El trabajo invisible sostiene a la economía; tareas no remuneradas representan el 21% del PIB
Por cada dólar de Producto Interno Bruto (PIB) que genera Ecuador, 21 centavos corresponden al trabajo no remunerado. Esta cifra récord evidencia una crisis estructural de cuidados que recae principalmente sobre las mujeres y plantea urgentes desafíos de política pública.

Una mujer sirve el desayuno a su hijo pequeño en una cocina.
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Flickr UNICEF - Santiago Arcos
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El trabajo no remunerado (TNR) se ha convertido en un pilar invisible pero fundamental de la economía ecuatoriana. Según los datos más recientes del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), en 2023, el valor agregado bruto del TNR alcanzó los USD 24.963 millones, representando el 21% del PIB nacional. Esta cifra, que ha crecido consistentemente desde el 18,3% registrado en 2007, supera ampliamente el aporte de sectores considerados estratégicos.
El INEC, a través de las Cuentas Satélite del Trabajo No Remunerado, desarrolla estadísticas que permiten valorar el tiempo destinado a actividades productivas del hogar y la comunidad que no reciben ningún tipo de compensación económica y que se encuentran fuera de la frontera de la producción de las Cuentas Nacionales.
Según la economista e investigadora especializada en trabajo no remunerado y género Karla Vizuete, en su artículo titulado “La sobrecarga del trabajo no remunerado en las actividades de cuidado para las mujeres”, esta situación revela una profunda desigualdad estructural. Ya que el trabajo no remunerado recae desproporcionadamente en las mujeres y tiene un valor económico significativo que no puede seguir invisibilizado en las cuentas nacionales.
La brecha de género persiste como el elemento más preocupante de esta realidad: las mujeres aportan el 15,6% del PIB versus apenas el 5,4% de los hombres en TNR. Esta diferencia de 10 puntos porcentuales se ha mantenido prácticamente estable durante más de una década, lo que evidencia que las políticas públicas implementadas hasta ahora para redistribuir las labores de cuidado han sido insuficientes.
La brecha de género en el trabajo no remunerado
La distribución del trabajo no remunerado en Ecuador muestra una marcada inequidad de género que se ha mantenido constante a lo largo de 16 años de medición. Según Vizuete, en entrevista para GESTIÓN, “las mujeres dedican tres veces más tiempo al trabajo no remunerado y de cuidado en comparación con los hombres, lo que genera una doble jornada de trabajo que limita profundamente sus oportunidades de desarrollo personal y profesional”.
Los datos del INEC lo confirman. En 2023, las mujeres dedicaron 28,7 horas semanales per cápita al TNR, mientras que los hombres solo destinaron 11,4 horas. Esto significa que las mujeres dedican 2,5 veces más horas al trabajo no remunerado que los hombres (Gráfico 1).
Cuando se analiza en conjunto con las horas de trabajo remunerado –donde las mujeres en promedio trabajan 34 horas semanales versus 40 horas de los hombres– esta distribución desigual genera lo que los especialistas denominan “carga global de trabajo”, que para las mujeres alcanza aproximadamente 62,7 horas semanales (34 remuneradas + 28,7 no remuneradas) versus 51,4 horas para los hombres (40 remuneradas + 11,4 no remuneradas) cuando se suman ambos tipos de labor.
La evolución histórica muestra que, si bien las horas totales dedicadas al TNR han disminuido ligeramente, pasando de 25,9 horas per cápita semanales en 2007 a 20,8 en 2023, esta reducción no ha modificado la proporción entre géneros. La participación de las mujeres en el TNR se ha mantenido consistentemente alrededor del triple que la de los hombres durante todo el período analizado.
“El cuidado sigue estando concentrado en los hogares y recayendo principalmente sobre las mujeres, lo que limita su tiempo disponible para otras actividades como el trabajo remunerado, la educación o el descanso”, explica Vizuete.
El TNR como sector económico es más grande que industrias tradicionales
El valor económico del trabajo no remunerado supera ampliamente a sectores considerados estratégicos en la economía ecuatoriana. Según los datos más recientes del INEC, el TNR, con su 21% del PIB, representa una contribución superior al comercio (16,1%), casi tres veces la de la administración pública (7,4%) y significativamente mayor que la explotación de minas y canteras (6,7%) o la manufactura de productos alimenticios (6,6%) (Gráfico 2).
Lo que nos muestra estos datos es que las actividades del cuidado y el trabajo no remunerado, “además de sostener la vida de las personas y ayudar a satisfacer necesidades básicas, también tienen un gran aporte en la economía, incluso más que otras industrias como la manufactura”, señala Vizuete en su artículo mencionado anteriormente.
La composición del TNR por industrias revela que el 63,3% corresponde a hogares privados con servicio doméstico, seguido por otras actividades de servicio, entretenimiento y recreación (12,6%) y servicios sociales y de salud privados (11,7%). Esta concentración evidencia que el cuidado permanece fundamentalmente privatizado y familiarizado (Gráfico 3).
El crecimiento sostenido del valor agregado bruto del TNR es particularmente notable. De USD 9.124 millones en 2007, esta cifra se incrementó a USD 24.963 millones en 2023, representando un aumento del 173% en términos nominales. Este crecimiento ha sido mayor que el del PIB total (2,4% en 2023), lo que explica el aumento de su participación porcentual (Gráfico 4).
