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Una Habitación Propia

Nunca seré tu bestia de carga

Maria Fernanda Ampuero

María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.

Actualizada:

24 jun 2021 - 19:00

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Me ha escrito una amiga, una amiga muy querida y me ha preguntado cosas que no he sabido responder. Esto será, bella, un intento de respuesta.  

¿Sabes cómo te veo? Preciosa, realmente guapa, pero no es solo tu físico, que ya es bastante, que ya es suficiente, lo que te hace tan atractiva, sino el lugar que ocupas en el mundo, tu andar seguro, la gracia con la que sostienes la copa del gin tonic, con la que te encargas de cosas complicadísimas, con la que compartes tus inseguridades con una mujer a la que apenas conoces y, sin embargo, tan amiga. 

La sororidad resplandeciente. 

¿Sabes cómo te veo además? Trabajadorsísima, talentosa como pocas, una mujer hecha a sí misma, que, como todas nosotras, lo ha hecho no gracias, sino a pesar de los hombres a su alrededor. 

Te veo infalible, diva con maletín. Eso te lo envidio: el garbo, lo impecable, la franqueza encantadora, ese 'je ne sais quoi' de mujer de mundo que resulta tan fascinante. Yo me siento tu opuesto: desgarbada, manchada, a veces turbia, poco agradable, cansina.

Me preguntabas tú, que eres todo lo que he dicho y muchas cosas maravillosas más, por qué a nosotras nos ha caído sobre las espaldas el deber de ser perfectas -piel perfecta, desempeño perfecto, liderazgo perfecto, hogar perfecto, pelo perfecto, muslos perfectos, sonrisa perfecta-. 

Me preguntabas tú a mí -oh, querida mía, como si yo pudiera tener una respuesta- por qué a nosotras nos exigen todas esas cosas imposibles que no les exigen a los hombres, por qué nosotras tenemos que ser extraordinarias alrededor de tanto ordinario. 

En estos días vi la explicación de una nutricionista sobre cómo la cultura de la dieta empezó a imponerse en los tiempos en los que se aprobó el derecho al voto femenino. La sufragista era considerada fea, indeseable, hombruna, gorda, iracunda. Hoy le hubieran dicho feminazi.  

La mujer-mujer, para resultar atractiva, tenía que alejarse rotundamente de ese modelo: tenía que clamar a los cuatro vientos que no era libertaria, que quería encajar, someterse, ser deseada, ser esposa, ser madre, ser sexy. 

Mírenme, deséenme, alábenme. 

Se inventó una báscula doméstica y se convirtió en uno de los artículos más vendidos de la época. También los laxantes y las fajas.  

La libertad se consiguió por un lado y se perdió por el otro.

"Nosotras qué diablos somos", me preguntabas en tu carta, y me citaste 'Beast of Burden' de los Stones sin imaginar -no habíamos hablado de eso- que es una de mis canciones favoritas y que la letra "nunca seré tu bestia de carga" debería ser el mantra de todas. 

Nosotras somos mujeres, querida, y siempre nos van a exigir muchísimo más y esa exigencia, qué tristeza, vendrá más de nosotras mismas más que de los demás. 

El otro día revisé con una amiga de la adolescencia unas fotos de esa época y quise llorar por esa chica preciosa que se consideraba obesa, desagradable, monstruosa, una molestia para el mundo, una criatura sin gracia, fallida. 

Ahora nos vemos de otro modo, ¿no? Con tanta ternura: esa chica que era yo era un astro, una diosa, una luz. 

Y no lo sabía. Nadie me lo dijo.  

Como la de ahora no sabe, tampoco sabe, y seguro mirará fotos de esta época y dirá con esa rabia que te empaña los ojos de lágrimas por qué me creía tan fea, tan vieja, tan poco atractiva, si era tan hermosa (un astro, una diosa, una luz). 

Es lo que nos hacen a las mujeres, ¿no? Nunca eres lo suficiente en presente, siempre hay algo que arreglar hoy para que tu futuro sea mejor, para que por fin se acaben las inseguridades. 

A las mujeres no se nos permite el goce del presente.  

Entrena, haz dieta, compra cremas, ponte bótox, píntate las canas: no comas, no descanses, no te dejes ir, no te muestres como eres. 

Así no te querremos. 

Te quieren siempre más flaca, más exitosa, más equilibrada, más joven, más intachable. Es como la zanahoria que le ponen al burrito para que avance, para que no se vaya a otros lados -otros lados a los que le apetece ir, otros lados donde será libre y feliz, donde será el burrito que quiere ser-, sino que camine y trabaje y lleve la carga y siga y siga y siga a donde ellos dicen que tiene que ir. 

Una bestia de carga. Una 'beast of burden'. 

"¿Por qué nos hacen esto?", me preguntas y yo tengo ganas de gritar por qué si a ti te hacen esto, que eres todo lo que te he dicho, pura belleza, puro talento, pura estrella, puro duende, como dicen los andaluces, ¿qué me queda a mí? 

A mí que no soy todo eso que tú eres y que yo siento que debería ser. 

Porque lo que hacen es que nos sintamos siempre fallidas, porque los palos vienen desde pequeñitas y desde pequeñitas hemos sabido que complacer no significa ser una misma, sino lo que ellos esperan que seas. 

Máscaras. 

Me preguntas si alguna vez he sentido si me rechazan por mis defectos y no sé cuánto tiempo tienes para escuchar esa larguísima respuesta. 

No nos alcanzaría la vida para esa conversación.  

Lo siento todo el rato. Viene de mí. 

Como el burrito, ya camino aunque no haya zanahoria. 

Qué vieja estoy. Qué gorda estoy. Qué fea estoy. Qué repulsiva debo resultar a los demás. Qué cuerpo es este tan grotesco. Qué molesta resulto con mis cosas. No he hecho lo suficiente. 

Nunca he sentido que lo que he hecho ha sido suficiente. 

Las mujeres tenemos que hablar de estas cosas. 

Tenemos que escribirnos cartas de amor, hermana, y decirnos, como te he dicho yo a ti, que eres extraordinaria, que eres hermosísima, que eres talentosísima que nadie ríe como tú y que nadie gestiona su trabajo como tú y que nadie sostiene, ya te he dicho, su gin tonic con un glamour del Hollywood de los cincuentas. 

Tenemos que decirnos, caramba, cuánto nos admiramos. 

Yo te admiro infinitamente hace mucho, pero ahora más, porque ahora sé que tú también estás harta y que “has caminado kilómetros y que te duelen muchísimo los pies”, que estás hasta los ovarios de nunca dar la talla, de que nada sea suficiente, de que nos exijan y exijan cosas que nos matarán de tanto buscarlas. 

Y que todo eso está hecho para que no seamos libres y, por lo tanto, felices. 

Dejemos de perseguir la zanahoria, hermana, que no somos bestias de carga. 

Ya es hora de que tú y yo digamos fuerte y claro: 'I'll never be your beast of burden'. 

Y tiremos las alforjas que nos han echado encima para que no caminemos con la cabeza en alto.

Y además, ¿sabes qué?, nos tomemos unos gin tonics a nuestra salud.  

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