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Una Habitación Propia

El no de las niñas

Maria Fernanda Ampuero

María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.

Actualizada:

18 jun 2020 - 19:00

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El otro día vi el documental Asquerosamente Rico sobre Jeffrey Epstein y, por supuesto, durante todo el tiempo que duró tuve revuelto el estómago. Me sentí físicamente asqueada como cuando ves una cucaracha pasear sobre la comida.  

Para quien no recuerde el caso, se trata de un millonario estadounidense que durante años abusó sexualmente de niñas y las prostituyó con sus amigos, hombres influyentes como el príncipe Andrés de Inglaterra o Harvey Weinstein.

Cuando por fin, después de años y años de impunidad por medio de un constante soborno a jueces y policías, lo metieron preso, Epstein escapó por la puerta de los cobardes: se colgó en su celda.

El truco que usaba el pedófilo tenía que ver, cómo no, con el dinero. Les decía a las niñas, siempre pobres y de familias disfuncionales, que le dieran un masaje por USD 200 y una vez ahí, en un cuarto cerrado, las tocaba y las obligaba a tocarlo. 

Epstein destruyó la vida de decenas de mujeres que aún tratan de reconstruir los pedazos de su mente adolorida. Lo que pasa con las niñas violadas es que la violación dura para siempre. Si una niña es violentada sexualmente una vez repetirá esa escena en su cabeza toda su vida. 

La marca putrefacta del abuso supura horror sin detenerse. 

Pienso en las miles de niñas de nuestro país cuyo abuso está a vista de todos. Niñas embarazadas de su violador, en muchos casos un pariente, llevando en el vientre y luego en los brazos el recordatorio incesante de su pesadilla.

Pónganse un segundo en los zapatos de una criatura obligada a parir al hijo de algún Epstein, un tipo nauseabundo que se aprovechó de la vulnerabilidad, de la pobreza, del temor o de la soledad de esa niña. 

Piensen que es su hija.

Piensen que obligan a su hija a parir lo que surgió del peor día de su vida, del día en que a pesar de repetir tantas veces y con tanto miedo no, por favor, no, no, no, abrieron sus piernas a la fuerza y penetraron violentamente su sexo de niña destruyendo para siempre su inocencia. 

Ahora vuelvan a decir que están en contra del aborto.  

El próximo año tendremos un nuevo Presidente y, como soy una optimista incurable, sueño con que escuche, por fin, las súplicas de las miles de mujeres en este país que pedimos el aborto libre en Ecuador. 

Por las niñas que gritan no, no, NO en cuartos, terrenos baldíos, aulas escolares, buses, portales y cuyos gritos, a pesar de desgarrar el alma, parece que ningún político quiere escuchar.

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