Pero este aporte económico masivo contrasta dramáticamente con la falta de reconocimiento en políticas públicas y asignación presupuestaria. La economista destaca que “el trabajo no remunerado no solo es una actividad que permite reproducir la vida, sino que también aporta en gran medida a la economía nacional”. Esta contribución, sin embargo, permanece excluida de las mediciones tradicionales y, por tanto, de las prioridades de inversión pública.
Crisis económicas y trabajo no remunerado: cómo las mujeres absorben los shocks
Los períodos económicamente difíciles develan cómo el trabajo no remunerado funciona como amortiguador de las adversidades financieras, incrementando desproporcionadamente la carga sobre las mujeres. El año 2016 representa un caso ilustrativo de este fenómeno en Ecuador.
Según la publicación antes mencionada, en 2016, año de contracción económica marcado por la caída del precio del petróleo, el TNR alcanzó el 21% del PIB, con USD 20.510 millones. Ese año, caracterizado por la disminución del empleo adecuado, las horas de trabajo remunerado y los ingresos, evidenció cómo los hogares, y especialmente las mujeres, ajustaron su carga de trabajo no remunerado ante las dificultades económicas.
En 2023, el TNR volvió a alcanzar este mismo nivel del 21% del PIB, esta vez con USD 24.963 millones, en un contexto diferente marcado por los efectos de la pandemia y políticas de austeridad fiscal.
“Las mujeres son más sensibles a cambiar su oferta de trabajo no remunerado en épocas de crisis porque ya ganaban menos y trabajaban menos horas en el mercado laboral”, explica Vizuete, por ello, “en 2016, las mujeres estaban dispuestas a reducir las horas de trabajo no remunerado hasta en 8,43 horas ante incrementos del ingreso laboral, mientras que en 2015 y 2017 esta cifra era de 7,23 y 7,73 horas, respectivamente”.
Esta mayor sensibilidad durante las crisis refleja lo que la investigadora Alison Vásconez denomina en su libro “Economía para cambiarlo todo” como los múltiples escenarios de ajuste de los hogares ante shocks económicos. Según Vizuete, puede ocurrir que las mujeres se inserten más al mercado laboral en peores condiciones mientras se reduce la capacidad de dar cuidado, o que salgan más fácil del mercado laboral y provean más cuidado. Pero también pueden darse ambos fenómenos simultáneamente.
Cuando se dan ambos fenómenos a la vez (mayor trabajo remunerado en peores condiciones más reducción del cuidado) se genera lo que los especialistas llaman “crisis de cuidados”. “Tenemos una pobreza de tiempo y tampoco tenemos adecuadas condiciones laborales”, señala la economista. Esta doble presión aumenta la carga global de trabajo de las mujeres y deteriora significativamente su calidad de vida.
Hacia un sistema nacional de cuidados: políticas necesarias y experiencias regionales
La transformación estructural de la organización del cuidado en Ecuador requeriría de la implementación de un sistema nacional de cuidados basado en los principios de desfamiliarización, desfeminización y desprivatización. Esta triple estrategia, propuesta por organismos internacionales como ONU Mujeres y respaldada por la evidencia empírica, implica un cambio radical en cómo la sociedad concibe y distribuye las responsabilidades de cuidado.
“ONU Mujeres plantea que para cambiar esta lógica tienes que reducir el trabajo no remunerado que ofrecen las mujeres, redistribuirlo entre tu pareja, el Estado y entre entornos de trabajo o servicios sociales”, explica Vizuete.
La experiencia de Uruguay es quizá el referente más avanzado en la región, pues en 2017 se aprobó la Ley de Cuidados que cambió el concepto sobre el tema. De acuerdo con esta ley, todas las niñas y niños, las personas con discapacidad y mayores tienen derecho a recibir atención. El modelo uruguayo es transformador porque el Estado no solo proporciona servicios de atención, sino que garantiza su calidad mediante la capacitación y reglamentación, lo que ha facilitado que las mujeres amplíen su participación laboral y percepción de ingresos, permitiéndoles “una mayor autonomía económica”, refiere la investigadora.
El caso de la capital colombiana, Bogotá, ofrece otro modelo innovador con sus “Manzanas del Cuidado”. En estos centros se proveen servicios de cuidado a niños y niñas, personas mayores y personas con discapacidad. Además, se cuida a las mujeres (cuidar a quienes cuidan). La integralidad del modelo incluye servicio de lavandería pública, capacitación, atención en temas de violencia, atención médica y psicológica.
Pero la implementación de estos modelos enfrenta obstáculos estructurales significativos, donde el financiamiento constituye el desafío central. “Una de las grandes limitaciones para la aplicación de políticas de cuidado transformadoras son los recursos”, reconoce la experta. Sin embargo, países con economías similares aplican políticas de cuidado y obtienen resultados relacionados entre sí. Esto pone en evidencia la importancia de revisar las prioridades de las políticas, así como la voluntad política para ampliar el espacio fiscal.
Un sistema de cuidados no funciona aislado, requiere políticas de inclusión productiva que permitan a las mujeres aprovechar el tiempo liberado, y un piso de protección social blindado contra los vaivenes políticos y económicos. Sin estabilidad fiscal de largo plazo, cualquier avance en cuidados corre el riesgo de desaparecer.
(*) Economista, analista Gestión Digital.
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