Viernes, 26 de abril de 2024
Contrapunto

Charles Ives, el compositor que huía de la música

Fernando Larenas

Fernando Larenas

Periodista y melómano. Ha sido corresponsal internacional, editor de información y editor general de medios de comunicación escritos en Ecuador.

Actualizada:

11 Feb 2023 - 5:27

Pese a que los estudiosos coinciden que Charles Ives (1874-1954) fue el más virtuoso de los músicos de Estados Unidos, su obra fue poco conocida mientras vivió, porque prefería dedicar su tiempo a la venta de seguros en la cuna del capitalismo.

Al igual que los músicos de su época, entró tarde en el siglo XX a la música que, en otros países, había crecido y evolucionado por los diversos géneros y texturas.

Hijo de un director de banda musical, desde muy niño trabajó como organista en una iglesia, estudió composición en Yale College y comenzó a escribir con un estilo propio, aunque algunos dicen que fue el único que se le pudo adelantar a Arnold Schoenberg en la idea de la música atonal.

El despertar de la música en la sociedad estadounidense, que adoraba a Grieg y a Beethoven, fue importante en la primera mitad del siglo XX.

Ese acontecimiento fue una tozudez y "Charles Ives fue uno de esos jóvenes testarudos", afirma el musicólogo Alex Ross en 'El ruido eterno'.

Desde su natal Danbury, Connecticut, se trasladó a Nueva York, donde alternaba un trabajo como organista en una iglesia presbiteriana, luego escribía música y también se dedicaba a vender seguros.

Surgió a la fama en 1902 con la cantata 'El país celestial'; el New York Times la calificó de "obra académica de buena factura, vivaz y melodiosa". Las condiciones estaban a su favor, lo más probable era que a continuación estudiara con algún buen músico europeo.

Pero viene lo inexplicable, lo misterioso como señala Ross, porque una semana después del estreno de la cantata renunció al cargo de organista de la iglesia e inmediatamente "desapareció del panorama musical".

Quizá, ensaya Ross, esperaba una acogida más "extática" como reacción a su obra musical; lo que vino a continuación fue su dedicación a tiempo completo a los seguros de vida, "en los que demostró ser extraordinariamente hábil".

La misma investigación afirma que en un aislamiento intelectual casi total, por las tardes y los fines de semana siguió escribiendo música "ocultando su obra a sus compañeros de profesión y esforzándose poco por publicitarla".

En ese aislamiento -sostiene Ross- Charles Ives fue el iniciador de una "revolución musical estadounidense", bien desdeñando de las reglas que había aprendido en Yale o reinventándolas a su manera.

En este punto, especula Ross, a veces liberaba disonancias que rivalizaban con las de Schoenberg. "Aquí estaba un visionario estadounidense que se había adelantado a Schoenberg a la hora de descubrir la atonalidad".

Transcurrieron 18 años desde su alejamiento de la música cuando reaparece, en 1920, con la sonata para piano Nro. 2 Concord, que fuera modificada y revisada varias veces antes de su publicación y con ello se produjo la cristalización de un mito.

Lo que más ha desconcertado a los estudiosos de la música es el número de composiciones musicales de Charles Ives.

No escribió óperas, pero llegó a componer cuatro sinfonías, una de ellas quedó inconclusa, cuartetos para cuerdas, sonatas, tríos y variaciones musicales.

Por la tercera sinfonía ganó un premio Pulitzer, pero el dinero prefirió donarlo.

Como ocurre con la mayoría de las composiciones que son catalogadas de acuerdo con el orden en que fueron estrenadas, en el caso de Ives no hay precisión; algunas fechas fueron modificadas por el mismo autor y la mayoría fueron interpretadas o grabadas 50 años después de su muerte.

Este hecho confirma la constante predisposición del músico a la experimentación con los sonidos instrumentales.

'La pregunta sin respuesta' es quizá la obra más conocida e interpretada en los repertorios de las más importantes orquestas mundiales.

Las opiniones expresadas por los columnistas de PRIMICIAS en este espacio reflejan el pensamiento de sus autores, pero no nuestra posición.

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