos horas completas. 

Al coger el celular, no hice ninguna llamada. Entré a las redes sociales, y seguimos cada paso del escándalo más trivial que alguien se pueda imaginar. Lady Veci se había convertido en tendencia.  Entre Chavela Vargas, la película más extraña que he visto, y el análisis del lenguaje coloquial, no paramos de hablar hasta el amanecer.

El domingo a las 10:00 tuve un curso virtual para aprender a hacer encebollado. Me quedó delicioso. Cervecitas, siesta y luna de miel completa. Un fin de semana así creo que nos hacía falta y poco a poco ir retomando la nueva normalidad. 

-Oye, ¿y si les dejamos la semana completa en la casa de mi ñaño?

-No, no vaya a cambiar el semáforo, aunque ya voy a ver qué dice el COE Nacional.

-¿Será? Mejor no. Que regresen nomás.

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