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Leyenda Urbana

La metamorfosis de Jaime Nebot

Thalía Flores y Flores

Periodista; becaria de la Fondation Journalistes en Europa. Ha sido corresponsal, Editora Política, Editora General y Subdirectora de Información del Diario HOY. Conduce el programa de radio “Descifrando con Thalía Flores” y es corresponsal del Diario ABC

Actualizada:

16 may 2023 - 05:28

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Fue como alcalde de Guayaquil que Jaime Nebot se volvió visible para todos, aunque antes había sido diputado por Guayas y dos veces finalista a la segunda vuelta presidencial, cuando en representación del Partido Social Cristiano (PSC), fue candidato a la primera magistratura.

Embelleció la ciudad que León Febres Cordero rescató de las garras del populismo bucaramista. Y realizó obras importantes.

Los cambios en Guayaquil fueron visibles; la autoestima colectiva creció. Nebot se hizo popular.

A Rafael Correa, presidente de Ecuador, le fastidiaba la identidad que el alcalde forjó con los guayaquileños, en especial con la empresa privada que se había involucrado en los proyectos de la ciudad.

Y se metió con ellos.

Planificó obras paralelas a las del Municipio, en una exhibición de insana competencia; mientras mezquinaba las rentas que le pertenecían a la ciudad.

Nebot -que en esa ápoca tenía claros los conceptos, los principios, la doctrina y la filosofía que representaba su partido y coincidían con los suyos-, encaró al contradictor ideológico que proclamaba el Socialismo del Siglo XXI, y alardeaba de una revolución que ya era fallida.

Para hacer frente a Carondelet, Nebot convocó a los guayaquileños.

Cientos de miles salieron a las calles para reclamar con contundencia los recursos que el autócrata le escatimaba a la ciudad y a la gente.

En más de una ocasión, la emblemática avenida 9 de Octubre vibró de civismo.

Fueron jornadas memorables, en las que la dignidad de un pueblo se podía respirar. Protestaban por la libertad atropellada; por el abuso del poder.

El liderazgo era palpable.

Por 19 años, Jaime Nebot administró Guayaquil con dedicación y solvencia. La regeneración urbana era visible. Se habló del modelo exitoso.

Pero a la hora de la sucesión, al finalizar su gestión, jugó mal las cartas y, a partir de allí, políticamente todo le empezó a ir mal.

La dolorosa evidencia del grave error cometido es que terminaron cediendo al enemigo político la ciudad por la que se desvivieron.

Se dejaron arrebatar La Perla; la joya de la corona, con lo cual ha deslucido su propio legado como reconstructor de Guayaquil.

Los yerros se han acumulado.

Haber descartado ser candidato presidencial en 2017, cuando tenía las mayores posibilidades políticas, puede también ser considerado otro error no menos significativo.

Porque, a la hora de la verdad, le faltaron los arrestos suficientes para correr por la Presidencia. Y se perdió en el camino.

Pero nada se puede comparar con el desatino de haber hecho oscuros acuerdos con el expresidente sentenciado por la justicia, siendo, además, por coincidencia, el mismo al que combatió desde las calles como alcalde.

Lo hizo luego de haber ganado las elecciones con Guillermo Lasso, al que apoyó decididamente, cuando su partido, el PSC, renunció a tener candidato propio.

Y tras haber participado activamente en la campaña electoral, durante la que habló, de manera contundente, sobre los riesgos para Ecuador del modelo socialista del candidato de Correa. Mientras reivindicaba a Lasso como la opción frente al populismo rapaz.

Algo que el país desconoce debió pasar para que Nebot perdiera los papeles, y se convirtiera en el amigo político más arriesgado de Correa.

Era mayo de 2021 y faltaban pocos días para que Lasso asumiera el poder.

Le debió doler cuando la gente que se había enterado del pacto en ciernes con el sentenciado pidió a gritos no concretarlo, y Guillermo Lasso debió abandonarlo a la vera del camino, dejándole expuesto ante el país como alguien que traicionó el mandato de los electores.

A partir de allí, la historia política del líder del Partido Social Cristiano se ha desarrollado en aguas turbias.

Las libertades que decía defender parecen ya no importarle, porque ha descendido a las trincheras del odio y, desde allí, actúa. Y yerra más.

Caer en manos del gran tramposo que solo pretende blanquear su oscuro pasado de la década tenebrosa, manipulando a la justicia y gestionando apropiarse de ella, denota una suerte de involución política.

Extraño en un hombre de tantas lecturas, en especial de las biografías de los líderes mundiales de todos los tiempos, que parece ya no son sus referentes.

Hoy, ni los más recalcitrantes partidarios podrían justificar que Jaime Nebot haya pasado de defensor de las víctimas de la persecución política, a pactar con el victimario.

Su liderazgo está en entredicho. La gente se le va.

Debe dolerle también que el ministro de Gobierno, su amigo Henry Cucalón, formado políticamente a su lado durante años, y el actual embajador Pascual del Cioppo, que dirigió el PSC por dos décadas, hayan minado a su bloque parlamentario, dejándole por debajo de la cifra mágica de 14 representantes.

Y que Cynthia Viteri, a quien catapultó a la Alcaldía de Guayaquil, por sobre varias otras opciones, se haya ido derrotada y cuestionada. Y que, encima, haya declarado que en el PSC hay gente "de crónica roja".

Jaime Nebot, que ganaba la Alcaldía de Guayaquil con votaciones históricas, y conmovía a su ciudad y al país, es hoy un líder político desdibujado.

A estas alturas nadie podría asegurar qué ideología defiende; qué principios democráticos practica porque se le nota muy cómodo junto al populismo que repudiaba.

El exalcalde es un pálido reflejo del dirigente que se mostraba de frente, decidido y combativo; que se expresaba con contundencia. Que se hacía notar.

Su lugar en la historia de ciudad está en riesgo, porque pudiera ocurrir que los mismos guayaquileños que lo acompañaron en su prolífica gestión, al ver desmoronarse al otrora vigoroso partido y al comprobar que, en momentos decisivos del país, el odio se ha impuesto a la razón, lo abandonen. Y olviden.

Que, habiendo combatido al socialismo divisor, lo perciban como servicial al autócrata que inoculó en el país el virus del resentimiento social; lo condenarían al ostracismo.

Y qué le pasa a Nebot, se pregunta la gente, pero nadie tiene respuesta; apenas se pueden plantear hipótesis.

Parecería ser que, como en la novela de Kafka, el político Jaime Nebot ha sufrido una metamorfosis: resulta que un buen día amaneció y ya no era el liberal progresista que alentaba la libre empresa; que propiciaba las libertades, sino un auspiciador del socialismo del Siglo XXI, que prepara el terreno para el regreso del gran opresor. 

Un socialista de Mocolí. 

¡De no creer!

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