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El Chef de la Política

Partidos de garaje

Santiago Basabe

Politólogo, profesor de la Universidad San Francisco de Quito, analista político y Director de "Pescadito Editoriales"

Actualizada:

22 nov 2020 - 19:03

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Revisada la papeleta presidencial de 2021, la primera conclusión que salta a la vista es que el país está infestado de partidos y movimientos políticos de garaje. Defino así a las agrupaciones que, a pesar de estar inscritas en el registro electoral, no tienen ninguno de los elementos constitutivos de una genuina organización político-partidista.

Por un lado, carecen de estructura de gobierno. Dicho en otras palabras, las decisiones a la interna las toma un gerente-propietario que es el que organiza los supuestos procesos de democracia interna, establece los candidatos, las reglas ad-hoc y, en definitiva, selecciona a quienes participarán efectivamente en los procesos electorales.

Dado que el partido le pertenece, el ganador de la supuesta disputa interna suele ser él mismo o alguien con quien ha negociado el espacio en la papeleta electoral a cambio de recursos de cualquier tipo u otra forma de intercambio.

Como en todo país machista que se precia de tal, entre los que desafortunadamente Ecuador es un referente, el gerente-propietario y/o sus ungidos suelen ser hombres.

De otro lado, los partidos de garaje desconocen lo que constituye la formación en valores de sus afiliados y simpatizantes. Así, el compromiso de unos y otros alrededor de un conjunto de ideas que orientan la vida política del partido es simplemente inexistente.

No se definen como de derecha ni de izquierda sino todo lo contrario.

Proponen que las ideologías ya no existen pues es la forma más simple de evadir la sola idea de pensar políticamente y asumir una postura. Siempre es más fácil negociar con cualquiera en función de la coyuntura y de lo que se pueda medrar.

Además, lo de afiliados y simpatizantes no es sino una expresión. Más allá de un pequeño y selecto grupo de amigos, familiares y personas con vínculos variados, empezando en el laboral, pasando por el sentimental y terminando en el delincuencial, no existe militancia.

Con mayor facilidad se consiguen once carnés de cancha para la presentación del equipo de fútbol barrial que similar número de afiliados a uno de los partidos de garaje que pululan en el país.

En tercer lugar, los partidos de garaje carecen de la capacidad para tomar decisiones de forma independiente frente a la posible influencia de grupos de interés específicos. Por ello, tras el membrete formal que nos presentan es fácil identificar al emporio económico que está operando o a los objetivos delictivos que se intentan salvaguardar.

Para nadie es un secreto que la vida política del país cada vez se encuentra más permeada, financiada y dirigida por mafias de diverso orden que no solo sostienen económicamente a los partidos de garaje sino que, además, tienen en sus cúpulas a algunos de sus integrantes.

Finalmente, la posibilidad de que la agrupación política se mantenga en la memoria del ciudadano más allá de la inmediatez del proceso electoral, es esencialmente una entelequia. Si la gran mayoría de los votantes no conoce el origen ni asocia con idea política alguna a la mayoría de partidos de garaje que intervendrán en el proceso electoral que se llevará a cabo en unos pocos meses más, mucho menos se puede pedir en un futuro menos inmediato.

A partir de los rasgos conceptuales mencionados y fundamentalmente de su ausencia, al menos un tercio de las agrupaciones políticas nacionales claramente puede ser considerado de garaje, otro tercio se acerca cada vez más a esa definición y solo la diferencia podría evitar ser parte de ese grupo de mercaderes de la política.

Aunque esta valoración resulta esperanzadora, pues implica decir que hay aún la posibilidad de estructurar un sistema de partidos con cuatro o cinco organizaciones políticas con capacidad de enraizamiento nacional -más que suficientes para este pequeño país de apenas diecisiete millones de habitantes- lo que resulta preocupante es que no existe decisión política para hacerlo.

De hecho, ninguno de los candidatos presidenciales ha mencionado de forma explícita el problema que representa para el país el excesivo número de organizaciones políticas.

Entre quienes aspiran por un espacio en la Asamblea Nacional la situación es aún peor pues muchos de ellos ni siquiera tienen idea de los alcances del tema para el futuro de la democracia en el país.

En definitiva, si los propios interesados en ser parte de un sistema partidista estructurado no se expresan alrededor de esta cuestión es lógico que los gerentes-propietarios de los partidos de garaje guarden silencio.

Como suele suceder, acá todos saben que la salida al problema de la fragmentación partidista en el Ecuador tiene relación directa con una profunda reforma al Código de la Democracia. Implementar mayores requisitos para la formación de organizaciones políticas, establecer umbrales no solo de permanencia en el registro electoral sino también de acceso a los cargos de decisión pública, son algunos de los elementos a tomarse en cuenta.

Sin embargo, en una élite política cortoplacista como la ecuatoriana, esto es dejado en segundo plano. Basta con ganar mañana y luego se verá. Basta con tratar temas menos importantes como el financiamiento de las campañas electorales, que de cualquier modo seguirán auspiciadas por grupos de poder económico y mafias delincuenciales de todo orden, para así distraer la atención ciudadana.

Al final, lo que queda claro es que cualquier propuesta de modificación normativa que se oriente a disminuir los partidos de garaje deberá venir de las distintas formas de organización social, pues entre los actores políticos es muy poco lo que se puede esperar. Cierto es que la reforma legal no es la panacea, pero en este caso ayudaría enormemente.

Mientras los gerentes-propietarios de los partidos de garaje se solazan con organizaciones a través de las que pueden financiar sus apetitos económicos particulares o los intereses de los grupos a los que tutelan, las pocas organizaciones políticas que podrían constituir un sistema de partidos caen en la tentación de observar solamente los beneficios del proceso electoral inmediato.

De esa forma, la miopía de las élites políticas y su falta de aprendizaje de los procesos históricos contribuyen a que la situación de hartazgo ciudadano que antecedió a la emergencia de la Revolución Ciudadana retorne en un nuevo ciclo.

Ese resurgir de líderes caudillistas, de derechas o de izquierdas, que encarnan el malestar de la población con propuestas sin sustento, no ha sido extirpado en Ecuador y su retorno es solo cuestión de tiempo. Quizás esto no se vea en el 2021 pero sí en los siguientes procesos electorales.

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