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De la Vida Real

El mousse de chocolate

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

23 dic 2024 - 05:50

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Habré tenido unos ocho años cuando probé por primera vez el mousse de chocolate. Fue en uno de esos almuerzos a los que nos llevaban los papás, donde había que portarse bien, comer todo, agradecer y jugar con los hijos de los dueños de casa, a quienes nunca más volveríamos a ver.

Me acuerdo que estábamos sentados en la mesa de niños cuando, de repente, nos pasaron el postre. Era un mousse de chocolate. Tenía una textura única y un sabor sublime. Cada bocado era mágico. Tenía nueces trituradas y un toque de cáscara de naranja. He soñado con ese sabor durante años.

Desde ese día, en silencio, he buscado en todos lados un que se pareciera. Pero ni los más caros ni los más exóticos saben igual. Casi todos tienen gelatina o demasiada crema de leche.

Pese a mi insistencia en esta secreta búsqueda del mousse perfecto, nunca me he dado por vencida. Y la semana pasada pasó algo inesperado.

Mi prima nos invitó a comer pizza por sus 31 años y, de postre, nos dijo: “Van a comer el mejor mousse de chocolate de la historia, que hace mi suegra”. Yo pensé: “Qué tontera, otra decepción más en mi vida”.

Al terminar de comer la pizza nos pasan el postre. Yo dije “no, gracias, estoy llena”, y una amiga de mi prima me dijo “oye, prueba esta cosa. Es orgásmica”. Si no era tan bueno como decía, sería un mousse más. Pero si era tan explícito como ella lo describía, sería un regalo de la vida.

Lo probé sin ninguna expectativa. Y no lo pude creer. El sabor, la textura, los trozos de nueces finamente picados, ese lejano, pero presente toque de cáscara de naranja. Ahora, que soy adulta identifiqué también un toque de amaretto. Lloré de la emoción. Trataba de disimular mi felicidad. Nadie de los presentes sabía mi secreto ni lo que significaba haber probado ese mousse de chocolate. Cada sabor me llevaba al pasado, a un almuerzo lejano en el que fui absolutamente feliz por haber probado un trocito del paraíso.

Me acordaba, con ternura, de la cantidad de veces que compré mousses de chocolate y los dejé enteros. Sentada ahí, a mis 42 años, recordé uno de los momentos más felices de mi vida.

Me levanté para hacerme amiga de la suegra de mi prima y ver la manera de que me diera la receta. Ella, muy alhaja, me dijo: “Tú te me haces carita conocida. ¿Eres la hija de la Cata y el Pájaro?”. Sentí lo roja que me puse. Desde que era chiquita siempre que me siento descubierta tengo la misma reacción.

Pero afronté el momento con mucha madurez. Sí le dije, y me quedé callada. La señora, que por suerte era un encanto, me dijo: “cuando eras chiquita les invité a tus papás a la casa. No te has de acordar, eras una criatura gordita, pelirroja, una belleza”. Solo respondí: “Gracias”, y me volví a poner rojísima. Pero se develó el misterio y supe dónde había probado el mousse que me ha acompañado toda la vida.

En ese rato me dio vergüenza confesarme ante una desconocida, pero yo quería la receta y no me atreví a pedirla. Me despedí. Vine a mi casa y, por las noches, decía “encontré la fuente de la felicidad y, por insegura, la dejé ir”.

Así que, disimuladamente, le pedí a mi prima el número de su suegra. Por suerte, mi prima es pragmática y no quiso ni oír toda la explicación que tenía para darle. Solo me pasó el número.

Yo pensaba: “¿Cómo le escribo a la suegra de mi prima para pedirle la receta del mousse sin que sienta que es acoso gastronómico?”. Hasta ayer que le escribí, segurísima de que me dejaría en visto. Pero, qué va. Se portó divina. Me mandó 15 audios detalladísimos, me llamó y hasta me dijo: “Valen, es tan fácil la receta que si quieres pásate y yo te hago el mousse en 15 minutos”. Le mentí que era para un almuerzo con unas amigas.

Hice el mousse, tal cual ella me explicó, y me quedó incluso más rico de lo que me imaginaba.

Amé este reencuentro con mi pasado. Amé tener la receta de algo que me había perseguido durante tantos años. Y soy feliz de que Alex, la suegra de mi prima, no se haya guardado ni un solo truco para que me salga el mejor mousse de chocolate de la historia.

Eso sí, esa receta no la pienso dar a nadie porque creo que ahí, metida entre el chocolate, está mi infancia.

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